Cuando el pájaro aquel se posó sobre su ventana, ella ya no tenía la magia para ver algo hermoso en ello. Ya sus tripas no se retorcían de emoción pensando en lo romántico del vuelo de un ave ni siquiera en la primavera que pronta, anunciaba su llegada. Ella había perdido todas sus esperanzas de hacer las cosas en forma paulatina y acertada. Debía tomar una decisión y rápido, las circunstancias así lo ameritaban. Ya nada la haría cambiar de opinión porque durante muchos años tuvo paciencia, toda la que pudo y sin embargo, el tiempo y su comprensión no la ayudaron.
Pensaba que si cerraba la puerta definitivamente a sus sentimientos, esa sería la manera de encaminar el proyecto o la decisión más importante de su vida. Correría sangre y mucha, pero a estas alturas ya no la convencerían de lo contrario porque su sensación de desprotección había llegado a su final.
Entonces se sentó frente a la estufa y meditó cada paso que daría y mirando la pantalla del artefacto, se perdió en los recuerdos y rebobinó toda su vida, porque si algo tenía era buena memoria, tanto para lo bueno como para lo malo. Le vinieron a la mente recuerdos de infancia, adolescencia y su etapa incipiente de mujer cuando descubrió que no todo era como ella lo soñaba.
Y allí estuvo, petrificada por horas frente al calor de la estufa y la catarata de imágenes se agolpó en su mente y la hizo introducirse en un mundo que llevaba a cuestas desde hacía mucho , mucho tiempo.
Se sirvió una taza de café humeante, cargado y pensó las veces que el olor a ese líquido la despertaron por la mañana cuando aún no descubría la crudeza de la vida ni sus vericuetos. Pero respiró profundo y largó un suspiro hacia lo alto. Cerró los ojos y se recostó sobre el sillón. Estaba sola y eso le permitía pensar con más claridad y se le vino a la mente el recuerdo de su abuela. Esa mujer para ella había sido el pilar más importante y traerla a la memoria le dio el empujón que estaba esperando.
Después de un buen rato meditando, abrió los ojos y se dijo para si misma que la hora había llegado y que de ahí en más no sería la misma ni soportaría las cosas que hasta ese momento le había tocado conocer y padecer. Se levantó de un salto y fue en busca de su abrigo, la cartera y una carpeta con papeles. En esa decisión iba su vida y quizás su futuro e imaginó un mar de rumores que correría tras de ella, pero igual el ímpetu de su decisión la llevó a pelear por lo que consideraba justo, aún a costa de su seguridad.
Casi sin querer, la piel se le humedeció por la emoción y el corazón le latía a mil kilómetros por hora. Cuando estuvo parada en la vereda, miró a ambos lados y acomodándose el abrigo, dio el primer paso hacia el reencuentro con su dignidad. Desde su casa hasta el juzgado solo habían diez cuadras. Las transitó a paso firme , llevando en mente muchas de las injurias que él le había propinado gratuitamente. Esas palabras soeces y desubicadas eran el motor a sus impulsos.
Pasó tan rápido el tiempo que cuando quiso darse cuenta ya la puerta del juzgado brillaba frente a ella. Ya no había lugar para los arrepentimientos. Estaba decidida y subió los escalones con la misma convicción que un día dijo que las cosas cambiarían para ella.
Se acercó a un mostrador y allí le dijeron que esperara, que ya la llamarían. Se sentó alertada por el entorno y buscaba con sus ávidos ojos el blanco de su veneno. Hasta que vio movimientos en las escaleras y una cabeza se asomó. Era él. Soberbio, impetuoso, atrevido. Su caminada firme y ese andar despreocupado le daban el toque perfecto de un manipulador, un tipo atropellador. Sin embargo ella no se amilanó. Él no la había visto por lo que le dio tiempo de reponerse del impacto de volver a tenerlo frente a ella.
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