La Estrella del Circo

LA ESTRELLA DEL CIRCO

Sin más preámbulo que mi humilde arrogancia, que me ha llevado al colapso de mi propia serenidad, aplastando de manera inmediata mi integridad, me dirijo al escenario, a dar la cara a esos monstruos cubiertos con máscaras, muy bien diseñadas para ocultar su desdicha, sus vergüenzas, sus secretos, y esa personalidad tan falsa como las retorcidas consonantes con las que me dicen “hola”.

El camino es largo. Mas, sin embargo, tengo la confianza de no perder mi equilibrio y doblegarme ante tantas miradas de cientos de fantasmas con complejo adormecido de superioridad. Mírate, mírame ¿que nos hace diferentes? Si me parezco aquel que yace en una tumba que es fielmente resguardada por dos perros que tienen la fe de que su amo se levantara para seguir dando gritos de dolor en este enorme eco, que no tiene orilla y si mucha desolación. Mírame hasta que te hartes, no causaras ningún efecto en mí, los sonidos de tus gruñidos al pronunciar tu palabrería, solo son gritos de espanto al saberte adormecido, en un gran pozo donde estas condenado a pasar la eternidad, y por única compañera que lo negro de tu conciencia.

No me asustas, no te temo ni en lo más mínimo, tu reflejo en el espejo no es más que un intento fallido de querer aparentar lo que nunca has sido. Una marioneta sin luz propia y siempre guiada en el camino equivocado. Tus halagos son tan bienvenidos como lo son los buenos dias que me da el diablo. Todos y cada uno aquí presentes se revuelcan en sus retorcidos egos que los quema como brasas incandescentes y los hace podrirse en su veneno poco a poco. Cientos de entes de ambulantes es lo único que alcanzo a percibir en mi camino al escenario, cientos de rarezas que me miran como esperando mi tropiezo. Ríen, gritan, gimen, gruñen, taladran mis oídos con sus actos, mas no mi esencia y entre más avanzo en mi camino al centro del espectáculo, más se alborotan sus instintos. No me doblegaran, mientras camino, el payaso me saluda falsamente, la mujer barbuda me brinda la más apócrifa de sus sonrisas, el enano me hace una mueca de gracia sin gracia, el hombre bala también me sonríe hipocritamente, y todos los animales del circo, aplauden mi presencia de manera casi obligada. Y por fin ahí están ustedes, con sus máscaras perfectamente bien alineadas con la hipocresía y la falsedad. ¿de verdad creen que me harán retroceder con sus miradas llenas de filosos cuchillos lanzados contra mí?

No te ofendas, ni te aflijas, porque por más que quieras salir de tu propia inmundicia jamás podrás igualarte a “la estrella del circo”…

Autor: Carlos Samuel Parra.

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