Creo que no sería propio de mí comenzar este primer escrito sin mencionar el poder de las palabras. Y cuando digo «poder» no me refiero a «capacidad» o «autoridad», sino en sentido de «carga». Disculpen, lo que voy a decir está muy trillado pero… no se nace con poder, el poder se construye. Y se construye a través del tiempo. Es éste quien otorga el poder a algo. Ese algo está cargado de tiempo, de situaciones, de personas, de historias. Las palabras tienen poder porque están cargadas de Historia y de historias. Algunos estudiosos de la literatura se vanaglorian al afirmar que el latín es una lengua muerta, y así la presentan al mundo. Y sí, es cierto que nadie habla cotidianamente en latín (sería extraño escuchar en el supermercado una conversación de este tipo). Y si, es cierto que el estudio del latín ha perdurado, sobre todo, en las disciplinas filológicas, por ejemplo. Pero también es cierto que el latín no ha muerto, dista mucho de ser así. El latín vive en nuestras lenguas. En el español, el italiano, el francés, el inglés… Bueno, no pretendo aquí hacer una teoría lingüística. Simplemente, quiero recuperar esto porque podemos comprender mucho más acerca de nuestra lengua, si tan solo nos fijáramos en su origen. Por ejemplo, durante una clase de la carrera, una profesora (agradable para algunos; fiera para otros) escribió, en letras griegas, en el pizarrón: kríno. «¿A qué les suena esta palabra?», nos preguntó. Algunos se animaron a responder. Otros, no. «Crisis. Kríno es el verbo griego que da origen a palabras del español como ‘crisis’, ‘crítica’. ¿Saben qué significa esta palabra del griego?» Silencio. Todos estábamos atentos. «Separar; distinguir; decidir; juzgar. Pero también significa ‘detenerse a meditar’. ¿Y qué implica este detenerse? Implica voltearse a mirar hacia atrás.»
Ese día la profesora me ayudó a entender esto del poder de las palabras. Cuando ella nos mostró este ejemplo fue para dejar en claro que toda crisis (ya sea económica, política, psicológica, social, etc.) se da en contraposición o comparación, podemos decir, con lo previo, con un tiempo pasado. Toda crisis implica un cambio. Y todo cambio se produce a causa de una decisión, de juzgar qué hacer y qué no. ¿Me van a decir que esto no les genera un ‘algo’? Pensemos en cada cambio repentino en nuestras vidas: terminar el secundario o la universidad; pasar de la niñez a la adolescencia; la muerte… Estos son algunos de infinitos ejemplos que podemos contemplar.
Cambiar significa entrar en crisis. Dejar atrás lo que ya no puedo cargar, y seguir adelante. Puedo voltear a ver qué deje. Pero no puedo detenerme. Debo seguir adelante. Este accionar (¡alert spoilers!) no va a ocurrir una vez y listo, no, se va a repetir a lo largo del camino.
Entrar en crisis genera un cambio, y todo cambio viene acompañado de un archi-enemigo: el temor. Pero este es un tema que hablaremos en la próxima…
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