Tiempo de ángeles…

Tiempo de ángeles…

joel lozada

29/10/2021

                                                                            Tiempo de ángeles…

                                                                                                                                               Dedicado a Carmen Cano

Hay gente que ve demonios todas las noches, el tiempo favorito de estos espíritus. Los demonios les atormentan sin piedad haciéndoles recrear su pasado lleno de errores, y vivir intensamente su presente vacío. Les hacen ser quienes en realidad no son.

Pero aunque haya comenzado diciendo lo dicho, este relato es sobre ángeles.

Los ángeles sin los mortales no tendrían razón de ser, como todas las cosas que son, no lo son en realidad hasta que la influencia humana les confiere significado.

Todo significado parte del ser humano mismo, de su egoísmo. Como seres egoístas, primero hemos de trazar un círculo alrededor nuestro, el “inner circle”, después alrededor de nuestra familia, luego de nuestros amigos y finalmente de los amigos de nuestros amigos, hasta que, por más que intentamos extenderlo, no lo lograremos. Entonces, llega el momento en que ese círculo se contrae como aparentemente lo hace el universo.

Hay personas que solían estar dentro de nuestros círculos y de pronto o paulatinamente se pierden de vista, otros se pierden en la vida. Algunos más pierden la vida.

Este es un relato de amor. Bueno, finalmente resultará ser así y si me acompañan hasta el final, verán porqué lo digo. Digamos de nuevo por ahora, que es una historia sobre ángeles. El tiempo favorito de los ángeles, como el de los demonios, también es la noche. Así que esta historia comienza una noche. Es una historia real como todas las historias que se han escrito a través del tiempo, porque, aunque las historias hablen sobre fantasía, amor, locura, ángeles o demonios, siempre son reales, solo que cubiertas por una fina o gruesa capa de metáforas, de alegorías y simbolismos.

Créanme, esta es una historia real y su significado lo encontrarán dentro de la historia misma tanto como fuera de ella y hasta en los pensamientos que su lectura les haga evocar.

Esa noche, un ángel tocó a la puerta de aquel hombre. Pudo prescindir de las formalidades que sujetan a los humanos pues los ángeles no tienen necesidad de atender a etiquetas ni protocolos, pero el ángel que lo visitaba, se decidió a entrar por la puerta. Aquel hombre le prodigó todas las atenciones que se deben a una visita, y pronto se encontraba tan a gusto que parecía que ella (el ángel había resultado ser del género femenino) estaba regresando a casa después de un día cualquiera.

Cada noche desde la primera, hablaban de cualquier cosa. Él lo hacía sin parar. Ella escuchaba con atención y a veces hasta terminaba sus frases. Eso divertía a ambos.

-¿Te digo algo? , en algún momento dijo el ángel-. Los humanos tienen un aprecio infinito por cada uno de sus momentos finitos. Saben que algún día dejarán su plano, pero aún así, continúan adelante, eso les hace especialmente valientes y en cuanto a cada uno de sus momentos, los hace preciosos. Cada simple palpitar, cada instante en sus vidas, será irrepetible.

-¿Por qué vienes cada noche?

El ángel trató de evitar su mirada, de ocultar lo que parecía una lágrima.

-Me lees – dijo por fin.- Tan bien que me asusta. Sabes cómo me siento y tus letras lo reflejan. Al principio sólo sentía curiosidad, pero ahora es algo muy diferente. Algo que me hace sonreír y sentirme triste al mismo tiempo… Te propongo algo: Sigamos hablando cada noche y tú escribirás lo que opines de todo lo que digamos.- El ángel se quitó una de sus plumas y se la entrego.- Hazlo con esta pluma. Escribe lo que quieras.

Él se quedó mirando la pluma. Ella adivinó sus pensamientos. Leyó en sus ojos. Por fin dijo:

-Los ángeles podemos tener las plumas del color que se nos antoje, sin embargo la mayoría no lo sabe. Nadie me ha preguntado nunca porqué las mías son negras.

-Y ¿por qué lo son?

-Porque no soy igual a los demás. Nunca lo seré. – enfatizó rebelde, y añadió endulzando el tono- ahora te dejo.

Se evaporó en espirales con sensual lentitud hasta perderse de vista. Sus ropas se disiparon dejando a la vista un cuerpo suave que se estiró y enrolló sobre el rostro de él y le impregnó un aroma, sólo comparado a mil flores, que le acompañó todo el día mientras escribía.

Hablar era un placer del que ambos disfrutaban. Mientras hablaba con él, sus alas batían como una libélula nerviosa. Él no era etéreo ni podría transformarse en rocío o en brisa. Era más como una sólida rama que le alcanzaba, que la tocaba sin ponerle un dedo encima. Ni un roce, pero ella sentía su tacto sobre las alas, en su cabello, sus mejillas. Su angelical cuerpo hervía tan sólo con su recuerdo. En su ausencia se potenciaba su presencia. Sus caricias ondulaban con mayor vigor sobre su piel. Se sentía ansiosa todo el día y no podía esperar hasta la noche para verlo.

-Te deseo, dijo él una noche. Cada día te sueño en mis brazos, cada noche después de estar contigo, me toco como tú lo harías.

Hicieron el amor. Las negras alas batían con insistencia atrayéndolo hacía su cuerpo. Le gustaba sentir que él la aferrara por la cintura por detrás de sus alas. Esa noche tampoco se olvidó de dejar su pluma. En realidad, estaba tan eufórica, que le arrojó un puñado de ellas sin esperar respuesta.

Sus intimidades eran dichas al oído. Las revelaciones más profundas venían de sus ojos, que eran en verdad ventanas hacia su alma, puertas que conducían hasta los sentimientos más recónditos del uno y del otro.

Esa noche cuando terminó de escribir, el ángel ya se había marchado. Ahora podría soñar con ella. Quería reflexionar en la forma perfecta, para hacer que ella sintiera lo mismo que él estaba sintiendo.
Se embarcó en el recuerdo de sus ojos y se quedó dormido pronunciando su nombre.

****

«He venido invocada por sus sueños. Con un pequeño esfuerzo de mi voluntad, las sábanas que le cubrían cayeron hasta sus tobillos. Él ya estaba consciente y me atrajo sobre sí, buscando alimentarse en mis pechos arrancó él mismo mis plumas. Me dolía, pero ese dolor me llevó al gozo, a la felicidad, a la vida que lo es de verdad.

Ha recordado que me gusta la fiesta. Le he dicho que he inspirado muchos poemas, que muchos hombres me han amado, que he estado con quien he querido. Se volvió furioso hacia la pared. Le he tocado la espalda con mis plumas, le he dicho las palabras que le gustan y se ha vuelto hacia mí con los ojos convertidos en ascuas. Me ha hablado mientras me tomaba. Me ha hecho suya toda la noche, y toda la noche ha seguido desplumando mis alas. Con la misma intensidad de su efímera vida y por toda la eternidad de mi infinita existencia sería suya, él sería mío. Dejaría que me arrancara por completo todo mi plumaje cada noche por todas las noches».

Durmió exhausto. Ella aprovechó para escribir lo que sentía. He cometido la imprudencia de leerlo ahora, pero no la bajeza de dejarlo en el abandono, porque las confesiones de un ángel jamás deben esconderse, ni dejar que callen.
La fiesta de la que ella hablaba, a esa que a ella gustaba tanto, él mismo había sido invitado, pero nunca acudió. Ahora le estaban participando de nuevo y esta vez no dejaría de asistir. Esta vez, al lado de ella, disfrutaría de la Fiesta de la Vida.

****

Me encantan las historias. Este gusto no me viene de familia, por lo menos no de mi padre. La única historia que recuerdo que me haya relatado mi padre, es una acerca del tiempo. En este cuento mi padre decía que el tiempo es como un gran espagueti que no puede doblarse, por tal motivo, esa enorme pasta se sirve a los comensales en platos enormes, colocados en mesas enormes. Toda esta enormidad viene de un gracioso comentario del abuelo y que también les contaré alguna vez. Así que prosigo con el relato que nos ocupa.

Habían estado hablando del tiempo y decidiendo si este existe o es una invención de la mente humana. Él se atrevió a decirle:

-El tiempo se traslapa constantemente. Hay muchas teorías sobre su naturaleza, sin embargo ninguna es lo bastante fiable como para ser la verdad que se acepte, cada quien toma la que mejor entiende, como artículo de fe y no como una verdad científica.

Y así siguió hablando hasta decir que ni el tiempo, ni la distancia existen. Ni la materia ni el espíritu, ni lo divino ni lo terrenal. Hasta llegar a la conclusión de que no existían ni ángeles ni demonios.
Toda esa perorata hizo que pelearan. Habían discutido, sin embargo, ninguno acertaba a entender el por qué. Si ninguno de ellos dos en realidad existía, la inexistencia confería a quienes la llevaban a cuestas la sensación de ventura que sólo puede existir en el todo de las cosas. Plenitud que representaría la suma de la nada absoluta. Desconocida, inexplorada y únicamente al alcance de los entes perturbados. De los locos.

De pronto cada uno estaba en esquinas opuestas de la habitación, evitando la mirada del otro, pero hablando consigo mismo.

Él se puso a recordar: «Mi padre nunca me contó historias, pero a ella, a mi ángel, yo se las cuento. Ella no espera ahora mi llamado para visitarme. Paso el tiempo ideando caricias y formas más elaboradas para sorprenderla…»
Ante sus propios recuerdos comenzó a sonreir…

Ella se miró tocando a una puerta. Él la dejó pasar sin preguntar nada. Ella entró nerviosa, llena de interrogantes. Él la invitó a una copa, un cigarrillo… conversaron…

De súbito, cada uno en su propia esquina, recordaba y reía sin control. Rieron hasta que a ambos les dolía el estómago. Recordaban como se despedían con un beso cada noche. Cómo hicieron el amor por primera vez. Ella se quedaba sin palabras. Él le decía todo lo maravillosa que era.

Entonces con sus miradas hambrientas, se buscaron uno al otro. Ella extendió las alas que parecían no caber en aquella habitación y flotó con majestuosa lentitud, desde un vértice hasta el otro de la estancia, hasta hallarse en sus brazos. Se besaron como la primera vez. Supieron entonces que la primera vez, no siempre es la primera, que a ellos les esperaba una sucesión eterna de primeras veces. Habían viajado en el tiempo y comprendieron que el tiempo, al menos del que valía la pena hablar, siempre está lleno de cosas buenas que se encarnan en nosotros. Qué importa si Dios lo sirve en platos enormes y es muy largo, o se si enrosca en un plato breve. El tiempo era de ellos y agotarían hasta el último grano de su arena de la mejor manera posible.

Cuando un ser abandona la manada, como ellos lo habían hecho, sucede lo que con todos los grandes aventureros: Llueven los detractores, los incrédulos, y en ocasiones, surgen los que desean la misma suerte. Los celosos que buscan para ellos mismos aquel ángel o ese humano, sin reflexionar que cada uno tiene destinado para sí, su propio camino.
Esa clase de personas la pasan hablando de amarguras, pero nunca entienden que los dulces y amargos, pertenecen a la gama de sabores que le otorgan a la vida, la maravillosa cualidad de ser un platillo nuevo en cada bocado.

Si hemos decidido abandonar el rebaño, y esto aplica en cualquier quehacer humano o divino, debemos estar dispuestos a caminar un trecho corto o largo, en aparente soledad.

Ellos se habían acompañado en su soledad.

Él le había visto paulatina y voluntariamente despojarse de cada una de sus plumas, de su condición de ángel, para convertirse en una mujer.

Ella por su parte sentía la ansiedad propia de un caballo de carreras a punto de tomar la salida. Llegó puntual a visitarle. Su sonrisa, sus gestos y su forma de andar no habían cambiado en nada.
Cuando él la miró detenidamente pudo comprobar que de hecho era la misma, salvo por las alas carentes de plumas, era exactamente la misma. Las cosas por ahí, sin embargo, habían cambiado. Su amor era incontenible. Los estallidos eróticos eran verdaderos huracanes, lo mismo que sus enfados. Pero ellos eran tan tercos como un rayo caprichoso que se obstina en caer dos veces sobre la misma persona. Estaban unidos por algo mucho más grande que todo lo que ellos conocieran, y así seguirían porque había mundos que querían explorar juntos, momentos que deseaban compartir. Universos y tiempos y sueños que serían para ellos.

Sus círculos se habían extendido hasta límites que nunca imaginaron trazar juntos. Ahora su cosmos también se contraía porque entre más se extendían sus alcances, más deseaban estar unidos. Él le confeso su preocupación ante su próxima pérdida de la divinidad, de la inmortalidad y la consecuente fuga de su lozanía. Ella le escuchaba atenta, conteniendo el deseo de hacerlo callar con el índice, pero esperando gentilmente hasta que terminara de hablar.

«Cada noche te entregaba una pluma, es cierto, pero siempre seré un ángel y siempre seré tu mujer. Así que no renuncié a nada. Lo hice porque de otro modo nunca hubieras terminado estos cuentos.»

Ella tenía la razón. Ya hablarían de todo aquello, y serían sus cuerpos los encargados de hacerlo.

Este fue el cuento de un hombre, que dejó muchas cosas a medias, porque nunca tuvo quien le inspirara a terminarlas, de un ángel cuya paciencia había sido puesta a prueba y de un demonio que se quedó a mirar a lo lejos diciendo: «Vaya par de locos. No saben que el amor no existe».

La abrazó. Ella lo envolvió en sus alas. Al aferrarse a ella, pudo comprobar que ya estaba brotando su nuevo plumaje. No se distinguía aún el color, pero era lo de menos.

FIN

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