Santa Claus encarcelado…
-Santa Claus, ¿San Nicolás? ¿Papá Noel? ¿jo- jo-jo- jo- jo?- rió de manera interrogativa aquel hombre sujetando su enorme abdomen con ambas manos.
El juez calificador se dirigió al oficial.
-Estar loco no es un delito, llévese a este hombre de aquí.
-Pero señor, es que lo presentan detenido. Hay parte acusadora que lo señala como el autor de un robo.
-Entonces, que se acerque la parte quejosa-, dijo el juez resignado.
Una mujer menuda se aproximó a la barandilla de madera gastada y poco iluminada.
-Usted acusa al señor de robo-, dijo el juez.
-Así es. Hace un rato tuve que dejar mi tienda de regalos y como vi que este señor tiene cara de bueno, le pedí que me hiciera favor de cuidar un momento el negocio.
-¿Qué fue lo sustraído y a cuánto asciende la pérdida?-, continuó el interrogatorio.
-Pues verá: Doscientas tarjetas navideñas y doce cajas de libros infantiles.
-¿Todas sustraídas por el acusado?
-Pues verá: En cierto modo. Verá, sólo se robó las letras. El papel está intacto.
-¿Y piensa que voy a creer en ese disparate?
-Disparate o no, es lo que este hombre hizo. Antes de salir de la tienda mi mercancía estaba en perfectas condiciones y cuando vuelvo me las encuentro en blanco.
-Y usted, ¿qué tiene que alegar en su defensa?-, interrogó el funcionario al hombre que con distraída diligencia revisaba un largo rollo de papel que semejaba un pergamino antiguo.
-Pues verá:
-Señor juez-, intervino la mujer- dígale por favor a este hombre, que no me remede.
-Ya escuchó a la señora, más respeto por favor. Continúe.
-Decía que no me he robado las letras, tan solo las tomé prestadas por un rato. Y verá,– añadió el sujeto arrepintiéndose de pronunciar estas palabras y mirando con temor a su acusadora- ya verá, insistió en tono tímido, como en un rato regresan a su sitio. Pensamientos, dedicatorias, las dulces partituras de los cánones y esos estupendos prógolos.
-¿Cómo ha dicho usted?
-Estupendos prógolos.
-¡Estupendos prólogos!
-¡Ah! Usted también los leyó.
-No señor, no los he leído, pero así se dice.
-Gracias por la reitificación
-¡Rec-ti-fi-ca-ción!
-¿No es reitificación?
-No. No se dice reitificación se dice rectificación.
-Es que yo pensaba que así se decía, como cada que hablo con mi perro le tengo que decir la cosa mil veces…
-Eso se llama reiteración
-¿Cómo ha dicho?
-¡Rei-te-ra-ción!
-Está bien, pero no me grite. La próxima vez que platique con mi perro le diré esto mismo. Es un animal encantador, ¿sabe? Ama las letras y adora la música. Por eso decidí tomar prestadas las letras de esos estupendos… PRÓLOGOS y las partituras de los cánones, seguramente mi perro apreciará mucho esas composiciones dedicadas a sus connégeres.
-¿Cómo que a sus connégeres?
-Sí señor “cánones”… obras dedicadas a otros canes.
-¡CONGÉNERES!
-¿Usted también tiene perro?
-¡NO SEÑOR! No tengo perro, pero así se dice.
-¿Y cómo lo sabe, si no tiene perro?
-No necesito tener un perro para saberlo. Además, aquí el que se dice hablar con los animales, es usted y no yo.
-Pues así es. Es precisamente lo que hago todo el tiempo. Hablar con animales para enterarme de cosas, por ejemplo, lo que es un congénere-, dijo el hombre, aún más distraído que al principio, mientras manipulaba un antiguo teléfono móvil.
-¡META A ESTE TIPO A LOS SEPAROS!
El robusto hombre fue fichado y escoltado hasta las celdas. Una vez dentro sacó su lista y comenzó a dejar los regalos, al pie de cada uno de los desafortunados que se encontraban detenidos.
Este año le había costado más trabajo de lo habitual, entrar a la cárcel. Cada vez era más difícil ser Santa Claus.
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