120 minutos:
Los pasos eran lentos, extenuantes, incluso pesados; el día estaba completamente nublado, mientras la neblina comenzaba apoderarse de apoco del lugar, parecía que el clima conocía el funesto de la familia.
El ropaje negro, empezó a verse con gotas cristalinas, que pronto se amalgamaron con las lágrimas que se derramaban.
El pequeño tomaba la mano de su madre, se afianzaba a ella mientras el paso comenzaba a cesar, era ignorante ante la situación, no podía saber lo que sucedía, en la madrugada el sonar del teléfono les hizo despertar.
- ¿Qué sucede?- contestó en un susurro aun somnoliento y raquítico la mujer, mientras lograba notarse la aprensión en su voz, ante aquella llamada anómala, que daba lugar a tan tardías horas.
Pronto dejó de escuchar lo que la voz del otro lado a la línea musitaba, parecía que lo más sórdido le había sido bisbiseado, y solo tomó lugar en una de las orillas de la cama, para poder sollozar, intentando no alarmar a su pequeño, que yacía acostado a un lado del parvo buro. Sin embargo, terminó por ser una misión fallida, ya que pronto los ojos del niño comenzaron a visualizar a su madre, cuya calidez no se encontraba reposando a su lado, como normalmente lo hacía…
Al exterior de la iglesia en la que cesó el paso, se visualizaba una ventana ojival, mientras que la estructura primitiva, podía intuirse por la diferencia entre el aparejo irregular de canto rodado, con el que se veía levantado el primer nivel de los paramentos y los ornamentados muros de ladrillo del nivel superior.
Entrando a la imponente estructura, se escuchó el rechinar de algunas bancas, la madera era provecta, comenzaba a levantarse por la humedad de la temporada, las sombrillas se cerraron y los abrigos comenzaron a quedarse quietos en algún punto del lugar.
Los ojos del infante, pronto hicieron un recorrido entre todas las caras familiares que albergaban el sitio y finalmente, contiguo a la colosal puerta del lugar, se encontraba sosegado su abuelo, quien a diferencia de los demás parecía no haber derramado lágrima alguna, la pesadumbre y melancolía hacían una completa ausencia en su rostro bonancible.
Detuvo un poco más la mirada en su abuelo, y finalmente después de unos cuantos minutos y segundos antes de la llegada del padre, decidió dirigirse a la banca donde se encontraba.
- ¡Mamá, iré con el abuelo! – exclamó con beatitud, desciñéndose del afianzado agarre, y sin detenerse a obtener su aprobación.
- Nuevamente una banca se escuchó crujir cuando llego al lado de él, no hubo palabra alguna, pero si acogió un abrazo de este, uno como aquellos con los que le recibían en la cálida casa de sus abuelos, y a pesar de eso, parecía haber algo diferente, pero era un niño, no podía saber lo que sucedía. – La abuela y mamá no parecen estar muy felices, llevan llorando todo el día, ni siquiera hemos podido ir a jugar- no recibió respuesta alguna, su abuelo esbozó una pequeña sonrisa, mientras se levantaba flemáticamente de la banca y comenzaba a dar pasos fuera de la iglesia, el pequeño comenzó a seguirle.
- …
Se detuvieron frente a los juegos que se encontraban al pie de la iglesia, mientras que se sentía como el viento arañaba con sus manos la piel del niño, lograba incluso calar en los huesos, mientras arrasaba con las hojas que sucumbieron con el otoño, y hacia escuchar un arpegio a lo largo de su escarpada aparición, el gastado hombre tomo lugar en una de las bancas de cemento, e ínsito al pequeño a posarse a un lado de él.
- – La primera vez que te traje a un parque, eras tan solo un bebe de meses, tu mami se preocupaba demasiado, me hizo sentir como un vejestorio primerizo, cuando tu hermana nazca, asegúrate de llevarla al parque- la imperturbabilidad en su voz se hizo notar, junto al característico desgaste de su edad.
- – ¡¿Tendré una hermana?!- exclamó con una majestuosa sonrisa, mientras hacía evidente su emoción; su abuelo soltó una pequeña riza al mismo tiempo que asentía.
Mientras el pequeño se levantaba para ir a uno de los columpios, el señor de canas checo su reloj, para después decir a modo de murmullo,- van 20 minutos-, se levantó nuevamente de la banca y se dirigió al niño, para ayudarle en la difícil tarea de columpiarse, aunque pronto se acostumbró, haciendo con sus pies un movimiento mientras los mecía, logrando ascender y descender sin ayuda alguna.
Pasados 10 minutos más el vestuoso señor se dirigió a la barandilla del lugar, mientras el niño daba zancadas pequeñas en un intento por alcanzarle.
-¿ A dónde vas?- dijo al fin cuando logro pararse a su lado
-Por el momento a ningún lado- se escuchó en una voz pomada, en un melodioso y dócil movimiento comenzó acariciar el cabello del infante, cuya piel blanca cual nieve, comenzaba hacerse de un carmesí por el frio ensordecedor; el abuelo pronto comenzó a sacar una cajetilla de cigarros que contenía al interior de su bolsillo.
- -“¿Vas a fumar?”- en una cariacontecida expresión mostró su inconformidad ante la situación, pues siempre que su abuelo fumaba le hacían alejarse de él, adentrándolo a la casa; sin embargo fue una mueca que desapareció cuando recibió la negación de su abuelo, quien sorprendentemente, desecho la cajetilla.
- -“Van 40 minutos”, debemos regresar a la iglesia- comentó al mismo tiempo que se ponía a la estatura del castaño, para cerrar el abrigo que traía puesto, y le musitaba a su oído, “tus mejillas parecen unas pequeñas manzanas”.
- …
- Cuando las puertas se abrieron, tomaron lugar donde anteriormente habían estado, y nuevamente los ojos de un niño comenzaron a viajar por la vieja iglesia, deteniéndose abruptamente en su madre, parecía que su llanto incrementaba cada vez más, incluso comenzaba hacer una sinfonía con las notas que hacia el chocar de las hojas al suelo y el viaje que tenían entre el rocoso de la naturaleza con el viento, que comenzaba a llevárselas en las afinadas olas turbulentas. Y una vez más seguía sin saber lo que sucedía, no recordaba haber tenido un comportamiento tan inapropiado e inadecuado para que ella llorase tanto, pero entonces escuchó el nombre de su abuelo ser pronunciado por los rojizos labios de su madre. Como si una lluvia de miles de razones y silencio cayera; la renuente sensación en su hombro comenzó a pesarle, así que rendido ante ello volteo para encontrarse con la mirada lastimosa de sus parientes y como si millones de bocas le hubiesen dicho lo que sucedía, volteó a su abuelo;
- -¿Por qué está llorando mamá?- silencio, silencio y más silencio, no hubo respuesta alguna, así que una vez más musito en una casi desesperada pero tranquila exclamación osada.
- -¿Por qué está llorando mamá?- y de igual manera solo obtuvo por respuesta el doliente y afligido ruidoso silencio, volteo nuevamente, para encontrarse con las miradas hacia él.
…
Pronto el estruendoso de las campanas se escuchó en el melodioso de la zarpada de las aves, la misa había dado fin, su abuelo sonrió nuevamente, y entonces casi inaudible dijo;
- Van 60 minutos…
“Cruzaré mares y montañas para verte, te tocare piezas, en notas afinadas y te compondré un Valls, para visitarte en un cielo, viajando con las nubes que se unen a los pequeños rayos de luz que un majestuoso nos ofrece”
A la salida del templo todos comenzaron a dirigirse a un nuevo lugar, el niño estaba tomado de la mano de su madre, parecían seguir al gran cajón frente a ellos, no podía visualizar a su abuelo por ningún lugar.
El arduo trabajo de cavar comenzó cuando llegaron al panteón, algunas gotas caían de las hojas que aun lograban mantenerse en los arboles a pesar de la temporada, mientras el aire comenzaba una composición con las lágrimas desenfrenadas de todos los ahí presentes. Y entonces sus pequeños ojos vieron recargado a su abuelo en uno de los árboles.
- -¿Cuántos minutos más vas a contar?- le dijo a su abuelo cuando logró acercarse a él, tras un pequeño suspiro melancólico, le contestó;
- -Faltan 30 minutos- trago saliva para poder proseguir- pensé que el día más feliz de mi vida sería cuando uní mi vida a la de tu abuela, aquel día prometí amarla…-guardo silencio por un momento y continuo- le prometí amarla hasta la muerte y fueron más de 50 años en los que le regalé mi vida, no me equivoqué, ese día fue uno de los más felices, pero cuando tu madre nació, me sentí realizado, cuando tengas a tu primera hija en brazos sabrás de lo que hablo, espero que cuando te enamores puedas valorar, no siempre te quedas con la persona que realmente amas, pero no podría pedirte entender eso, eres un niño aun, uno que hizo mi vida muy feliz, el día que tu llegaste a nuestras vidas, sentí que había cumplido mi propósito en este mundo -esbozo una sonrisa más al pequeño y comenzó a caminar hacia donde se encontraba el tempestuoso cajón, paso sus dedos por su calidez- parece que no me equivoque- bisbiseo- poco a poco y en leves pasos se acercó a su hija, quien se aferraba a la foto de su padre, tomo uno de los cabellos que posaba en su frente y lo atoro en la parte trasera de su oído, al cual después se acercó susurrando en él un pequeño adiós, uno cálido pero no eterno, uno que le daba una bienvenida a un hasta luego.
Aquel abuelo comenzo su caminata hacia la naturaleza alejada de la familia.
- El niño comenzó a seguirle nuevamente, pero esta vez no lo alcanzaba, sus pies no podían llegar hasta el, su abuelo se detuvo, le regalo una última sonrisa, quizá desapareciendo en la oscuridad o perdiéndose en lo cegador de la luz, y moviendo sus labios, pero sin emitir sonido alguno dijo; – Van 120 minutos…- y finalmente se fue, para esperarlos en otro lugar….
- habrá que contar más de 120 minutos en una cuenta regresiva esta vez…
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