Microrrelato: El recuerdo de trascendencia

El recuerdo de trascendencia


Conocí a mi abuelo cuando él tenía 92 años, fui su último nieto antes de que muera. Ahora, yo tengo su edad y soy el único con vida que lo conoció en persona, no solamente en fotos y videos cuya significancia pierde sentido sin su correspondiente contexto. Cuando yo perezca, su nombre será un dígito más en el Registro Civil y su tumba tendrá cada vez menos visitantes durante el Día de Difuntos porque su trascendencia ya no estará encapsulada en la memoria humana y las acciones que hizo en vida serán olvidadas para siempre por las generaciones venideras.

Mi abuelo era un hombre simple y sencillo como millones que existieron alguna vez en la faz de la Tierra. Los individuos que no marcaron la historia de la humanidad con sus actos y presencia no son dignos de plasmar en los libros y en la memoria colectiva debido a que fueron devorados por un anonimato que jamás será reivindicado. Más aún, considerando que la invención de la fotografía y el video son relativamente recientes, por lo tanto, su integridad y espiritualidad como personas nunca podrá ser eternizada.

El recuerdo humano almacenado y guardado en neuronas, no en dispositivos tecnológicos u otros aparatos externos, y vivido en primera persona muere en el último y más joven ser que mi abuelo conoció antes de partir de este mundo, yo. Solo quedan objetos que pierden significado, historias que se convierten en rumores y fotografías cada vez más anónimas y amarillentas cuya esencia muere en la última y más longeva mente humana.

La historia se repite; el último de mis nietos me conocerá en vida cuando tenga 93 años, luego me rememorará a través de las acciones y sentimientos que le trasmití y de las que fue testigo. Pero con su muerte, yo seré olvidado al igual que mi abuelo y un sinnúmero de antepasados que cayeron en tal cruento destino y que solo gracias a los antiguos registros de bautizo y matrimonio, al menos, se conoce su nombre plasmado como uno más en el árbol genealógico.

Sin embargo, lo reconfortante e inevitable es que cuando el fin del mundo llegue; extinguirá las pruebas de existencia de la humanidad entera. El recuerdo de la trascendencia se esfumará para siempre tarde o temprano, incluido el de Aristóteles, Jesús, Leonardo da Vinci y Mahatma Gandhi. De esta manera, la sensación de insignificancia y los dilemas existenciales que han atormentado a millones a través de la historia serán borrados sin importar su origen e importancia en el momento en que se produjeron porque ni siquiera el tiempo tendrá el valor que el propio ser humano le ha conferido.

Solo el fin de la civilización humana con toda su muerte y destrucción permite la aplicación de la ley más justa e igualitaria a la que se ha sometido a los individuos. No importa lo que hayan hecho o no en vida, de todas maneras, serán olvidados y su recuerdo de trascendencia decaerá en el anonimato sin excepción ya que las ruinas y el testimonio de existencia no serán suficientes para recrear la historia de la humanidad. El fin del mundo, o al menos de una etapa de civilización, no ocurren de inmediato, pero llegan a un punto cúlmine en el que se reemplazan las pruebas de la trascendencia por espacios vacíos de insignificancia y olvido perpetuo.



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