¿Sabes qué es lo peor de acostumbrarse a hablar con alguien cada día? Que cuando esa persona cambia y se aleja, deja un vacío imposible de llenar, como si arrancara una parte de ti y la desechara como basura. No me gusta admitir esto, pero las personas son hipócritas. Prometen cosas que saben no cumplirán y se excusan en la frase «hice lo mejor que pude».

No sé si realmente extrañe hablarle, porque aunque conocía mi sentir, solo me relataba su pasado, rodeado de fantasmas que aún no lo dejan en paz. Eso me destrozaba y me enfadaba mucho; pero igual, escuchaba atentamente y trataba de ayudar.

Prefirió vivir en ese pasado aunque yo estaba dispuesta a cambiar su presente y sin dudar dibujar la paz en su mirar frágil como cristal.

Y no me pude despedir; es más, no quiero hacerlo, pero me veo en la penosa obligación de dejarlo ir. 

Su recuerdo ahora está en un lugar donde no podré volver a decirle «te quiero» y lo único que quiero ahora es decirle que vuelva, que tengo miedo. 

Porque siempre he tenido miedo a la soledad y ahora mismo me he vuelto a quedar sola. 

Sabe bien que soy solo una pequeña cobarde y que nunca me atrevería a decirle nada. Así que, después de varios intentos y de cientos de folios inundados de lágrimas en lugar de palabras, logré escribir una carta. 

Ni siquiera sé si algún día podrá leer esto, pero de corazón espero que no lo haga y que mis sentimientos no lleguen hasta él. Me derrumbaría saber que aún así, no quiso volver. 



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