Salir de una relación larga, sin importar si es sentimental, familiar o de alguna amistad, es más que sabido que no es fácil. Compartir la cotidianidad de nuestras vidas nos hace sentir acompañados, queridos, o menos solos. Le agrega ilusión y dinamismo a nuestras actividades, pero ¿Qué sucede cuando la relación se termina?
La nueva fase a la que entramos, en donde ya no existe ese alguien que nos acompañaba la mayor parte del tiempo, que de un día a otro deja de existir, crea una grieta muy grande dentro de cada uno, y a esa grieta le llamamos usualmente «soledad». Iniciamos un proceso adaptativo que resulta ser bastante difícil y cansado, dónde cada uno lo aborda de diferentes formas, buscando cual puede ser más efectiva para deshacernos lo antes posible de ese nuevo sentimiento, al cuál la mayoría de personas, en un principio le tememos.
Sin embargo, en este proceso de adaptación algunos tienen la dicha o la desdicha, de encontrar a alguien nuevo, qué hace desaparecer el estar solo, y nuevamente cerrar la grieta. Como también existe una cantidad significativa de personas que empiezan a aceptar esa nueva fase en sus vidas, algunos decididos a abrazarla, a quedarse por mucho tiempo en ese lugar, y otros en cambio buscan deshacerse de ella lo más pronto posible, iniciando una búsqueda implacable de alguien que nuevamente pueda llenar el vacío.
Pero si, el período en el que permanecemos solos, se extiende más y más, esperando a encontrar a alguien o simplemente decidimos quedarnos ahí, es porque de verdad aprendimos qué, ¿La dichosa grieta de la soledad no la debe llenar alguien más, sino, nosotros mismos?, que verdaderamente disfrutamos del hecho de vivir «una soledad» ó ¿Qué ha pasado tanto tiempo y la oportunidad de estar con alguien no se da? Y solo nos acostumbramos, en vez de aceptarlo y disfrutarlo.
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