Aún no he abierto los ojos y ya siento el cielo triste, hoy no va a
salir el sol, ni hoy ni en los próximos diez días. Así es el
invierno aquí, frío, oscuro y solitario. Me acostumbro a pensar en
el sol cuando proyecta en tu piel y va aumentando tu temperatura, te
vas quitando capas de ropa hasta llegar a un punto en el que casi
puedes notar la felicidad pero vuelve a aparecer una nube y vuelve el
frío y tus capas de ropa.
No me acuerdo de la
última vez que me levanté con ganas de hacerlo, ni de la última
vez que me reí ni de la última que no me incomodaba estar con
gente. Hace tiempo que llegué a la conclusión que estoy
sobreviviendo, mi piloto automático se activó hace años y ya no sé
como apagarlo.
La final línea
entre luchar por lo que quiero ser o rendirse la elige mi depresión,
esa que me hace boicotearme todos los días, a veces lucho contra
ella pero casi nunca gano. Intento no pensar pero cuando lo hago,
busco el motivo por el cual llegué a estar así, el motivo por el
cual no consigo avanzar y me tiene entre la vigilia y el sueño. Lo
encuentro, lo localizo, lo visualizo y lo intento disimular pero
duele tanto, duele tanto recordar el pasado, que lloro, lloro hasta
que me duele la cabeza y me tomo un lorazepan para aliviar la
ansiedad o mejor dicho el sufrimiento, para anular mis emociones,
para no sentir nada pero el problema de anularlas todas es que
tampoco sientes felicidad.
Continuará…
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