Yacía frenéticamente encrespada de nervios junto a una mesa de luz oscura que soslayaban su frágil estado de ánimo, sobre el decrépito mueble iluminado por una vela melancólica, había un vaso de agua, había un retrato de su madre muerta similar a un cráneo blasfémico. Estiró la mano para acariciarle unos supuestos rulos cenicientos, pasmosamente rígidos como un mármol de una tumba oblicua. Llevó su mano a la boca, unió sus almas en el instante en que sus cansados ojos se cerraron sobre la vigilia de aquel consabido llamado inoportuno.
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