Me fumo un cigarro, ya van dos, cuatro, cinco y se apaga, se apaga porque vivo en el pasado que, constantemente, se agarra de la mano del futuro como si su existencia colgara del hilo de la incertidumbre: no debí, debí, no quise, quise, si no hubiera, si hubiera, y si, y si no, ayer, mañana, culpa.
¿Culpa? Culpa, siempre ha sido la culpa que carcome mis entrañas, que me hace repasar tu cara, tus -en realidad nuestros- lugares, tus formas, tus actitudes, tus agresiones y tus gritos.
¿Gritos? eran reales tus gritos? creo que sí, tenían la peculiaridad de romper todos los vidrios si se trataba de manifestar tu ira, tu violencia, tu odio.
¿Odio? Sí, odio, por mucho tiempo me odiaste, sin embargo, nunca lo demostraste, nada ni se vio afectado, a excepción de mis oídos y mi mente.
Mente, ¿dónde está mi mente?, quizás se quedó contigo en los hubiera, en el amor que no pude entregarte, en la constante, en medio, en nada.
¿Nada? Nada, la nada me atrae y me asfixia, es mi cable a tierra porque le tengo miedo, por eso mi corazón se aprieta y despierto, despierto metafóricamente porque llevo 24 horas sin cerrar los ojos.
Entonces vuelvo al presente y en él espero -te espero- que devuelvas mi llamada -mis llamadas- y me digas de una vez por todas que te de silencio, silencio que no puedo -ni quiero- regalarte porque me di cuenta de que tú, la emisora de este escrito, eres al mismo tiempo la receptora a quien le dedico todas las palabras mencionadas.
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