Los colores que visten el mundo.

Los colores que visten el mundo.

Un mundo tan grande y hermoso como el nuestro tuvo un origen. Cada gota de lluvia, que cae desde cada nube y choca con cada piedra tiene su razón de ser.

Hace mucho tiempo los dioses necesitaban quien los aconsejara sobre cómo debían hacer el mundo, entonces crearon una bola blanca, llena de pelos para verse inofensiva, con patas traseras grandes para saltar muy alto y orejas grandes para escucharlo todo; lo llamaron conejo.

-¿Por qué estoy aquí?- Preguntó el conejo sacudiendo su nariz sobre las nubes.

-Necesitamos vestir de color el mundo- le respondió, Aqua, el Dios del agua.

-Y tu nos ayudarás- complementó Terra, el Dios de la tierra.

-Pero con una condición- exclamó el conejo –si les gusta el trabajo que haga me dejarán verlo nuevamente desde aquí arriba.

Los dioses aceptaron y de un brinco saltó el conejo desde aquella nube en que estaba. Al caer, vio que todo a su alrededor eran montañas, desoladas y cubiertas por una oscura niebla.

-Le falta un colorido verde y más sombra aquí, hace mucho calor- le dijo el conejo a Terra que lo veía desde las nubes. El Dios de la tierra tomó agua del mar, la dejó caer por todos lados y de ahí surgieron bosques y selvas.

El conejo curioso, saltó hasta el lugar de donde había tomado el agua Terra, había una enorme cantidad de agua pero como se veía el fondo por poco y se cae.

–Este lugar debería tener el color del cielo, así lo respetarían y los que vinieran se la pensarían dos veces antes de entrar- le gritaba el conejo al Dios del agua.

Aqua tomó un frasco donde guardaba sus lagrimas y empezó a poner una a una en el fondo del mar. Cuando terminó de hacerlo, el mar se volvió azul y con el viento comenzó a moverse y a hacer espuma sobre la playa.

El conejo muy atento, se dio cuenta que el viento era el que hacía brotar la espuma del mar.

-Esta niebla no deja ver nada y molesta en los ojos, ¡el aire que respiramos no debería tener color!- le gritó el conejo a Ventus, la Diosa del aire.

Entonces, la Dios sacudió su cabello y la niebla desapareció, dejando ver al conejo que aquel mundo era aún más grande de lo que el pensaba.

Pero algo le faltaba, aunque la niebla desapareciera seguía siendo un mundo oscuro y frío. De un salto el conejo volvió a las nubes, ahí estaban de nuevo el Dios de la tierra, el Dios del agua, la Dios del viento, pero había alguien más.

-¿Qué le puedes ofrecer de color a este mundo?- le preguntó el conejo a una pequeña Diosa que se escondía tras de los otros tres.

-Me llamo Igni, soy la Diosa del fuego y no te puedo ayudar- contestó la Diosa agachando la cabeza –Si estoy aquí es porque el fuego sólo consume y mata-

-Te equivocas- le dijo el conejo –la vida necesita calor, pídele a tu hermano un poco de tierra-

Igni le pidió a Terra algunos fragmentos de tierra que le cupieran en las manos. Al quitarlos del mundo el agua del mar los llenó, formando siete mares.

El conejo abrazó uno de los enormes dedos de la Diosa, ella sonrió y se sintió tan feliz que dejó que la tierra que había en su mano derecha empezara a arder.

-¡Rápido, ponla en el cielo!- dijo el conejo con gran entusiasmo.

Igni hizo caso, colocó la flameante esfera en el cielo y con ella ilumino el mundo, creando más vida. –Lo llamaré Sol y será mi casa a partir de hoy- susurró la Diosa.

–Pero no puedes dejarme sola conejo-. La Diosa colocó el otro pedazo de tierra al lado opuesto del sol para que el conejo pudiera vivir en el. –Este será mi hogar y lo llamaré Luna-

Desde entonces los Dioses del agua, tierra y viento ponen nuevos colores en el mundo, mientras que el conejo y la Diosa del fuego juegan a perseguirse, creando el día y la noche.

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