Las ciudades que habitamos suelen ser extensiones de nosotros mismos, habrán lugares que representan lo bueno, lo malo y en pequeñas ocasiones, nuestros ideales de lo que queremos algún día llegar a ser, lugares felices que se encuentran oculto dentro de las metrópolis y pudieran llegar a ser insignificantes para el resto del mundo, para nosotros significan el mundo entero.
Cuando tenía 18 años logre tener la oportunidad de estudiar fuera de mi ciudad natal, tuve las circunstancia perfectas para estudiar en la ciudad de Monterrey, esos años de mi vida los recuerdo con melancolía, había logrado completar algo pequeño pero de suma importancia para mi, pero incluso con eso, no hubo un momento donde no me sintiera sin una pizca de estrés o ansiedad en mi ser. Conforme paso el tiempo y conocí cada rincón de la ciudad me sorprendí al darme cuenta que mi lugar favorito no era el bar de mala muerte que solo frecuentaban personas que se encontraban igual de cansadas con la vida cómo yo, o la cafetería donde podía disfrutar de un espresso y una extensa conversación con la barista sobre cómo la gente ya no aprecia el sabor del café, me di cuenta que el lugar donde mi alma se relajaba completamente era Fundidora, ese bello parque que tiene justo lo que necesitaba, dentro de él hay un recorrido que te permite subir a lo que era el horno antes; cada que tenía la oportunidad amaba poder ir al parque y subir a la cima del horno, cada vez que ascendí en ese ascensor sabía que todos mis problemas y preocupaciones se quedarían abajo y mi única aprensión por los próximos segundos, sería escuchar el mecanismo del ascensor funcionar, nunca pensé que fuesen a fallar, confiaba plenamente en esos engranajes, mas eso nunca hizo más placentera alguna de mis experiencias al escucharlos. Una vez sales del elevador, puedes recorrer una zona pequeña, pero a la vez lo suficientemente amplia para sentirte en otro lugar, el viento surca con mayor velocidad, el clima es más helado, es cómo si te encontrases lejos de la ciudad, lejos de la realidad, los 20 a 30 minutos que pasaba arriba eran minutos de paz, tranquilidad y felicidad; tristemente nada es eterno, yo siempre sabía que eventualmente tendría que bajar y tomar nuevamente todas las preocupaciones y sentimientos que pacientemente esperaron mi descenso.
Excepto la vez que subí contigo, ese paseo en el parque fue completamente distinto a cualquiera que hubiese tenido o que vaya a tener en el futuro, habré recorrido los mismo campos que recorrí mil veces antes, pero esa vez era diferente, esa vez no cargaba con nada, esa vez iba en completa paz conmigo mismo, por primera vez no subiría solo, por primera vez el mecanismo del ascensor no me molestaría, por primera vez no dejaría ninguna carga esperando mi ansiado regreso al mundo real, todo parecía perfecto, pero no fue hasta dentro de 30 minutos, cuando llego el momento de bajar de mi lugar feliz que todo cambio, porque yo baje, pero tú te quedaste arriba, ese lugar dejo de ser mío para convertirse en tuyo y al igual que mis sentimientos por ti, intento olvidar con todas mis fuerzas estos detalles de ese lugar que ya no me pertenece, pero no importa cuando fuerte lo intente, no logro dejar de escuchar los engranes llevándome de nuevo al suelo.
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