Matar a la Madre Inés

Matar a la Madre Inés

Felisa Alvarez

20/02/2018

Novela “MATAR A LA MADRE INÉS”

Primer Capítulo

Tropezó con el hábito, blanco como la nieve, que se manchó un poco con el borde sucio de las calles de la ciudad. Era un barrio pobre entre los pobres, no ya del país sino del mundo, además le arrastraba un poco, ¡era tan bajita! y por otra parte se encorvaba mucho hacia delante, como si deseara constantemente besar el suelo.

Se encontraba agotada por aquel calor, ¿es qué no terminaría nunca la estación cálida? “¡Pero qué calor por el Dios Shiva! Y eso que es casi de noche, por eso tropiezo, bueno, y por la edad que no perdona. Mira Shiva, como Inés me llamo, que si no consigo convencerla lo veo todo perdido ¡todo! ¿qué más le dará a ella lo que yo haga?¿me meto yo acaso en las cosas de gobierno?…simplemente porque yo defiendo una idea y ella otra…pues bueno, yo no le digo nada…en cambio ella a mi me tiene entre ceja y ceja. ¿Acaso hago yo algo malo? Claro que no, todos me dicen que no menos esta.” La monja se recogió el habito por encima del tobillo porque la calle estaba llena de despojos y restos de comida. Trataba de sortearlos como podía pero no era fácil, tanta suciedad había. “La que hace mal es ella; todos esos embriones inocentes tirados por el desagüe , es una barbaridad. Dice que para que nazca uno tienen que morir veinte, bueno, y qué, ya los Dioses (o Dios) decidirán quién debe morir y quién debe vivir. Después dicen que la endemoniada soy yo, ¡ja! ¿Acaso los humanos, aunque sea una primera ministra, tienen derecho a destruir lo que es obra de los Dioses (o Dios)? Caramba, no consigo aclararme con esto. Bueno ya lo pensaré después, ahora tengo demasiados preocupaciones.” Se desvió por una calle más ancha y más limpia y respiró aliviada.

“Porque anda que el tema de los pobres, eso también le preocupa a la doña…pues a mi me gustan, son mi vida, los necesito, qué haría yo sin mis pobres, yo me quedo con los pobres y ella que haga gobierno…es qué no sabe que toda mi vida gira alrededor de ellos. Claro, como ella tiene familia e hijos…¿pero yo qué, a quién me dedico yo? Ya, lo de mi madre, que no volví a verla nunca más desde los dieciocho años; sí, lo sé, que a pesar de que viajaba mucho no me digné visitarla no cuando se puso tan mala que se quedó en silla de ruedas…qué sabrán ellos, menuda madre que tuve.” Dos hombres con ropas gastadas y sucias que hablaban en voz baja a la puerta de una chabola la miraron. Siguió adelante. “ Y la cartita que envió al periódico…no tiene desperdicio; cayó en manos del escritorzuelo ese, un sinvergüenza que me quiere desacreditar ayudado por la traidora que fue mi mejor discípula, cría cuervos, por eso la publicó, por qué si no para qué…y venga a decir que tengo el corazón duro y desprovisto de sentimientos…pues que lo digan, esos no son mi público. Mi público es gente con más entendederas: dignatarios y gobernantes de todo el mundo, la reina de España y la de Inglaterra, hasta Lady Di. Y mira que entre ellas andan a matar… todos menos a la que voy a ver ahora.”

“Pues sí que está lejos el palacio presidencial. Tanta amabilidad con lo de enviarme un coche oficial es sospechosa, es capaz de hacerme algo. No sé si coger un rickshaw, pero quedaría mal que lo tomara yo, la Madre Inés aprovechándose de los pobres…¡maldita sea! Ojalá no fuera tan conocida, todo lo que hago aparece en los periódicos sacado de contexto, tanto lo bueno como lo malo, o santa o bruja, no hay término medio…pero sólo soy un ser humano, ¿tan difícil es entender eso?”

Pasó ante un café abarrotado de hombres a aquella hora tardía. Las ventanas y la puerta estaban abiertas de par en par. A pesar de ello el humo tupido de los cigarrillos invadía el local. Algunos hombres sentados fuera, en sillas, a horcajadas, también fumaban y tomaban té. Sus caras anchas y morenas brillaban por el sudor. Algunos la siguieron con la vista; una monja no hindú llamaba la atención. “Pero ni una sola mujer. Eran invisibles en la India. Sin embargo la persona más importante del país era mujer. Nada de primera dama ni reina consorte, sino primera ministra por derecho propio. Se lo había ganado a base de tesón. Qué pena que siendo las dos féminas defendieran ideas contrapuestas. Que se lleven mal los hombres está bien, había muchos, podían perder el tiempo que quisieran en guerras sin cuartel, pero ellas… eran demasiado pocas las que tenían poder para pelear entre si. Ya tengo demasiados enemigos, sobre todo desde la concesión del Nobel.” Inés meneaba la cabeza con tristeza. “Qué querrá ahora, que va de amiguita y quiere concederme un premio, dice. No puedo creerlo, sé que me odia, no hay quien se lo crea ¿qué tramará Doña Loba con piel de cordero? Con sus maneras suaves y aristocráticas, pero menuda es, no se para en barras. Buf, no puedo más, menos mal que ahí lo puedo ver, cómo para no verlo, menuda mole, me vendría bien para mis pobres… qué diría la otra, el palacio presidencial lleno de enfermos y mendigos abyectos, qué risa por Shiva…” Inés exhibía su característica sonrisa invertida. “Pero mejor se lo pido a Kali, ella sí que me escucha y me entiende. Basta que nada más lo piense que ¡Zas! ¡Concedido!…no como el Otro, que ni se acuerda de que existo. No le caigo bien, lo noto. Ni de pequeña ni ahora de mayor me ha escuchado… escuchado… “ La religiosa puso una mueca de desdén. “Parece una broma…qué va a escuchar si no tiene orejas, ni boca, ni ojos ni nunca los ha tenido porque es una invención ¿Pero a quien se lo puedo contar? Se lo dije al obispo aquella vez y me mandó al exorcista. Me sometí por probar pero no sirvió de nada, aunque mentí por supuesto. Tuve que hacerlo si no a la porra con todo: el nuevo hospicio, los orfanatos, casas de acogida y hasta con la propia congregación. Y por ende conmigo. Sí, a la porra conmigo. Dejaría de ser valiosa, ya no les serviría. Por eso más me vale callar y decir que al fin creo, que ya está, que estoy curada.”

Al fin llegó. Salió a recibirla a la verja el mismo funcionario de turbante rojo que le había dado su primer sitio para atender a los pobres, un templo abandonado de Kali. Esto la tranquilizó un poco, al menos de este señor sí podía fiarse, pensó. Era un alto funcionario de fe sij ansioso por ascender en la escala política, algo vetado a semejante religión en la India.

“En efecto, subí las escaleras tratando de no mirar a aquel hombre aunque sabía que estaba de mi parte en aquel juego de ajedrez que parecía no tener fin. Aunque sin el quererlo me intimidaba. Tenía miedo de que si le miraba un segundo más descubriría cosas que no me gustaría saber. Tenía también miedo de que Darshina tuviera intenciones aviesas hacia mí. Sí, ya sé que las tenía pero mi temor era que las pusiera en marcha aquella misma noche.”

Tropezó en el último escalón y el funcionario, solícito, se acercó a ella raudo y la sostuvo por un brazo. Ni aun así ella se atrevió a mirarlo. Cayó en la cuenta de que sentía un miedo profundo del que no había sido consciente antes. Le entraron ganas de echar a correr sin mirar atrás, pero ya había movido ficha en la partida de ajedrez y en este juego no había retroceso posible.

Penetraron por la puerta principal del palacio presidencial que era majestuoso, lleno de mármol blanco y beig; elegante, pero pensó que no le gustaría vivir allí, le hacía sentirse pequeña tanta magnificencia. No tuvieron que subir ningunas escaleras, cosa que le pareció rara, porque le habían dicho que la primera ministra recibía siempre en su despacho, un piso más arriba. Sin embargo a ella la condujeron a través de no menos de diez puertas, de tal manera que si tuviera que salir huyendo no encontraría la salida.

Allí, tras aquel portalón de sándalo, estaba la Gran Darshina. Era una sala enorme y poco iluminada, de techos muy altos pero decorada con sobriedad. Detrás de un escritorio de color tan negro que más que caoba parecía azabache, estaba sentada, muy rígida, ella. Se levantó nada más verla y le estrechó la mano helada. Sintió frio al contacto y al mismo tiempo también alivio; quizás ahora, un año después del famoso discurso que dio cuando le concedieron el Nobel de la Paz, las cosas entre ellas podrían aclararse.

Se quedaron mirándose frente a frente, cada una inmersa en sus reflexiones pero sin dejar de escrutarse; era como una escena de teatro que se queda parada cuando a uno de los actores se le olvida su papel. Al fin la primera ministra salió de su ensimismamiento.

-Siéntese, por favor, Madre Inés.- Ordenó, más que invitó, Darshina. Su voz era metálica, casi impersonal.

-Gracias, Señora Primera Ministra.- Respondió con voz temblorosa la Madre Inés. El frío de antes continuó hacia su pecho. Bajó la mirada y descubrió un gran insecto marrón que trataba de volar (¿una polilla?).

-Pues bien, como ya habrá oido decir, mi gabinete y yo hemos decidido concederle el Bharat Ratna.

-El Bharat Ratna…- repitió la monja anonadada. “Pero ¿cómo puede ser? Tiene que haber alguna equivocación. Si es el máximo galardón que se puede conceder en la India… cómo pude pensar que quisieran matarme…¡Qué desconfiada soy!…¿Tendré que pedir permiso al obispo para aceptarlo?…” Los pensamientos de Inés quedaron bruscamente interrumpidos.

-Vamos, señora mía, no me diga que no sabía a lo que venía. Aquí en la India hasta los conventos tienen sus…informadores.

-Bueno, eso sólo si se pueden pagar, que no es mi caso. El soborno, hasta ahora no entra dentro de mis pecados.- acertó a concluir Inés, molesta por los malévolos comentarios de la otra.

Ya iba a contestar, rápida, Darshina, cuando apareció de no se sabe dónde, un perrillo blanco moviendo alegremente el rabo.

“Lo que me faltaba, la bruja tiene un can, no los soporto a estos animales llenos de pulgas que se comen los cadáveres que no arden en el Ganges.” A Inés se le revolvió el estómago recordando esa escena macabra. Temía tropezarse con una de estas en cualquier momento, ya que el gran río era difícil de evitar pues era omnipresente en la ciudad.

Tras él venía un sirviente con turbante dorado y vestido tradicional negro, sij seguramente, sosteniendo una bandeja de plata para el té, dejando tras de sí un rastro de olor dulce a caramelo (quizás era miel del Himalaya) y a algo más que Inés no pudo identificar. Hum, qué bien olía.

Darshina lo miró de reojo, como deseando que se fuera. Le indicó con un gesto que ella misma serviría el té, pero éste depositó la bandeja con suavidad y extremada lentitud en otra mesa que parecía destinada a este cometido, sin decir una palabra. A Inés le pareció que la primera ministra se impacientaba. Tan silencioso como entró, volvió a salir parsimonioso. El perrito le siguió con las orejas gachas. No era momento para caricias, que se le va a hacer.

Gracias a esta interrupción el ambiente se relajó un poco, aunque ambas evitaban mirarse. La mandataria se levantó para servir el té. Dijo:

-Tomemos el té, sor Inés, frío no sabrá a nada.

-Estoy de acuerdo, nunca en la vida se puede decir que la frialdad sea algo deseable, sobre todo cuando se lleva en el corazón.

Darshina no la miró pero su mano, que sujetaba una de las delicadas tacitas, quedó una fracción de segundo suspendida en el aire. Al fin sonrió y ahora sí, parecía que iba a mirarla pero no a los ojos, sino diez centímetros por encima de su cabeza, y así continuó, con la cabeza muy erguida. Entregándole la tacita, y sin mirarla en ningún momento, espetó:

-Querida Madre Inés, debe usted saber que el calor excesivo tampoco es bueno, vea si no a esa pobre termita que ha ido a estrellarse contra la tetera.

La madre Inés vio que en la bandeja de plata aleteaba chamuscada lo que ella había confundido con una polilla. La termita dio unas cuantas vueltas sobre sí misma, salió disparada al suelo y allí se quedó inerte. No pudo hacer otra cosa que apurar la tacita de té. Poniéndose muy roja, deseó estar lejos de allí. Parecían dos serpientes a punto de atacarse. Pero en vez de eso Inés hizo un esfuerzo para mostrar una sonrisa. No era el mejor momento para declarar una guerra. Una más no era necesaria, ya había demasiadas a su alrededor. Le sorprendió ver a una también risueña Darshina, que tomó la palabra.

-Madre, verá- dijo con su tono más conciliador- somos mujeres en la India, es decir, en una parte del mundo donde las mujeres son casi consideradas animales para uso del hombre. Me encantaría ver en usted una, no diré amiga, sé que eso sería complicado ya que en otras entrevistas que hemos mantenido entendernos ha sido imposible, pero sí una compañera; más que eso, una ayudante y aliada. Sabe tan bien como yo que nos necesitamos mutuamente porque sólo una mujer puede entender a otra.

Inés la miró y al fin comprendió. Ahora entendía lo del Barat Rhatna. Era una estrategia de captación en la que un reconocimiento a su persona poco tenía que ver. La primera ministra prosiguió.

-Si usted y yo, madre, postergáramos nuestras diferencias poco podrían hacer mis enemigos y los suyos contra nosotras dos unidas…lo que yo le propongo es que trabajemos juntas, así ninguna fisura podría ser aprovechada por estos adversarios que usted sabe bien que también tiene. Sí Madre, todos los tenemos; a la popularidad de la que ambas gozamos no le faltan adversarios, tanto en su campo como en el mío.

Inés miraba fijamente a la primera ministra. Observó que las venas del cuello estaban un poco abultadas y no pestañeaba. Al ver que Inés seguía callada Indira cogió su pluma y la movió entre sus dedos. Prosiguió.

-No deseo que renuncie a ninguno de su principios, yo tampoco renunciaré a los míos, pero debemos atenuarlos…quizás esconderlos. No para siempre desde luego pero sí durante el tiempo que dure mi etapa de gobierno. En ese tiempo la India deberá llegar a ser un gran país culto y avanzado y para eso necesito que la población revierta su empuje y los nacimientos pasen a ser cercanos a cero.

La madre Inés continuaba en silencio. Levantó una mano de su regazo como para acompañar sus palabras pero la dejó caer de nuevo, sin decir nada, sobre la mesa. Las cuentas de su rosario entrechocaron con suavidad. Las miró. Volvió a mirarlas más de cerca, como buscando al Jesús desparecido del pequeño crucifijo que pendía de el. Apartó la vista desilusionada, siempre en busca de consuelo donde no podían dárselo. Suspiró con desánimo. La vida siempre le ponía dilemas: querer a su madre o no, creer en Dios o no, colaborar con Indira o no…miró al cielo oscuro a través de la ventana y entrecerró los párpados. Y nunca recibir una respuesta. Para los demás era fácil: sus pupilas se encomendaban a ella, la gente a sus familias; incluso Darshina tenía a sus fieles hijos que la comprenderían y la aconsejarían. Todos tenían un hombro sobre el que descansar pero ¿y ella? ¿quién se compadecería de ella? No había un ser humano al que contarle sus cuitas.

La única persona ahora era su actual colaboradora, Adrana, pero aun era un poco inmadura para cuitas de tal envergadura. Quizás si no se hubiera separado drásticamente de su madre y su hermana ahora no estaría tan sola. Todavía vivían allá en Albania ¿Sería demasiado tarde para recuperarlas? Sabía bien que sí, era tarde para hablar.

SINOPSIS DE LA NOVELA “MATAR A LA MADRE INÉS”

La madre Inés es una monja católica de origen europeo muy mediática y que no cree en Dios. Ejerce su postulado en un país asiático con un gran problema de natalidad. Siendo católica debe ser antiabortista, lo que la hace chocar con los intereses del país que le da cobijo. Ante este conflicto de intereses el gobierno del país asiático la presionará para que abandone el país. Como se atreve a echar un pulso a dicho gobierno, éste decide matarla. Sin embargo, falla en este intento de homicidio y la que finalmente resultará asesinada será la primera ministra.

Por otro lado, al no creer en Diós, lo mismo le da ser antiabortista o no, pero tiene un feroz enemigo a parte del gobierno asiático: el obispo de la metrópoli de la zona donde ella ejerce como monja. Ella le debe obediencia ya que es superior a ella en la jerarquía eclesiástica, pero esto es sólo en la práctica ya que al ser tan mediática al Papa le interesa tener una buena relación con ella.

El obispo tiene una gran rivalidad con Inés, y como es un secreto a voces que no cree en Dios, quiere practicarle un exorcismo que la monja teme, ya que piensa que le pueden salir demonios y confesar cosas que le ocurrieron cuando era niña, además de la mala relación con su familia, cosas que la Iglesia católica y la gente en general vería como negativas, especialmente en una monja.

Finalmente se librará del exorcismo y de la muerte pero no conseguirá lo que tanto ansía: creer en Dios. Piensa que si creyera toda esa angustia interior y esa infelidad que siente desaparecerían.

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