
Siempre me había cerrado a las relaciones; los problemas físicos me hicieron una persona huraña. Mi pierna era la de un pelele, desde que sufría el terrible accidente de circulación siendo un niño. La vida me había privado de una apariencia atractiva, ya que la inclinación de mi espalda era notable, para compensar espacios y peso.
Mi proyección de futuro era mínima; solamente vegetar en mi puesto de trabajo como Administrativo en la Facultad de Derecho. El carácter se me fue agriando poco a poco, convirtiéndome en una persona solitaria e insoportable.
La cabeza me daba vueltas sin cesar, tenía que conseguir no ser invisible para la todavía inalcanzable Isabel; una fiera del Derecho Romano, muy próxima a la obtención de su Cátedra.
Fuí tramando un plan; robar de la zona privada del Jurado las preguntas del próximo examen que mi soñada tenía que superar. Ya buscaría momento de encuentro para facilitárselas, y ella no tendría más remedio que acceder a mi cita. Como único cómplice tenía la muleta que utilizaba para deambular en mi día a día. Fingir un exceso de trabajo y quedarme solo en la Facultad para que la oscuridad fuera mi aliada, ese era el plan.
Frío día. 1 de Febrero. 18,15 horas.
Abro puertas, cierro puertas. Acerco una escalera rodante para acceder a la cuarta estantería, y casi como una cabra circense trepo con una pierna, un guiñapo colgante y una muleta. Nervios, un vahído… y caigo al vacío. De repente la nada. Solo noto humedad roja emergiendo de mi cabeza. Con una mueca sonriente repaso este y el anterior último momento.
Si yo no hubiera descubierto in fraganti a mi padre acariciando los pechos infantiles a mi prima Cecilia, si cuando mi madre me vió pálido y nervioso no se lo hubiera contado y si ellos no hubieran discutido violentamente en el coche rumbo a la playa, yo tendría mi pierna… y quizá una familia feliz con Isabel.

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