Allá por la media noche heridos estarán mis extremos brazos,
hay que reemplazarlos, solo tiemblan en silencio.
Ya casi habían terminado
la culminación de unas palabras locuaces.
Ya casi no queda aire, se había ido en la otra dirección,
era como una asfixia amable.
Mueren mis abejas con la música del acordeón,
se deteriora su propietario, ya sin dedos,
sus notas de leporinos sonidos, ya me agotaron.
Pobre de la canción que estoy haciendo.
Sólo cabe el argumento de las de aguas movedizas.
¡Vengan señores!, … ¿se ahogará la ilusión también?
La levanto sobre mis hombros para salvarla.
Llegará su boca al río, el río no quiere ahogarla,
pero me moriré el primero, la llevo a horcajadas sobre mis hombros perecederos.
Deglutiré una declaración tensa,
será una decisión dudosa, una pequeña trampa,
tendrá la textura del metal que cortará mi garganta,
y entrará el líquido desde mi boca, por debajo de mi espalda, terminará en mis pies de garza.
¡Vengan señores!,
soy otro cuerpo de ambigua geometría, inflado de agua bendita,
con la señal en el cuello de unas manos que apretaron mi bebida,
sacaron mi aire
y se ha convertido en la cicatriz de los días y las noches.
He de contar desde cero, a partir de cero,
hacia la nada.
He de volver al principio del verso,
y cambiar algunas ideas
y así poder evitar que quien lo lea trague diálogos sórdidos.
Ya sé qué haré.
haré otra ruta nueva,
con otra carne pero…
que haya tenido la experiencia, de vivir,
esta experiencia.
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