No tengo una fijación por cierto tipo de música, no es de mi interés pelear con un compadre mientras de fondo suenan los Cardenales, ni tampoco me interesa en lo absoluto insultar al chamaco que no sabe nada de rock.
Escucho de todo; amor, desamor, sobre la playa, mentiras, desdichas, mujeres apodadas «La Chona», sobre un músico perturbado que espera encontrar pareja de baile. En fin, de todo.
Dentro de mi tolerancia sobrehumana hay algo que no soporto; Pedro Infante.
Y esto es nuevo, acabo de descubrirlo.
Me había encontrado ofendido antes, pero no tanto como esta ocasión en la que, sin deberla ni temerla, escuché la peor falacia.
Tanta fue mi impresión que, desde ese día, no me he podido recuperar.
Prestándole atención, no me juzguen, pero que gran mentira le ha contado a las generaciones.
Me encontré a mi mismo maldiciendo.
«Maldito Pedro Infante.»
Es que el desamor no se siente así.
«Me mintió, nos mintió.»
Me encuentro ofendido, enojado y sin duda, triste.
Pedro Infante, ¿por qué me hablas del desamor de esa forma tan bonita?
¡Que me mienta quien quiera, menos tú!
Me acabas de ofender, a mi, que sin pensarlo escuché infinidad de veces «cien años», a mi, fiel seguidor que solía embriagarse cantando «¡y si vivo cien años, cien años pienso en ti!»
No, Pedro Infante, ¿que clase de transtornado hace eso?
No quiero pensar en alguien cien años. Quiero que mi amargura salga, no que se ahogue dentro de mí.
Quiero que no me duela la vida al saber que me olvidaron.
No quiero verle, ni hablarle ni atragantarme con sus desprecios.
«Pedro Infante me mintió…» Susurré como un secreto, porque sigo sin creerlo.
«Así no se siente…» Reafirmé el pensamiento, porque nunca se lo voy a perdonar.
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