Capítulo 1

-Un alfiler, un hilo blanco y tres migajas de pan, ¿me falta algo? – Preguntó José a su madre.

-Deberías llevar esto también- le dijo su madre sacando un recipiente hecho de hojas y llenándolo de agua. – ¿seguro que quiere hacerlo José? –

– Necesitamos comida mamá. La colonia se queda sin comida desde que el equipo de papá no regresó. – decía José enrollándose la cola a la cintura cual si fuera un cinturón.

– Tu padre ya no volverá, lo sabes – contestó la madre mientras le acoplaba una pequeña bolsa a José alrededor del cuello.

– Con más razón necesitamos quien ocupe su lugar. Volveré pronto – se despidió el pequeño aventurero de su madre.

El camino que guiaba hasta su hogar estaba señalado por guijarros blanquecinos que su padre había llevado, marcados a cincel con el emblema de la cola enroscada con un moño en la punta que era propio de su colonia. Al llegar al final del camino de guijarros, José tomó uno y lo metió en la bolsa que su madre le había dado, no quiso mirar atrás pues sabía que de hacerlo empezaría a llorar, se limitó a ponerse la capucha de su traje y siguió adelante.

El camino desde la colonia de Cola enroscada hasta el Pueblo Marsupial era largo y había dos maneras de llegar: la primera era cruzando la Playa Langosta, la cual estaba llena de cangrejos y la segunda era cruzando el Bosque Negro, al cual los ratones tenían prohibido entrar. Cualquiera que fuera la elección de José sabía que el trayecto sería difícil.

Al llegar al cruce entre la playa y el bosque José se topó con un grillo trovador que iba sobre una cucaracha. El músico detuvo su transporte y se quedó viendo a José de pies a cabeza.

– Un habitante de Cola enroscada, ¿no estás muy lejos de tu hogar? – Le dijo el grillo.

– Voy rumbo al Pueblo Marsupial, ¿qué hacías en el bosque negro? – Contestó José viendo fijamente a aquel músico.

El grillo dio un salto enorme para descender de la cucaracha y José reaccionó desenvainando rápidamente su alfiler.

– Tranquilo pequeño, si quisiera hacerte daño ya no estarías vivo – dijo el grillo tentando con su pata el alfiler de José – Estas cosas son muy peligrosas para que las cargue un niño, pero sólo te quiero ayudar. Si entras con esa actitud al bosque no darás ni tres pasos, me dirijo a la playa y puedo llevarte a cambio de un favor – le decía mientras sonreía.

El viajero envaino su alfiler y bajó su capucha. – ¿Qué buscas en esa playa? –

-Ya veo que en tu pueblo no hay modales, primero presentémonos. Mi nombre es Marco, soy músico y comerciante. – habló el grillo mientras le extendía su pata a manera de saludo a José quien apretó con fuerza la cabeza de su alfiler nuevamente – Está bien… está bien… Vaya que muchacho tan difícil. Quiero cruzar esa playa pues busco un objeto mágico –

La cola de José se movió involuntariamente al escuchar a Marco decir magia. – Se supone que sólo “Los Enormes” pueden usar magia – dijo Marco – Mi padre llegó a hablarme del Búho del bosque negro que le enseño a usarla, pero no he sabido de alguien más que lo haga –

– ¿Ahora ves por qué me necesitas?, el mundo fuera de tu hogar es tan basto que tus ojos se asustarían si lo vieran todo- dijo Marco mientras pegaba un salto enorme para subir a lomos de su cucaracha – sube muchacho-.

José vio con duda aquella invitación, pero se armó de coraje para subir a lomos del insecto. Las alas entreabiertas de la cucaracha segregaban algo pegajoso que le asqueó a José al sentirlo en sus patas traseras.

– Por cierto, muchacho, ¿cuál es tu nombre que no me lo has dicho? – preguntó Marco.

– Me llamo José, hijo de Mendo. Soy explorador – Contestó José mientras se seguía quitando la sustancia pegajosa de las patas.

Marco mostró ojos sorprendidos, no dijo nada y dio la orden a su cucaracha para avanzar. – Si que será un viaje interesante – susurró para sí mismo.

Pasados tres días y dos noches de camino, llegaron a la playa. – Despierta muchacho, ya llegamos – dijo Marco mientras movía al pequeño explorador que se despertaba con la cara llena de sustancia pegajosa.

– Este viaje fue eterno, ¿no se supone que las cucarachas vuelan? – preguntó José.

– Sólo te diré que no le creas a un zorrillo cuando te quiere vender algo. Pero bienvenido niño, esto es Playa Langosta- acercó a José a su lado al frente de la cucaracha para que pudiera ver.

El atardecer era hermoso, el reflejo del sol ocultándose tras aquel extenso mar dejó boquiabierto a José. Nunca había visitado el mar, pero su padre le había hablado de lo maravilloso que era y no se había equivocado.

– ¿Es esperanzador verdad niño?, cuando era joven también venía aquí a soñar despierto con mis amigos, ¿Quieres escuchar una canción? – le dijo Marco mientras ponía una de sus patas en su hombro.

El grillo comenzó a frotar la parte trasera de sus alas, generando una melodía que hacía sentir extrañamente tranquilo a José. Al terminar, la noche había caído y el explorador sacó una de sus migajas, la partió por la mitad y se la dio a Marco, – Gracias por este momento – le dijo.

Marco sonrió, tomó la migaja y dio la orden a la cucaracha para avanzar, – supongo que ahora somos compañeros oficialmente niño -.

Así fue que avanzaron por la playa mientras disfrutaban de la comida. Fue entonces que vieron la arena avanzar haciendo líneas, aún cuando no había aire. Marco se empezó a preocupar y le pidió a su transporte que fuera más rápido.

– ¡Salta niño! – gritó marco empujando a José de lomos de la cucaracha. José cayó contra una piedra golpeándose fuertemente la mano derecha. Una enorme tenaza emergió de la arena, Marco saltó lo más alto que pudo y cayó al lado contrarió de José. Fue entonces que ambos vieron consternados como la tenaza aplastó con una facilidad alarmante la cucaracha, esparciendo sus entrañas encima de la arena y salpicándoles el rostro.

Capítulo 2

– ¡¿Estás bien muchacho?! – gritó marco incorporándose sobre la arena y estirándose para ver al explorador mientras la tenaza volvía a enterrarse. – No te preocupes por el insecto, ponte de pie –

José se incorporó sobre sus patas traseras, su mano derecha había amortiguado el golpe en la cabeza, pero ahora no podía sostener su alfiler para defenderse. – ¿Qué ha sido eso Marco?, creí que conocías este lugar –

– ¿Eso?, eso no estaba cuando yo vine – contestó Marco mientras saltaba hacia el lugar donde había caído José – desenvaina otra vez tu alfiler y plántale ca…-

La tenaza volvió a emerger lanzando por los aires a Marco, quien amortiguó la caída agitando velozmente sus alas. José rodó para evitar el golpe, pero el estruendo de la aquella maza roja le hizo estremecer y ensordeció sus oídos. En eso, una segunda tenaza salió de la arena y azotó la roca nuevamente, el explorador seguía evitando los golpes rodando, pero el dolor de su mano le atormentaba cada vez más.

– Por aquí muchacho – gritó Marco, señalando un hueco entre dos piedras cerca de donde lo habían arrojado.

José trató de correr sobre sus cuatro patas y tambaleándose de dolor logró entrar en el lugar que el grillo había señalado. – Tienes rota la pata, ¿por qué corriste así? – le dijo Marco. Las tenazas volvieron a esconderse en la arena.

Una ola chocó contra las piedras más cercanas a la costa, arrastrando consigo parte de la arena, en ese lugar se mostró un montículo rojo brillante y dos esferas negras muy pequeñas que miraron fijamente las rocas donde se encontraban aquellos viajeros. Ambas tenazas salieron de la arena y, de un azote, dejaron ver otros 4 pares de patas y un enorme caparazón rojo que se iluminó con la luz de la luna.

– Muchacho, dame tu alfiler – le dijo el grillo mientras se lo quitaba a José.

– ¿Qué haces?, es nuestra única forma de defendernos. ¿Quieres morir aquí? – le dijo el explorador.

– Ho no, mi defensa era un explorador joven que me amenazó hace rato, pero ahora tengo un ratón herido quejándose antes de que lo maten -. Marco tomó una piedra y a punta de golpes logró partir el alfiler en dos – ¡Listo! – gritó el grillo lanzando a los pies de José los dos pedazos de metal.

José lo miró consternado – ¿Qué has hecho? – le preguntó el explorador. Pero al tiempo que se quiso abalanzar contra el grillo, un estruendo agitó las rocas en que se escondían – Marco, ¿dónde está esa cosa? -.

El cangrejo se había puesto rápidamente encima de la roca, golpeándola fuertemente con sus tenazas y dejando caer pedazos lo suficientemente grandes para herir a nuestros aventureros. – Tenemos que salir de aquí niño – dijo Marco.

José tomó los pedazos de alfiler y saltaron fuera de las rocas, dándose de bruces contra la arena. El cangrejo bajó rápidamente posicionándose frente a ambos. – Sólo camina de lado – susurró José – Salta sobre el –

– Había escuchado que los ratones tienen cerebros diminutos, pero no sabía que eran tontos- le contestó Marco.

– Sólo camina de lado, si logras distraerlo puedo atacarlo cuando trate de girarse – mientras lo decía, José empezó a correr de frente a aquella masa rojo gigante – ¡Vamos Marco! –

El grillo saltó una y otra vez encima del cangrejo mientras este daba golpes desesperado con sus tenazas. – Más le vale a este ratón que funcione o lo atormentaré toda la eternidad después que nos mate – pensó Marco.

– ¡Ahora! – gritó el explorador quien se había subido a las rocas en que antes se ocultaban y, sin pensarlo dos veces, se lanzó sobre el caparazón del cangrejo. Al caer, los pedazos de alfiler cayeron de la mano de José, alcanzó uno con la cola, pero el otro rodó hasta la arena.

– Bien, ahora te matará más fácil, bien hecho niño – le decía Marco siguiendo con la estrategia de los saltos.

El sol empezaba a aparecer en el horizonte, cuando el pequeño José, haciendo fuerza en su cola, clavó el pedazo de alfiler en uno de los ojos del cangrejo, cegándolo parcialmente. El cangrejo empezó a tambalearse de dolor tirando a José de encima de su caparazón, haciéndolo gritar de dolor.

– ¡Chico! – gritó Marco, para luego ser lanzado por una de las patas del cangrejo. El grillo logró entrever algo brillante entre la arena, era el pedazo de alfiler que había caído. – Niño, en las patas traseras –

José rodó en la arena, esquivando pisadas que podrían aplastarlo, tomó con sus dientes el pedazo de alfiler y se aferró a una de las patas del cangrejo. – Deja que te golpee –

– ¿No quieres una cena salchicha también? – dijo Marco de manera sarcástica.

– ¡Hazlo! – contestó José incorporándose como podía.

El grillo saltó sobre el cangrejo para provocarlo y que dejara de patalear, luego se puso sobre la arena frente a él. – Dioses, si es que hay alguno ahí arriba. Les juro que he sido un buen grillo, ebrio y enamoradizo, pero bueno. No permitan que muera ahora –

El cangrejo levantó su tenaza, pero antes de dejarla caer sobre Marco, José se abalanzó a sujetarlo para evitar el golpe. Subió por la tenaza del crustáceo y, con el alfiler en la boca, logró hacer un corte en el otro ojo del cangrejo.

– ¡Eso es niño, nunca dudé de ti! – le vitoreaba Marco. Pero el cangrejo, lejos de detener el ataque, había empezado a soltar golpes al azar en espera de alcanzar algo. El explorador saltó de encima de él, cayendo al lado del grillo.

Los golpeas hacían saltar arena y guijarros por encima de ellos, asustados trataban de cubrirse las cabezas. En eso, una sombra alada enorme descendió sobre ellos. José y Marco pensaron que era su fin.

Una enorme gaviota cayó sobre el cangrejo, destrozándolo a picotazos, hasta que pudo llevarse su cuerpo inerte. Los aventureros quedaron perplejos ante la escena y se voltearon a ver fijamente.

– ¡Ja ja ja ja! – empezó a reír Marco – Eso fue asombroso niño, no creí que a mi edad tendría una batalla como esta, déjame estrechar tu pata – José gimió de dolor – ha si, es la rota, perdón. ¡Estamos vivos! –

José se levantó adolorido y recogió de entre la arena un pedazo de la tenaza del cangrejo. – Botín de guerra he, te lo mereces – dijo Marco. El explorador había perdido su arma, tenía su capucha rasgada, heridas en su cola, una pata rota, pero la victoria le sabía tan bien que ni el tormentoso dolor era suficiente para bajarle el ánimo.

Marco se puso a recoger algunas de las pertenencias que habían quedado regadas entre las entrañas de la cucaracha, entre ellas un retazo de piel de cabra que tenía. – Esto servirá – dijo en voz baja. Hizo una bolsa para meter algunas cosas y corto un pedazo para hacerle un cabestrillo a José – Es una pena, siento que será un desperdicio dejar las cosas aquí, pero no podemos cargar con tanto. Menos tú en ese estado y con lo que perdiste en la pelea– le decía mientras untaba un extraño ungüento en la pata rota del explorador.

– Bromeas Marco, hoy no perdimos nada. Hoy gané a mi primer amigo de viajes – dijo José esbozando una sonrisa.

– ¿Así que si sonríes bigotón? – comentó Marco – pero si queremos llegar al Pueblo Marsupial será mejor que sigamos adelante antes de que llegue el invierno. Conozco a alguien aquí cerca que nos podría ayudar. Andando niño –

Decididos, los aventureros retomaron el camino con menos provisiones y ahora a pie. El sol coloreaba la arena de la playa de un destellante brillo y el calor les hacía sentir que esta sería la primera aventura que tendrían juntos.

Capítulo 3

– Sabes José… el ca…no…ha…ta…es…lar…o-

– Podrías dejar de comer mientras hablas, además, ¿Qué estás comiendo – Le dijo el explorador al grillo que no dejaba de masticar una masa blanca – Espera… No serán… – revisó su bolsita, pero sus dos migajas de pan restantes seguían ahí, un poco llenas de arena después de la pelea, pero completas.

– Es cangrejo, ¿quieres? – dijo Marco extendiendo su pata con el pedazo que seguía comiendo.

– ¿Te das cuenta lo cruel y sanguinario que es comerte el cadáver de tu enemigo? – comentó José dándole un manotazo a la pata – además, ¿por qué no hemos llegado con tu amigo si llevamos dos días caminando en la playa? –

– Ha, eso es porque no está en la playa, tenemos que adentrarnos entre los árboles de por allá – contestó Marco señalando un inmenso bosque que se extendía por toda la costa.

– ¡¿QUÉ?! – arremetió José dando otro manotazo al pedazo de comida de Marco y tirándolo al suelo.

– Ho pues que afán el tuyo de tirarme la comida – dijo el grillo recogiendo su pedazo de cangrejo y sacudiéndolo – Además, tu dijiste que directo a Pueblo Marsupial. Pero ya que insistes sígueme –

Marco comenzó a saltar con rumbo al bosque, José unos pasos detrás de él. Mientras más se adentraban, la luz del sol que embellecía la playa se hacía más tenue, mientras que más y más troncos de arboles los rodeaban. Al avanzar un tanto, el explorador se dio cuenta de algo, uno de cada 5 árboles estaba cortado por la mitad con demasiada exactitud y con una marca de 4 garras con hendiduras arriba, debajo y a los lados, de la misma como simulando ser los puntos cardinales.

– Temible, ¿verdad? – dijo Marco asustando al explorador – Este territorio pertenece a uno de “Los Enormes”, exactamente a Gregor, el oso. Este lugar recibe su nombre por el de hecho, El Bosque Pardo –

– Eso explica las garras – dijo José – pero, ¿quién hizo las hendiduras? –

– Gregor no es lo que asusta en este bosque, pero su mano derecha es a quién deberías tener miedo. Quien hizo esas marcas fue Isolda, un halcón hembra que rige con mano dura este lugar – Agregó Marco.

El sólo escuchar de un halcón estremeció a José, después quiso medir su tamaño con la hendidura y, al ver que era más grande el propio agujero que él, tragó saliva atemorizado, sintiendo que una sombra alada como la que había acabado con el cangrejo llegaría en cualquier momento por él, con sus afiladas garras a terminar con su vida.

– Niño, si tienes las fuerzas para subir ahí, te haré cargar con mi bolsa. Bájate y camina- le dijo Marco.

Ambos siguieron su camino, ahora con la idea de que un mal paso los haría enfrentarse a alguna de aquellas bestias. Pasadas unas horas de caminata, la luna se dejó ver entre las copas de los árboles, las raíces se hacían más grandes y el terreno más elevado conforme avanzaban.

– Hemos llegado niño – comentó Marco, dejando caer su bolsa y hurgando por algo en ella.

El explorador volteó hacia todos lados y no había más que troncos, raíces y ramas. – Pero aquí no hay nada –

– ¿Recuerdas que te hablé de magia?, estás a punto de verla – Marco sacó de su bolsa dos piedras, colocó frente a él algunas ramas y golpeó las piedras varias veces. Una llamara de formó en las ramas y apareció una columna de humo.

– ¡¿Estás demente grillo?! – se escuchó que una voz gritaba de entre las ramas, después una sombra grande con cola descendió de golpe frente a los viajeros. – Tu quieres que nos maten, maldito demente pudiste sólo avisarme que venías -.

La sombra resultó ser un mapache, la cola esponjada y pelaje grueso hicieron sentir en confianza a José. Confianza que no duró en absoluto, pues el mapache había sacado un arma y ahora le apuntaba a la cabeza – Al grillo lo acepto, pero tu cómo te atreves a mostrar de nuevo tu cara aquí. Desgraciado traidor, debí acabar contigo hace mucho-

– ¡Baja el arma Tristán!, el no es tu enemigo – exclamó Marco poniéndose frente al arma y mirando con fiereza al mapache. – Vinimos buscándote por ayuda, pero si quieres pelear estoy yo aquí –

– Claro que no es mi enemigo, no creo que él me hubiera dejado siquiera apuntarle, ¿qué buscan conmigo Marco? – preguntó el mapache.

– Primero, el niño se llama José, es de la comunidad de Cola enroscada y se dirige a Pueblo Marsupial. Venimos a negociar – Contestó Marco con la respiración aún agitada.

– Hablemos entonces – agregó el mapache mientras acomodaba la ballesta en su lomo. Al sentarse, dejó entrever que le faltaba una parte de una de sus patas traseras y la había sustituido con un pedazo de madera. -Me disculpo niño, las cosas han sido difíciles en este lugar desde hace un tiempo. Mi nombre es Tristán, soy un ladrón, mi lema es “si lo puedo olfatear, lo puedo robar –

Aunque Tristán sonreía, José no sentía la suficiente confianza para regresarle la sonrisa, entonces el mapache prosiguió. -Conocí a Marco cuando trabajé con uno de Los Enormes en su guardia personal, supongo que ya abras visto a quién me refiero de camino aquí. –

– Gregor, ¿por qué dejaste de trabajar para él? – preguntó curioso José, sin quitar la vista de la pata del mapache.

– Isolda, la mano derecha del Enorme lo ha estado engañando desde hace tiempo para acabar con aquellos que se le oponen. Hace tiempo le rendíamos tributo para con comida a Gregor para su hibernación, pero comenzó a exigir demasiado y dejaba “cobrar tributo” a Isolda a aquellos que no llevaran comida. Yo me negué, le planté cara, peleamos… Pero, como ves perdí – dijo Tristán enseñando su pata – Desde entonces robo cosas para revenderlas a comerciantes y vivir de ello, ¿tu que buscas en Pueblo Marsupial?, ¿Por qué la mano vendada? –

– Me dirijo allá por provisiones para Cola enroscada, mi gente las necesita. La mano es porque Marco y yo peleamos con un cangrejo- contestó José.

– Ja ja ja, este anciano no tiene ni tendrá el valor para algo así ja ja ja– se burló Tristán señalando a Marco.

– Aquí está la prueba – interrumpió José arrojando el pedazo de tenaza de cangrejo que iba cargando. Mientras Marco lo veía sonriendo cálidamente.

– Interesante par que son ustedes dos, les tengo una oferta entonces -, se puso de pie Tristán.

– Dinos, tengo varias cosas para hacer trato – comentó Marco.

– Le haré una armadura al niño con este caparazón, le conseguiré una ballesta de su tamaño, lo entrenaré con todo lo que se y los acompañaré fuera del Bosque Pardo – dijo Tristán.

– Excelente, tengo piedras para hacer magia de fuego, algo de venenos, pedazos de cangrejo; deliciosos por cierto… – continúo el grillo.

– ¿Cuál es tu precio? – interrumpió José.

El mapache lo miró fijamente y una mueca estremecedora de sonrisa se dibujo debajo de la máscara que se dibujaba en el pelaje de su rostro. La mueca se desvaneció al momento que decidió contestarle al explorador.

– ¡Quiero que mates a Isolda! –

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