1. Atando cabos sueltos
Sofía estaba a punto de largarse. Se encontraba mirando distraídamente el ticket al tiempo que aguardaba en la fila para validarlo y abordar el avión que le llevaría a las Bahamas. Allí le aguardaba Martín.
El gentío del aeropuerto era terriblemente denso. Podía sentir un murmullo de fondo producto del bullicio de la gente. Sus pensamientos estaban tan dispersos que se le hacía fácil cortar el hilo de sus ideas. Los acontecimientos recientes y la excitación de todo lo vivido en las últimos tiempos le habían terminado generando un sentimiento de euforia contenida.
Aún desde niña, le habían gustado los aeropuertos, así como el gentío y el murmullo carnavalesco que les caracterizaba. Solía atribuirlo a esa ansiedad que le condenaba a un eterno aburrimiento por todo, a sus eternas ganas de dejar todo atrás. Siempre pensó que esa sensaciones provenían de unos profundos deseos de liberación.
Esos mismos deseos que le habían invadido en los últimos meses o en el último par de años. Bueno, en realidad poco le importaba ahora. Con un mohín intentó dejar de pensar en eso. Mejor era concentrarse en algo más agradable. De nada valía analizar lo sucedido porque lo cierto era que después de algunos minutos más, torcería nuevamente su destino.
La mañana estaba promediando y los ventanales dejaban pasar los rayos de sol, irradiando alegremente el vasto salón en el que se encontraba. Podía sentir sobre la piel de sus brazos la cálida sensación de calor que le confortaba en esa mañana fría y, según le parecía, no era otra cosa que una bendición más. La vida le sonreía.
Después de presentar el pasaje en el mostrador y entregar las maletas, tendría aún algo de tiempo como para tomar un último café. Por algún motivo inexplicable se le antojó agregar a la infusión un par de donas, ya que a partir de ahora no tendría que seguir preocupándose por la rigurosa dieta que estaba siguiendo desde hacía varios años.
¿Cuánto tiempo había pasado? Trató de calcularlo detenidamente pero estaba tan relajada que, sin esforzarse demasiado, abandonó rápidamente la tarea. De un modo u otro, el problema se había dilatado más de lo que habría deseado nunca.
Hasta hacía apenas unas semanas, su destino parecía ineludible. Y el universo mismo se revolvía dentro de su cabeza en un intento de encontrar el modo de torcer el brazo del destino. Desde varios meses atrás, su vida se había convertido en una crucifixión atormentada.
Sin metas, y sometida totalmente a la voluntad de Raúl, su marido, se había sumergido lentamente en una rutina viciosa, propia de una mujer trofeo. Lo cierto es que no había nada que reprochar a nadie, porque todo había sido producto de su propia culpa.
Tras varios años de casada, los dulces y primeros años de convivencia habían mutado lentamente en un presente cruel, en donde los maltratos repetidos y el velado menosprecio que su pareja le mostraba diariamente, hacían de su matrimonio un calvario tormentoso.
Durante años había soportado estoicamente las aventuras de Raúl, que con el paso del tiempo se hacían más y más evidentes. Como si ya no mereciera la pena el intento de ocultar sus jugarretas. Como si ella fuera un mueble, carente de voluntad, orgullo o decisión propias.
Tras mucho meditar, y planeándolo fría y calculadoramente, había terminado por decidirse a pagarle con la misma moneda.
Pero el juego de sus infidelidades, había terminado cruelmente en más de una ocasión. Y algunos de sus amantes habían pagado muy caro el sexo con ella. A la misma Sofía las aventuras le habían costado varias y dolorosas golpizas. En más de una ocasión había tenido que recluirse por varias semanas, hasta que los moretones en la cara desaparecieran. Raúl era un matón de cuidado. Vaya si lo sabía.
La última paliza había sido particularmente memorable. Estuvo hospitalizada dos semanas y la muerte le fue esquiva por poco. Al salir del hospital en aquella ocasión estaba decidida a cambiar su trágico destino de un modo u otro.
Sofía era contadora. Al recibirse, había tenido tiempo suficiente como para comenzar una fructífera carrera basada en su particular inteligencia. Después de unos años de ejercer exitosamente la profesión, la vida le había llevado a conocer a un encumbrado y exitoso cliente, de gran éxito profesional, que no era otro que su propio Raúl.
Dueño de un negocio de divisas y prestamista, su futuro esposo había recurrido a su bufete para blanquear la gran cantidad de dinero que había acumulado.
Como prestamista, Raúl había amasado una gran fortuna y si bien las divisas legalizaban parte de sus ingresos, necesitaba evitar las miradas indiscretas del fisco. Y Sofía lo había logrado exitosamente. Había diversificado su cartera de inversiones y mediante operaciones bursátiles y sociedades ficticias había creado un flujo de dinero constante que blanqueaba gran parte de su efectivo.
La relación se había consolidado y, después de algunos meses, habían terminado de intimar. Y lo que había comenzado como un romance inocente con algo de sexo, había decantado en una relación formal y en matrimonio.
Al principio, a Sofía le pareció una buena idea. El buen pasar, los viajes, la ropa y el confort le habían encantado. Pero los vaivenes de la relación, el carácter violento de su marido y esa crueldad innata de los mafiosos, habían terminado por aflorar dejando ver el verdadero yo de Raúl.
Lamentablemente para entonces, Sofía había dejado de trabajar y se había dedicado a gastar gran parte de la fortuna de su esposo. Su bufete era cosa del pasado. Sus clientes ya ni le recordaban.
Se había dejado deslumbrar por la fortuna, los excesos y las veleidades del poder que ahora formaban parte su vida. Estaba inmersa en una compleja telaraña que le unía a Raúl y le impedía respirar la anhelada libertad que de soltera había tenido.
¿Cuándo comenzó esta inesperada aventura? Era algo que no podía precisar con exactitud. Pero sí pudo recordar aquella noche en que, inocentemente buscó la tarjeta de crédito de su marido.
En el bolsillo interno del saco de Raúl, encontró la prueba definitiva de que no todo era lo que parecía en el “jardín del edén” que era su hogar.
2. Cazando ratones
En el bolsillo del saco había encontrado una foto suya. Tenía un círculo rodeándole la cara y en el dorso, con letra de su marido, aparecía el número de matrícula de su auto y su celular. Un nombre acompañaba a esos datos personales: «Martín».
Al principio no le dió importancia. Hasta que eventualmente recordó a Martín. Le había visto en un par de ocasiones, y nunca habían intercambiado mucho más que algún saludo de rigor.
Martín era delgado y de buen porte. Llamaba su atención por el aspecto sombrío y el aura intimidante que le rodeaba. Según su marido, era uno de sus socios estratégicos. Sus visitas eran muy infrecuentes, y curiosamente no recordaba haberle visto sonreír jamás.
Sus reuniones siempre eran dentro del despacho. En más de una ocasión sintió voces alzarse en alguna que otra discusión, pero Raúl siempre insistió en que eran simples asuntos de negocios.
No tenía ninguna idea de porqué una foto suya tenía como destinatario al tal Martín, pero una sirena comenzó a sonarle en la cabeza. Sofía no era una tonta descerebrada.
Su marido había enviudado antes de conocerle en circunstancias que nunca habían estado del todo claras. Invariablemente cuando preguntaba a Raúl al respecto, la respuesta que recibía siempre era evasiva. Según su marido, el dolor por la pérdida de su anterior esposa siempre le acompañaba y se negaba a tratar el asunto.
Lo único que sabía al respecto, era que había fallecido en medio de un robo nunca esclarecido.
Y estaba el asunto de Martín, que siempre aparecía cuando Raúl tenía problemas. Si bien Sofía ignoraba casi todo de este personaje, tenía algo en claro: no era una persona que perdiera el tiempo. Cada visita de Martín era considerada de importancia por Raúl. Su esposo dejaba todo de lado para atenderle.
Su casa sea parecía a un club campestre a raíz del ir y venir constante de invitados, contactos, socios y amigos. Pero Martín no compartía socialmente nada con Raúl. Cuando venía, lo hacía acompañado por un guardaespalda de aspecto tan sombrío y callado como su jefe.
Sofía se inquietó por lo extraño de la situación. Dejó la foto con su rostro en el mismo lugar que la encontró, como si no la hubiera tocado, y se prometió no preguntar nada al respecto.
Empezó a atar algunos cabos sueltos. Últimamente su marido había estado saturado de reuniones nocturnas, cenas imprevistas y viajes relámpago. Si bien era algo habitual debido a la naturaleza de sus negocios, todo esto se salia de la normalidad.
La situación general empezó a despertarle algunas sospechas que le estremecían. Buscó los resúmenes de las tarjetas para ver los movimientos recientes. Con un par de llamados el cuadro empezó a tomar forma.
Sin dejarse ganar por la ira, comenzó a tejer lo más parecido que tenía a un plan de acción. Aprovecharía que Raúl estaba en uno de sus tantos viajes.
Al día siguiente invitó a la secretaria de su marido a almorzar. Se llevaba bien con ella y le consideraba una chica dulce y atenta. Ya en otras ocasiones habían comido juntas, por lo que su plan no despertaría ninguna sospecha. Por experiencias previas sabía bien que lo mejor era moverse dentro de la rutina habitual.
Terminado el almuerzo, no pudo dejar de sentirse satisfecha por que todo había salido a pedir de boca. Hábilmente había guiado la conversación para buscar lo que necesitaba.
En el almuerzo se había enterado que Martín no sólo era uno de los socios importantes, sino que era el encargado de los trabajos sucios. Convencía a los incobrables de pagar usando diversos medios violentos y extorsivos. También se encargaba de investigar clientes, buscaba informes financieros, datos policiales, asociaciones y conexiones con la mafia y el narcotráfico.
La secretaria de Raúl también le había confiado algunos secretos sobre el pasado de Martín.
De origen pobre, se había iniciado como prestamista y a fuerza de mucho batallar, había amasado una incipiente fortuna basada en una gran cartera de clientes. Jugadores compulsivos muchos de ellos. En ese punto se habían conocido con Raúl y su marido le había asociado para ocuparse de los casos difíciles que, sobre todo, requerían gran discreción.
Había obtenido un dato muy importante para sí misma: se le consideraba un gran mujeriego. La bella secretaria no podía decirlo por sí misma, pero su fama de galán venía asociada con violencia en el mundo de los negocios. Hasta ahora para Sofía, lo que había averiguado le resultaba perfecto.
Salió del almuerzo ya con algunas ideas para trabajarlas detenidamente.
Si no entendía mal toda la situación, ella misma se había convertido en un «caso difícil» para Raúl. O posiblemente en un estorbo.
Pero lo más seguro es que Martín le tuviera bajo vigilancia y muy probablemente no sólo estaba al tanto de sus propios amoríos, sino de todos sus movimientos. Eso era lo que más le inquietaba ahora. Se arrepentía de no haber sido más discreta y cuidadosa con sus amantes. Comprendía que su actitud de despecho ante Raúl finalmente se había vuelto en su contra.
En los próximos días, pensaba con urgencia, debía trazar un cuidadoso plan.
3. La trampa
En los días siguientes, Sofía se dedicó a visitar asiduamente a su «querido» esposo, intentando hacer lo necesario para coincidir en los momentos en que Martín estuviera por allí.
Raúl era muy previsible en sus movimientos diurnos, que se limitaban al despacho de casa y la propia oficina. Reconocía fácilmente el auto de Martín de las veces que había aparcado en su casa.
Como estaba segura que Martín seguía sus movimientos, comenzó por ser generosa al dejarse ver tras los ventanales de la casa. Nunca había visto el auto de su vigilante cerca, por lo que asumió que el espía usaba algún tipo de cámara con óptica potente. Por eso, nada mejor que admirar sus encantos más ocultos mientras vestía su mejor lencería. O mejor aún, sin vestir absolutamente nada.
Su juego consistió en incitar el ojo atento de su espía personal. Motivarle y seducirle poco a poco era el objetivo inicial.
Quitarse el sostén, salir de la ducha sin vestir y secarse detrás de los ventanales mientras estaba bajo la atenta mirada del hombre, se convirtieron en acciones habituales que conformaron un pasatiempo sensual que también empezó a excitarle.
Pero no debía perder mucho tiempo. Debía establecer un vínculo con Martín y era necesario hacerlo cuanto antes si quería tener éxito. No había forma de saber cuánto tiempo tenía hasta que le asesinara.
Sabía que Martín pasaba tiempo en la oficina cuando no le vigilaba. Así es que comenzó a frecuentar la oficina con la excusa de buscar a Raúl justamente cuando su marido no estuviera para lograr de algún modo que Martín le diera algo de atención.
No le quedó más remedio que forzar un encuentro casual. Inventó una posible inversión de su propio dinero y la necesidad de asesoramiento en futuros posibles negocios. Sofía le mencionó a Martín que Raúl estaba demasiado ocupado como para darle algo de atención a sus pequeños ahorros.
Galantemente, el socio de su marido se ofreció a explicarle las diferentes opciones de inversión dentro de los alcances de la misma empresa. Así logró comenzar con unos pocos encuentros personales.
Tras cuatro o cinco reuniones, el socio se había vuelto bastante agradable en cuanto al trato. Sofía sabía bien que el espectáculo que daba en los ventanales de casa contribuían a la buena voluntad de Martín.
Hábil y galán, el socio de Raúl era bastante apuesto, debía reconocerlo. Con el fluir de los días y durante el asesoramiento, sutilmente Sofía había pasado de conversaciones financieras a temas menos profesionales.
Según lo veía Sofía, tener cerca al investigador le ponía justamente bajo los dominios en donde mejor podría jugar una mujer como ella.
No era fácil seducir al hombre que debía ponerle una bala en la cabeza, por lo que el esfuerzo requirió de todas sus habilidades, encantos y sobre todo, discreción. Necesitaba que el socio-investigador de su esposo bajara la guardia en el momento justo. Ni antes ni después.
Si no era un café, era un almuerzo imprevisto, o una pequeña reunión antes de la cena.
Lo cierto es que Sofía había movido los hilos lo suficientemente bien como para llegar al intercambio de mensajes amigables, secretos y hasta de doble sentido. Sabía que Martín tenía pareja y estaba su marido, por lo que la discreción era muy apreciada por ambos.
Había tranquilizado al socio con una actitud cauta y tranquila. Y después de unos pocos encuentros era evidente que el socio de Raúl comenzó a sentir una gran atracción hacia ella.
En los encuentros debió trabajar cuidadosamente los detalles. Una inocente transparencia que dejaba ver algo en el momento preciso, botones mal abrochados, perfumes y acercamientos se habían convertido en los medios para llevar a su interlocutor justamente a donde le quería para su cometido final. Martín podía ser agradable cuando se lo proponía y también podía considerarle atractivo. Pero tenía una bala con su nombre, lo que no era algo fácil de olvidar.
Cuando Sofía consideró que la relación estaba en su punto justo, recorrió la ciudad buscando un restaurante que sirviera a sus propósitos.
Visitó muchos lugares. Algunos exclusivos y otros de menor nivel. De un modo u otro, encontrar lo que necesitaba se volvió exasperante y difícil. Se estaba resignando a trazar otro plan, cuando encontró con un pequeño local italiano en un rincón alejado de la ciudad.
Estaba ambientado a media luz y sumergía a los comensales en una íntima semipenumbra. El toque personal de las velas en el centro de las mesas, así como las plantas interiores facilitaban a los enamorados esconderse de miradas indiscretas. Había un sector de mesas con asientos de tipo sofá circulares. Allí los manteles casi llegaban al piso. Parecía una postal de los años ’60 preparada para una película romántica.
Perfecto, pensó con el corazón latiendo fuertemente. Identificó la mesa que más le convenía y se aseguró que aceptaran reservaciones. Con paciencia, pensó que debería esperar algunos acontecimientos para dar el siguiente paso.
Esperó a que Raúl le surgiera otro un nuevo viaje de negocios. Esta vez estaría ausente por unos cinco días. Más que suficiente para lo que había planeado.
Esa mañana lo despidió en el aeropuerto. Reservó la mesa en el restaurante que había elegido y, segura de sí misma, llamó a Martín para ver si esa noche estaba disponible para cenar. Inventó cualquier excusa sobre alguna posibilidad de inversión que había escuchado por allí. Martín accedió rápidamente.
Al colgar, volvió a llamar al mismo restaurante para reservar otra mesa cambiando su nombre y ocultando su timbre de voz. Esa otra mesa estaba exactamente enfrente de la elegida y la quería vacía. Trató así de asegurar su plan de acción, porque requería que tanto Martín como ella estuvieran a salvo de mirones indiscretos.
Habían quedado en encontrarse en el interior de una galería comercial porque, si bien Martín se sentía un poco más libre ante el viaje de su socio, no quería provocar problemas con Raúl ni tenerlos en su propia casa. Necesitaba ser discreto. Después de saludarse inocentemente, fueron al restaurante en donde se sentaron en la mesa reservada por Sofía.
Cuando Martín le cedió el paso, se ubicó bien atrás en el sillón circular. Animó a Martín a que se le acercara lo más posible. Sus cuerpos quedaban bien cubiertos por el largo mantel que cubría la mesa.
Durante la cena hizo lo necesario para seducirlo con todas las armas que tenía disponibles. Trató de rozar inadvertidamente sus piernas con las de Martín, algunos toques en las manos y en los brazos. En ocasiones se acercaba lo suficiente como para llenarle de su aliento. En un momento hasta decidió tocarle las piernas con sus manos, acariciando el interior de sus muslos.
Martín no sólo estaba relajadamente complacido, sino visible y notoriamente seducido por su presencia. Si algo caracterizaba a Sofía era su encanto personal. Sabía cómo caerle bien a las personas. Siempre había sido entretenida, culta y llevaba intuitivamente bien cualquier tipo de conversación.
Ya entrada la noche Martín mencionó que era hora de terminar el encuentro. Haciendo un mohín de desencanto, Sofía hizo referencia a toda la asesoría que él le había dado gratuitamente y el tiempo que había perdido en aconsejarle ¿Cómo podría ella pagarle las molestias? El socio de su marido comenzó a esbozar una respuesta cuando de pronto le miró visiblemente extrañado.
Sofía había deslizado su mano bajo la mesa y, oculta por el elegante mantel que llegaba al piso, acariciaba la entrepierna de Martín. El momento perfecto había llegado, y sin ningún testigo indiscreto a la vista, Sofía desabrochó el pantalón de su acompañante y siguió acariciándole. No había ningún motivo para detenerse y era un buen momento para que su potencial asesino pasara un buen rato. Nada mejor que hacer este momento inolvidable, pensó.
Una etapa más de su plan, ya estaba en marcha. Sabía que de un modo u otro, su tiempo se agotaba.
4. Atando cabos
Los días siguientes a la cena, resultaron estresantes. Había sido difícil controlar a Martín, pues le conocía lo suficiente como para saber que su carácter era galante para con ella, pero también podía ser impulsivo. Como todo mafioso, escondía una imprevisible personalidad que podía explotar ante cualquier provocación, que era lo que justamente Sofía necesitaba.
Hasta ahora todo marchaba bien. Raúl había vuelto de su viaje de negocios y esa mañana estaba listo para ir a la oficina. Como tantas otras veces, esa noche llegaría tarde por una reunión de negocios. Menudo golfo su marido. Seguramente fornicaría con alguna ramera de turno. Pero ese pensamiento no le inquietó en lo absoluto. Sabía que ahora Martín estaba sentado en su auto, esperando su mensaje de texto mientras Raúl creía que le estaba controlando para asesinarla en el momento oportuno.
Raúl se despidió y cerrando la puerta principal, fue directo al coche para ir rumbo a la oficina. Sin perder tiempo, Sofía se duchó rápidamente y cambió las sábanas de su cama por otras de seda. Preparó una cámara web que escondía entre los objetos de su tocador. Se aseguró que estuviera filmando directamente a la cama. Prácticamente era diminuta e invisible. Finalmente, quitó la llave de la puerta y envió un mensaje de texto a Martín, avisándole que podía entrar, aunque estaba segura que éste ya lo sabía.
Conocía de memoria el puesto de vigilancia de su posible asesino y estaba segura que había visto alejarse a su marido. No descartaba que le estuviera espiando a través de la ventana del dormitorio. Se recostó desnuda sobre la cama, cubierta sólo por las suaves sábanas que había elegido.
Después de algunos minutos de espera, sintió la puerta abrirse y el sonido de unos pasos que después de unos momentos, dejaron ver la figura de Martín en el marco de la puerta de su dormitorio.
Mientras el hombre, visiblemente excitado comenzaba a desvestirse, Sofía quitó las sábanas que le cubrían dejando ver su hermoso y espléndido cuerpo.
Cuando Martín dejó el apartamento, se bañó nuevamente tratando de quitarse las huellas del encuentro. Calculó cuidadosamente el tiempo para que tanto Martín como Raúl estuvieran juntos en la oficina.
Se vistió y revisó la filmación.
Sonrió con malicia al descubrir que su rostro y el de su amante se veían perfectamente identificables. Quitó la memoria y la insertó en su computadora portátil. Abrió el correo y envió el archivo de video directamente a la cuenta personal de Raúl. La que usaba para asuntos confidenciales y que nunca era revisada por otra persona que no fuera él.
Tomó un par de maletas que había preparado anteriormente y, abriendo la caja fuerte, retiró todo el efectivo que había podido juntar en esos aciagos días. Se deshizo de las tarjetas de crédito y finalmente eliminó su viejo celular. Abrió un nuevo teléfono y le insertó un chip con un número nuevo.
Salió con las maletas y un bolso de mano en busca de un auto que había alquilado. Buscaría un hotel en algún área lejana para que fuera difícil su rastreo. Después de recibir la filmación, sabía que si su plan fallaba, Raúl le buscaría hasta el fin del mundo para matarle él mismo. Ya no había marcha atrás. A pesar de sus lógicos temores, se regocijó al pensar que si todo salía según creía, el plan le recompensaría con su propia libertad.
Lo que siguió a continuación, no pudo verlo por sí misma, dadas las circunstancias.
Después de enviar la filmación de su encuentro, se alojó en un motel para recluirse durante algunos días. Su intención era alejarse hasta que las aguas se aquietaran si algo salía mal. Posteriormente se enteró por testigos del caso que las cosas funcionaron como lo había previsto, o casi.
Al recibir la filmación, Raúl estaba furioso. Sofía sabía que en el cajón del escritorio, su marido escondía una pistola.
Según refirieron los testigos oculares, Raúl completamente fuera de sí, buscó intimidar a Martín a punta de pistola. Incluso se sintió un disparo que falló por poco. Las cosas se volvieron algo confusas y según algunos testimonios, el enojo y la violencia que se desataron fueron incontrolables.
Hubo una lucha y durante el forcejeo, Raúl resultó mortalmente herido por un segundo disparo que le perforó el cuello. Martín fue procesado y se le detuvo por la muerte de su socio. Pero el caso se planteó como de legítima defensa.
Durante el juicio, salió a la luz la relación amorosa de Sofía con el acusado, pero no pudieron encontrar ninguna prueba incriminatoria contra ellos. La viuda terminó haciéndose cargo del negocio familiar. Martín siguió siendo un socio eventual de la firma.
Pasadas algunas semanas, siguieron viéndose muy discretamente y, después de algunos meses, terminaron viviendo juntos.
Ahora se disponía a viajar a las Bahamas, en donde Martín le esperaba para pasar unas relajadas vacaciones.
Con buen humor, Sofía seguía aguardando en la fila para el check-in y deleitarse luego con un café acompañado de donas.
La única pregunta que tenía para sí misma era ¿Cómo diablos iba a eliminar a Martín? Después de todo, estaba dispuesto a quitarla del medio por encargo de Raúl. Eso era algo que no estaba dispuesta a olvidar.
Pero en realidad, el tema no le preocupaba demasiado. Sabía que algo se le ocurriría.
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