Hoy descubrí suavemente que el cielo estaba compuesto de esponjosos colores. Ese gris plomizo de algunas mantas que acarreaban mal tiempo, no era el gris humo de los automóviles escupiendo ansiedad y prisa por sus caños de escape. El anaranjado rojizo cual lava sagrada manchando la inmensidad de esta tarde, no era la rojiza mancha que llevan en los ojos los cansados que con la mirada perdida caminan por las calles. El amarillento sensible del sol que se desploma, me hace ver tan graciosamente pequeño y agradecido de serlo, para solo contemplar y disfrutar la caricia eterna de la vida; vida que se desborda ante mi espíritu impávido como se desborda este cielo que me envuelve con mil diamantes. Además se da el recreo de descubrirse profundo y celeste al rasgarse en mil ovillos de espesa espuma las siempre cambiantes nubes arrieras de lluvia y frío. También había algunas, y solo algunas frágiles nubes blancas que no se parecían en nada al blanco de las ambulancias que transportan dolor y llanto. Me he macerado tanto en la ciudad laboriosa y atenta por cumplir las metas, que me había distraído de relojear para el cielo y ahí estaba esperándome en su incesante expansión inmóvil, en su inmortal explosión sórdida. Entonces un alma amiga me trajo la señal con un mensaje en forma de palabras “conquistemos nuevamente el deseo de vivir” Que la ansiedad y la prisa no nos conviertan en grises, seamos de colores. Que el cansancio no nos manche la mirada. Seamos transparentes. Que el dolor y el llanto sean parte del crecimiento.
Alexis Isacc Barreto
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