A su tiempo,
pude ver con los ojos cerrados
el desvarío del cuarto.
A los amigos rebuscados,
los escondites de utopía.
A los quejosos desazonados
que del hambre escapaban
y que hogar no tenían
porque nada amaban,
ni nada querían.
Cumplió su razón y le resté las pisadas.
Par dos, par tres.
La historia se enrolló.
Me arremangue pa’ sacarle humedad al clima;
contestar las puteadas,
ponerme en sintonía.
Sospeche lo difuso en quien blandía dentro:
Un trotamundos sin ombligo
que escondía su hedonismo
en un coito capado.
Desperté lo suficiente como para prestarles el habano,
pero no era más que piel seca.
Piel de bueyes,
piel de otras bestias.
De vigilia, fuelles;
en un espectro de viento
embuchando soledad,
comiendo silencio.
Porque me forjé en la calzada
y me encendí sin piedad.
Porque odié lo que hacía y
me culpé el no ladrar.
No puedo.
Definitivamente, no quiero
que me trates mal.
No.
Yo no merezco.
Me merezco
y,
por eso,
me sacudo el bozal.
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