Lo mató por amor, por lealtad a los 30 años que pasaron haciendo compañía durante sus viajes; fue tanto lo que sobrevivieron que nacieron confianza y respeto entre ambos, cosa que luego llevaron a una fe y un apego inquebrantable.

Abrazó la traición contra el amor de su vida siendo consciente del daño a su espíritu y sin embargo fue más fuerte el impulso de su deber. Tenía que salvarse a sí misma porque sabía que el alma dañada del hombre con quien pasó por tanto no le haría justicia a las memorias que atesoraba.

De sus ojos salieron lágrimas que arrancaron con dolor los últimos rastros de duda que le quedaban, luego, sus dedos que lentamente dejaban de temblar jalaron el gatillo que soltó la bala; una bala que incluso la muerte dudó de mantener.

Del hoyo de la bala ella veía como se escapaba la vida de su amigo en forma de un vaho rojo ennegrecido. Era de un olor pútrido pero que señalaba como al fin se había limpiado la inmundicia que los asediaba; todo había acabado por fin…

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