Es imposible hablar sin tapujos. Por mucha confianza que tengas con alguien siempre habrá una pequeña parte de ti oculta.
Por eso es tan satisfactorio escribir. Plasmar todos tus pensamientos, sentimientos, debilidades, obsesiones, miedos… a través de palabras. Puede que nadie llegue a leerlas, pero tú si lo harás, y eso es más que suficiente.
Parece que es más importante ser entendido por los demás que entenderte a ti mismo. Nos esforzamos continuamente en dar explicaciones sobre lo que hacemos o sentimos al resto del mundo, sin darnos un tiempo para construirnos por dentro.
Desde hace un tiempo tengo miedo del rechazo, de las críticas, de la soledad…
Me siento presionada por complacer a todo el mundo porque me mata la sensación de que alguien pueda estar pensando mal de mí. Y esto es muy irónico porque la única persona que me presiona y juzga soy yo misma.
No puedo evitar hacerme pequeñita al llegar a un lugar lleno de gente. Sentirme expuesta a opiniones ajenas me agobia y me “obliga” a ser más exigente conmigo misma.
Odio que mi personalidad parezca la contraria a la que realmente es simplemente porque no se mostrarla. Porque por muy triste que parezca me da vergüenza ser yo misma.
En muchos casos utilizo las mentiras como vía de escape porque no se como gestionar todo lo que me pasa. No me gusta que la gente sepa lo que siento por miedo a darles pereza.
Cuando mejor estoy con mis amigos es cuando más miedo tengo de perderlos, y así es como acabo pasándolo mal en los momentos más felices.
Otra de las peores sensaciones es no sentirse suficiente. Buscar la mediocridad porque dentro de ti piensas que nunca conseguirás algo mejor. Acabas conformándote porque ¿para qué pedir más?
Cuando no te aceptas tampoco eres capaz de recoger el cariño de los demás. En mi caso, alejo los sentimientos de amor porque no me siento cómoda recibiéndolos. Y esto me genera mucha impotencia porque se identificar cuando alguien merece la pena, cuando alguien me muestra cariño de verdad y aún así, lo rechazo. Aun sabiendo que no debería hacerlo.
Por otro lado, cuando no me siento juzgada o incómoda aparece otra sensación. No sabría si es mejor o peor. Me siento invisible.
Lo malo llega cuando te ves insignificante para el resto del mundo, pero lo aceptas. Le buscas una explicación. Suele ser algo como: obviamente no se van a fijar en mí o no van a hacerme caso porque las otras personas merecen más la pena.
Por mi experiencia, sentirse juzgado duele menos que sentirse invisible. Porque esta última sensación te anula por completo.
Odio no hacer o decir lo que de verdad quiero simplemente por lo que los demás puedan opinar sobre mí.
Envidio mucho a las personas que son capaces de luchar por lo que piensan y hacer las cosas que creen moralmente correctas sin pararse a pensar en cuál será la opinión del resto.
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