Miró su reloj con impaciencia. la abuela Dora había empezado a preparar su matecocido con leche de cena, así que ya eran las ocho y media de la noche, porque en invierno oscurece rápido y encima está lloviendo y hace frío.
Oscar y Lolito habían quedado en pasar a buscarla cuando volvieran de la isla. A Mirta, mi prima, se le había aguado el viaje con su profesor de Historia y sus compañeros del Profesorado porque llovió todo el día y la abuela Dora no la dejó acompañarlos. No sé muy bien qué hacían allí, creo que pozos para buscar restos de aborígenes. Los había visto en el Museo Arquelógico, donde fui acompañándola. Tenían forma de loros, cacharros de barro y muchos huesos.
recostada en el marco de la vieja puerta, acurrucada para no mojarse, ella fumaba impaciente su cigarrillo. Colorados era su marca, tenían ese olor dulzón que invadía el comedor. Me acerqué a ella y sin hablar me abracé a su cintura. Creo que eso era lo que necesitaba, así se quedaría tranquila y no se le llenarían los ojos de lágrimas con cada pitada.
Me abrazaba aunque sus ojos, su cabeza y corazón estaban en otro lado.
Nunca llegaron.
Oscar se fue a vivir a Formosa y Lolito fue preso político durante la última dictadura militar, después de ese 24 de marzo de 1974.
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