II

Había estado esperando por casi dos horas debajo de aquel árbol, no dejaba de mirar las ramas que se extendían hasta casi rozar las lámparas de alumbrado y estiraba también sus brazos intentando alcanzarlas. La joven envuelta en un abrigo café podría pasarse el día entero mirando cada ranura en la corteza del viejo fresno hasta que llegara Étienne. Jugaba con sus dedos y a pesar del espeso frío, lo que sentía era calor; no era posible que la sangre le corriera hasta las mejillas y sin embargo lo hacía, en sus memorias el rostro del compañero de toda su vida no dejaba de rondar, sonríendole y haciéndola ruborizar. 

Era el día para verse, Elise sabía que él llegaría, su corazón tenía ya un extremo atado y otro esperando a ser unido a quien ella consideraba su hogar. Baila bajo las ramas la joven que no escatima en el tiempo, gira grácilmente al compás de Air de Bach, la miran las aves y el pálido sol atenuado por las nubes. Elise da la vuelta y con agrado se detiene. Sonríe. Al pie del fresno yacen dos jóvenes en un abrazo que parece eterno.

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