El otoño.
Sus octubres marchitos que crujen a mis pies.
Lázaro arrastraría, por tu recuerdo ciego, con tiento su andar…
Así mis pasos hoy
porque no quiero despertar tu mirada cuando duermo.
Que no despierte el vino,
la mordida a un higo fresco tu boca,
la planta que robaba nuestro jadear
y la muerte desgranando al tiempo;
que no despierte el mucílago de tu voz en mi piel, los invidentes besos,
el sí
que entre brazos exhalamos,
el no
que arrulló al cansancio de los dos.
Veo desde ayer,
lo que hoy,
mañana no será.
Veo las huellas del infante cuya fuga lo hizo hombre,
quemadura,
ampolla,
cicatriz.
Veo su añoranza,
su infinita mengua
que de soledad creciente
lo llena y no.
Recoge sus pasos, hace granito los nuevos
como si el alma no hubiera yacido,
como si el tedio no escaldara,
como si la oquedad fuera lo indoloro que dejamos entreabierto
como si la vida no me diga siempre que alguna vez, entre besos y promesas, te amé
como si existiera el tiempo.
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