No me gusta que me digan lo que tengo que hacer.
Toda la vida estuve atendiendo órdenes de cualquier autoridad, familiar o no, sin animarme a transgredir las reglas. Esa imagen de la niña del vestido impecable, me hace trizas hoy, de pensarla tan ingenua y tan sumisa a través del tiempo.
Creo que mi primera revolución fue teñirme el pelo y afrontar el qué dirán de las señoras distinguidas del barrio, que asociaban esto, a ser una “mujer fácil”, como le decían en esa época. Cuando el color tomó mis capilares me sentí reina y señora de algo: mi pelo.
Miles de colores, muchos, producto de prueba y error casera, pasaron por mi cabello. Pero eso no me alcanzó. A los 16 fui a una peluquería y señalando una revista le dije “este” apuntando con el dedo a una modelo de esa época con un corte bien corto, lo cual hoy conocería como “pixie”. En ese momento pasó a ser el hazmerreir de los chicos del barrio. Me pusieron un sobrenombre masculino, y cada chiste era motivo mi pelo corto de risas. Claro, nadie se cortaba el pelo “a lo varón”. Todas venían del pelo largo inmaculado del 15 y era imposible pensar para esas chicas tocarse su preciado o impuesto pelo largo.
Fueron momentos difíciles, no era simple crecer con la burla. Pero eso no me iba a parar, ya que experimenté miles de estilos dentro del pelo corto: carré, pixie, bob y quien sabe cuantos otros de los cuales no conozco el nombre. Más se reían, más me lo cortaba.
Algunos dicen que es un exceso de energía masculina el llevar el pelo así. Yo creo que además de ello, denota una persona que desea despojarse del mundo, que quiere atravesar o está ingresando en un nuevo ciclo. Habla de una persona libre, o que quiere serlo. Sin ataduras, sin deberes.
En ese momento no se usaba la palabra “empoderada” pero así me sentía yo. Con miles de sobrenombres y risas, seguí llevando mi pelo como estandarte, como una manera de decir aquí estoy yo.
Con los años me di cuenta que si bien el pelo es una cuestión de actitud, me estaba faltando más actitud, ignorar más a las personas que se burlaban de mi imagen, de mis acciones, de mis pobres decisiones. Y digo pobres, porque de adolescentes fueron pocas las decisiones que tomé por motus propio. Las demás, venían por una especie de canal persuasivo de los alrededores que me terminaron convenciendo que eran mejores que las mías propias.
Hoy en día sigo usando pelo corto. Sólo una vez logré volver a tener el pelo largo, pero cuando dejé de disfrutar, volví a cortarlo.
Cada vez que voy a la peluquería es una fiesta para mí. Intuyo que para la peluquera también.
Cada vez que corto mi pelo siento que no solo apuesto a la practicidad, sino hago algo que realmente elijo y no me dejo jamás llevar por ningún tipo de apreciación externa.
Somos mi pelo y yo, mis deseos y yo, mis elecciones y yo.
Nada que ver con Sansón, yo cada vez que me corto y me siento linda, me siento más fuerte aún.
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