El fin de un mundo olvidado

El fin de un mundo olvidado

La escalera subía y subía con sus antiguos escalones, cubiertos de enredaderas y musgo, lo que no hacía fácil el ascenso. Subían hacia el cielo estrellado, hacia la eternidad de la noche, oscura, pero placentera, fresca y silenciosa.

Si llegabas hasta el final de aquellas escaleras negras y sinuosas, resbaladizas y traicioneras, eras capaz de ver infinitas tierras extendiéndose ante tus ojos, tierras decoradas por puntuales pueblos que brotaban de la tierra como hermosas flores. Las tierras de diferentes colores unidas como las teselas de un hermoso mosaico siempre recorrido por los más variados animales. Y a lo lejos las grandes ciudades, con sus inmensos edificios de acero y cristal tan altos que pareciera que soportaban el peso del cielo, como si de gigantescos pilares se trataran.

Ahora ese espectáculo ha desaparecido, ha sido sustituido por un panorama triste y desolador. Las flores se marchitaron, los árboles se secaron y cayeron como una lluvia de astillas, la mayor parte de los animales decoraron aquellas tierras con la blancura de sus huesos, los pueblos y ciudades quedaron despoblados y sus esqueletos de piedra y acero se convirtieron en un mero recuerdo de una época anterior. El bello mosaico de coloridas teselas desapareció y se convirtió en un yermo desierto amarillento.

Ahora nadie recuerda un mundo anterior, hacía más de trescientos años que se admiraban esas fúnebres vistas. Ya nadie se acordaría de aquel mosaico, de aquellos pueblos y ciudades, de aquellas tierras. Aquel mundo se enterraría en la memoria del tiempo como si nunca hubiera existido.

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