Subiendo poco a poco con mi micrografía,

de apreciados pasos lentos y atareados,

pareciéndome en lo posible a los que escriben,

llego absorto donde guardo mis poemas,

estáticos, serios, mansos y olvidados.

.

Justo al sur de lo que era antaño mi cabeza,

y delante de mi colección privada y exclusiva,

está el enorme repertorio de mis penas,

pasan me saludan sonriendo,

y me presentan algunas de las nuevas.

.

En el revés de mis ambas manos,

por purísimo sufrir, sé que están vivas,

están atareadas mis silentes desazones,

entusiasmadas me sonríen,

y me prometen que algún día va y se van de vacaciones.

.

Me he inventado mil y una religiones,

a mis escrúpulos adaptadas todas ellas,

y para que siempre les convenzan que soy noble,

he hecho un montón de comodines,

todos ellos parecidos, por supuesto, disfrazados de perdones.

.

Entre mis versos y mis averiadas manos,

están hacinadas las maltratadas teclas,

regresando mudas, sin que te sugieran nada,

dejando huellas previsibles,

por el injusto golpe en plena cara.

.

Entre mis poemas y yo, hay la costumbre,

que cuando llegue el barullo de palabras,

aunque vengan todas llenas de borrones,

que no fabriquen frases limpias, presumidas,

solo versos, bien repletos, si es posible de razones.
.

Y así es mi alocada poesía, nace orgullosa,

poco después se torna tímida, indecisa, indefinida,

dicen que mar, otros desértica y por qué no, ambas arenas,

solo así, prevaricando, saltándome las reglas,

he podido poner fin a este poema.

P.D No sé por qué, me recuerda este tango bailón y compadrito… «La Carancanfunfa». (El choclo).  

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