27 de Octubre de 1,825. Guatemala, República Federal de Centroamérica.
Mi estimado Señor José María:
Qué gusto es poder escribir una humilde carta a su inspiradora persona. A usted, de quien yo soy deudor de muchas cosas, incluso de mis culpas. No sé dónde comenzar, nunca lo sé, pero esta vez algo me ha dado un pequeño empujón a intentarlo. Espero tenga Vd. mucha paciencia con mis a veces oraciones sin sentido, recuerde que aún soy jóven. Y no tome mi buen léxico como un recuerdo de aquellos que le ordenaban y condenaban en su exhaustivo trabajo en aquellos años de su melancólica juventud.
Primero, ha de perdonar la distracción abusada que tengo por discapacidad, ella es culpable de que yo no le haya mandado a Vd. alguna carta en el pasado. He tenido un recuento de muchos misterios sin respuesta durante largos días, casi meses. Ha sido esta la justificación de mi tardanza, que es más bien una tonta excusa que demuestra lo mal que se me da la mentira, sabrá de lo que hablo. Pero hoy que me encontré calmado y con la ansiedad rutinaria que tengo de sobar mis dedos en las viejas teclas de mi máquina de escribir, no me queda otra más que dar mi brazo a torcer a favor del que considero artista, que mora entre mis inquietas neuronas.
Tengo tanto qué contarle, tanto que todas mis palabras se amontonan en mi mente como las personas que egresan del trabajo en el último autobús colectivo que sale de la ciudad. Creo que empezaré por mencionarle un interés absurdo que he tenido días atrás por escribirle al amor, y de él. No habrá, considero, otro hombre más tonto que yo mismo queriendo hablar de algo de lo que no tengo la menor idea de qué es, dónde nace y en qué día muere. Hasta el músico con su melancolía o el borracho atontado de penas se confunden de adjetivos cada que hablar de esa enfermedad quieren y pueden. Se preguntará Vd. por qué señalo al amor de tal manera, como una enfermedad, y mi respuesta es que, ciertamente, el amor duele, pero si el amor no doliese, no sería amor, porque no tendría el sabor de la aventura. Así mismo, una enfermeda que no se sufre, no es enfermedad ¿Quien sería yo, si no solo un niño creyendo ser adulto? Me debería esperar hasta un día dónde me queden ya solo unos más para tal vez atreverme a comprenderlo. Sería una gran alegría para mí que usted, como experto que es en esta empresa, en unos días, meses, o años, me resuelva las dudas. Será un gran placer el recibir su respuesta.
Debo disculparme si me noto muy atrevido al mencionarle al amor en esta primera carta, espero no sea un trago amargo. Deseo que estas pocas letras sinceras hayan sido causa de alegría en el día que decida leerlas. Estarán ahí, y siempre serán suyas.
su
Isaí Gutiérrez
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