Están en todas partes, si nos detenemos a verlos nos podemos sorprender. Y es que no necesitan de trajes costosos pues en ellos hay algo que no cambian con el paso del tiempo, y las lecciones que nos enseñan no dejan de estar a la moda.
Había coleccionado un montón de fotografías de sus personajes preferidos para vestir el 31 de octubre. Era una mezcla de colores y desde luego cada uno de ellos tenía un concepto diferente. Podía ser el hombre araña con un rojo intenso, un pirata en busca de un gran tesoro (ese que el mismo enterraba en el patio de su casa), Harry Potter (para sacar un ramo de rosas y dárselo a su madre), flash (y no parar durante toda la noche recorriendo su casa de un lado a otro) y su traje preferido «un terno rojo», no era de superhéroe o de algún personaje de caricatura, era el traje que su abuelo le regalo el último cumpleaños que habían compartido.
Este último traje no aparecía en televisión sino en cada uno de los recuerdos que tenía con su abuelo. Cuando recibió aquel terno, su abuelo menciono…
Este será tu mejor disfraz, cada evento al que vayas no dejaras de ser tu mismo. Por mucho tiempo tú nos enseñas el valor de la palabra inocencia y amor. Úsalo cuando quieras que yo este contigo.
Parecía que su abuelo sabía bien el tiempo que lo acompañaría y desde luego el pequeño no dudo el sonreír y darle un abrazo fuerte. Al poco tiempo su abuelo falleció, pero con tremendo regalo el pequeño sabía que nunca estaría solo.
Era 31 de Octubre del año en curso, y viendo a sus hermanas alborotadas por tener el mejor disfraz para la noche se puso a pensar en si debía hacer lo mismo. Al poco tiempo decidió no hacerlo, pues siguiendo su orden del día aún había muchas cosas que hacer antes de que cayera la noche. En la mañana iba a comprar el pan en la tienda de Don Pancho, y decir «es una delicia el pan que prepara, mi taza de chocolate tendrá la mejor compañía este día», tan pronto como estaba por salir de la tienda con el afán de admirar a aquel viejito sonreír y contemplar el brillo en sus ojos, nunca faltaba.
Al terminar de desayunar se levantaba de la mesa y corría a abrazar a su madre para darle las gracias y plantarle un beso en la mejilla manifestando que es la mejor mama del mundo. Siendo domingo la fecha en curso, salió por su bicicleta y fue a visitar a su amigo que se recuperaba de una operación. Aquel niño disfrutaba de comer frutillas con chocolate así que Carlitos no dudo en ir la noche anterior por este bocadillo. Llegando a casa de Mateo su amigo, corrió a abrazarlo y como si trajera el mejor regalo nunca antes visto, se encargaba de hacer un truco de magia haciendo aparecer la caja del bocadillo para Mateo. Todo un ritual para saber dar una sorpresa, Mateo había extrañado a Carlitos, siendo niños de 6 años no podían observarse durante su estancia en el hospital.
Chistes, sonrisas y unos cuantos juegos en los que Carlitos se encargó que Mateo disfrutara habían llevado toda una mañana. El reloj sonó al marcar las 11h00 AM, era hora del medicamento de Mateo y desde luego la hora para que Carlitos siguiera con su larga lista de actividades. Catalina era la amiga de su abuelo y se había convertido en una abuelita que la vida le regalo, así que iba todos los fines de semana a compartir el almuerzo con ella.
Al regresar de la casa de Catalina pasaba por el parque en el que se colgaba de las ramas de un árbol, se columpiaba y arrojaba unas piedrecitas en la fuente. Todo estaba planificado, la reunión en casa de su tía no se haría esperar. Pero motivado por una película que había visto la semana pasada, decidió ir a pasar el resto del día en el local de su tío.
Al local llegaban muchas personas, pues su vínculo era amistad y amor en pareja o de familia. Por la noche se festejaría el tan esperado Halloween. En el local de su tío solo se comía delicias de dulce y se servían unas aguas aromáticas que con un poquito de azúcar rápidamente al saborearlas te transportaban a una infancia llena de alegría. En aquel sitio había 7 mesas que eran ocupadas por las personas mientras se servían su comida preferida y unos minutos más una que otra fotografía aprovechando la arquitectura del lugar. El edificio era antiguo, sin embargo con las modificaciones necesarias era un sitio acogedor para quien se permitía entrar en él.
El tío de Carlitos no quería seguir la moda del resto de locales adornando el suyo con la temática de Halloween, pero al tener la visita de su pequeño sobrino, confiaba en que él se encargaría de hacer especial aquella fecha para sus comensales. Y no se equivocó, el niño había llevado consigo una pequeña canastita en forma de calabaza para salir con sus amigos por la noche. Marcos al ver aquel detalle le regalo una funda de pequeños caramelos con una envoltura transparente que dejaba al descubierto el color y diseño de cada golosina.
Para Carlitos habría sido sencillo llevarse aquella funda a casa y comerla en Navidad o saborear unos cuantos cada vez que quisiera. Contento por el regalo que su tío le dio, se sentó en el sillón de la entrada para averiguar cuantos caramelos venían en la bolsa. Al poco tiempo de inspeccionar la bolsa de caramelos llego una niña. «Danna» era su nombre, lo supo luego de que su padre le preguntara que le gustaría comer. Estaba algo inquieta, su hermana mayor no perdía el tiempo en decirle que se vestiría de bruja y Danna debía vestirse de una pequeña brujita, todo con el afán de ir iguales a una fiesta por la noche.
Esto le disgustaba a Danna, se notaba por los gestos que hacía y el abrazo que le dio a su padre declarando «papi hoy vamos a pasear en bicicleta por la noche». La hermana se enfureció con la respuesta de la niña, y sin más que expresar abandono el lugar. La niña se puso muy triste y aunque su comida estaba llena de chocolate y muchas frutas no pudo alegrarle. Minutos más tarde, los padres de Danna cancelaron la cuenta y salieron.
Luego llego una pareja de enamorados, se veían muy enamorados y era agradable mirarlos, pero por alguna extraña razón antes de que llegara su comida la joven pareja discutió y terminaron abandonando el sitio. Carlitos quedó impactado por lo sucedido, pues el ingreso de la pareja reflejaba amor y respeto, sin embargo luego de la cachetada que la chica le proporciono al joven y escuchar decir «siempre es lo mismo contigo, nunca dejaras de coquetear con otras» imaginó que todo era una pantalla.
Sentado en el sillón de siempre, podía mirar que cada persona o grupo de personas que entraban en el local tenían su historia, unas salían contentas y le agradecían a su tío por la delicia de sus platos. Otros no alcanzaban a saborear su comida porque tan pronto como llegaban se marchaban. La gente esta loca o no termino de entenderla, pensaba.
Con la posibilidad de hacer aún más acogedor el local de su tío, abrió su bolsa de dulces y la coloco en su canasta. Esta vez no se quedaría sentado en el sillón siendo el espectador de todo lo que pasaba a su alrededor, pues sería capaz de acercarse a todos los que llegaran y darles la bienvenida dejando así descansar un poco al mesero que se encargaba de aquello. No tenía ningún disfraz para la ocasión, vestía un suéter blanco con estampados, jeans y zapatillas de color azul. Todo combinaba perfecto con su calabaza color naranja.
Y de esta manera, cada persona que ingresaba al local era recibida y acompañada por Carlitos hasta su mesa. Una vez que las personas se sentaban, escuchaban decir «me alegro de tenerlos aquí, disfruten de todo» luego les obsequiaba un caramelo y al retirarse de la mesa mencionaba «ese traje que llevan puesto les va perfecto, me hace ver que son increíbles» y finalmente guiñando el ojo derecho se marchaba de la mesa.
Este gesto por parte del niño dibujo aquella tarde un sin número de sonrisas. Tan pronto como la gente noto que esto lo hacía único al local, se murmuró por las calles y la gente llegaba con más frecuencia. Pronto faltaron caramelos, y él teniendo $5,00 en su bolsillo corrió hasta su tío para pedirle que comprara más caramelos. Aquel dinero era para comprarse algo en Navidad, pero admirar a mucha gente sonreír le motivaba a cambiar aquel billete por más dulces.
Juanjo el mesero, al observar mucha actividad en el niño, le pregunto ¿por qué lo haces?, ¿no es más fácil estar sentado y comer algún bocadillo?. Entonces el niño respondió «estoy joven y aún no me pesa la vida«, luego sonrió al recordar que su padre le decía que disfrutara mucho de su vida porque aún estaba joven. Todo aquel día fue una locura, porque cerraron el local antes de lo previsto, eran las 22:00 pm y ya no había bocadillos para servir. La idea de Carlitos le ayudo en las ventas a su tío, y sin duda alguna los caramelos, esos ojos negros y brillantes, y su amabilidad atrajo como un imán a las personas.
El padre de Carlitos había llegado a llevarlo a casa, y aun con mucha energía el niño se despidió de todos y sin esperar al final, el pequeño les dio a los trabajadores de su tío un caramelo antes de irse y dijo…
Gracias por ayudar a mi tío, todo lo que preparan es exquisito, y la atención que brindan en magnífica. Este es mi lugar favorito para recordar a mi abuelito. Ya los visitaré pronto, no olviden que el traje que llevan es el mejor disfraz para Halloween.
Era un grupo de jóvenes los que trabajaban para su tío, pero a ninguno le falto las ganas de llorar, pues cada uno seguía con sus estudios y también trabajaban, aquel día no llevaban traje para celebrar Halloween, pues llevaban el uniforme del local para el que trabajaban y este les hacía recordar el gran esfuerzo que estaban haciendo para cumplir sus sueños.
Estando en la puerta, Carlitos regreso corriendo a abrazar a su tío para darle las gracias por dejarle estar en su local. El tío estaba contento con su presencia, pues el abuelo que había perdido Carlitos, era su padre. Ver a Carlitos era como mirar a su papá, tan autentico como siempre y eso le recordaba que su padre nunca se fue. Aquel abrazo con Carlitos fue un respiro para su alma. Es increíble todo lo que has hecho y lo que nos sigues enseñando, me gustaría descubrir tu secreto menciono Marcos, y Carlitos no dudo en responder «hoy no necesite un traje especial, la intención y el tiempo para hacer lo que queremos existe, solo que a veces somos muy lentos o no tenemos muchas ganas».
La gente últimamente se ha acostumbrado a ir por el mundo sin hacer notar lo feliz que es con otra o no mencionar su gratitud frente a lo recibido. Se ha hecho extraño recibir un halago por un desconocido y parece que cuchillos filosos se desprenden en nuestra garganta al intentar decir un «te quiero, te amo, te extraño, eres increíble, me haces bien, etc.«, pero ahí están los niños para recordarnos aquello que creemos olvidado.
De pronto se hacía realidad eso de «a donde quiera que quieras ir, ya estás allí«. Y era cierto, todos independientemente del lugar en el que nos hallemos somos parte del aprendizaje de otros y así como nos volvemos maestros también somos alumnos de la vida.
– Estefanía Parra
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