Es una noche tranquila, sin mucho que decir; la gente de siempre yendo y viniendo, igual que todas las tardes. Vuelvo de la facultad algo cansado, con los libros en mi mano esperando poder llegar a casa, recostarme y prepararme para dar los parciales de una buena vez.
El sol ya está bajando; debo llegar antes de que oscurezca, es peligroso caminar tan tarde por acá. La calle está cada vez más vacía, la gente parece caminar con mayor velocidad conforme el sol se oculta; mientras tanto yo mantengo un paso firme y acelerado, intento no parecer muy asustado.
Las calles se están vaciando casi por completo; en un instante todos se desvanecieron cual fantasma, huyendo de la oscuridad porque saben que una vez que esta derroque al sol sus engendros del mal rondaran libres en busca de alguien a quien atormentar. Es por eso que resulta imperiosa la necesidad de acelerar el paso antes de que… El sol ya se ocultó, es demasiado tarde. Miro a mi alrededor; solo encuentro asfalto y desolación. Acaso soy el único que queda por acá. El miedo me empieza a cosquillear la espalda, ya no puedo darme el lujo de la tranquilidad, ahora debo apurarme antes de que algo malo suceda. Llevo mis libros a mi pecho y los abrazo, una reconfortante sensación llega a mí. En la gran calma de la noche solo puedo escuchar mis pisadas a causa del pavimento, el incesante sonido de mis zapatos chocando con la acera.
Un momento, (freno mi andar) al parar pude escuchar una última pisada que me acompañaba pero esta no me pertenecía; volteo rápido, no puedo ver mucho, todo está muy oscuro y apenas se puede ver por las farolas de la calle que iluminan el lugar con su clásico color amarillo algo anaranjado, que lejos de hacerme sentir más seguro, solo logran inquietarme mucho más. Miro al frente y me concentro en mi destino, realmente no me falta mucho. De repente lo puedo oír, ya no se oculta en mis pisadas, ahora oigo las suyas, son más delicadas, por eso no las pude identificar antes. No me quepa duda, me está siguiendo y lo que es peor ya no se molesta en ocultarse; puedo sentir sus pies golpeando el piso, produciendo un leve choque que contrasta gravemente con el mío, la falta de sincronía en las pisadas casi que pareciera adrede. Intento alejarme, acelerar el paso pero mientras más rápido voy más intensa suenan sus pisadas y más me preocupo yo. Tengo que mantener la calma, comienzo a presionar libros con mayor fuerza sobre mi pecho; debo de pensar en una forma en la cual defenderme si intenta abalanzarse sobre mí. El inquietante sonido de sus pasos no me permite pensar, es como si anduviera descalzo por la acera, me desconcierta, puedo sentir mi desesperación aumentar. Un horrible escalofrió escala por mi cuerpo, un frio mortal que comienza formar parte de mí. A cada paso que doy intento acelerar y pensar en otra cosa pero ahora puedo sentir sus jadeos en mi espalda, como si lo tuviera sobre mí, disfrutando con verme sufrir. Quiero voltear pero cada musculo, cada hueso, cada fibra de mi ser me dice que no, que mire hacia adelante y corra, debo correr tanto como pueda; pero tengo miedo de que huela mi desesperación al correr y me ataque, pues nunca fui muy rápido a la hora de correr, pero quien sabe; cuando se está en peligro el cuerpo puede hacer maravillas.
Adelante puedo verla, una luz blanca y brillante que con gozo me afirma que falta poco para terminar con esta tortura, ya podre descansar en casa. Pero en ese instante suena un golpe detrás, un gran estallido seco, como el sonido que produce un gran martillo cuando lo dejas caer al suelo. Luego un chillido que lastima mis oídos, similar al sonido que produce una navaja cuando se afila; no hay duda de que algo tiene, algo filoso y muy grande como para provocar ese sonido. Puedo empezar a sentír como mi miedo comienza a consumirme con mayor rapidez. Ahora ese pequeño escalofrío se convirtió en una helada mortal que me controla por completo. Mis músculos se tensan, los libros comienzan a lastimar mi pecho, tengo mucho miedo, no quiero morir, no así, no ahora. Las lágrimas corren por mi rostro, lágrimas de desesperación, de miedo. ¿Porque a mí? Pensaba ¡¿Por qué?! Que maldad pude haber hecho para merecer semejante tortura.
Cada vez estoy más cerca de esa hermosa y celestial luz blanca. Tengo que tomar una decisión y rápido, pues siento como mi final se acerca.
Entonces lo hice, tire los libros al suelo y corrí, corrí como nunca en mi vida. Por detrás pude escuchar como sus pisadas se volvían más pesadas, había comenzado a darme caza a toda velocidad; lo acompañaba un extraño pero horrible sonido de cadenas arrastrándose a una velocidad increíble, está detrás, ya casi podía sentirlo, su mano, intentando estirarse para alcanzar mi hombro y tirarme. No podía permitirlo. Tome fuerzas de donde podía y continúe corriendo como si nada más importara, pues si me lograba alcanzar ya nada más importaría, ni siquiera tenía la voluntad de mirar al frente, no podía despegar los ojos del suelo; el me seguía, continuaba hostigándome sin respiro ni cuartel. Podía sentir su turbulenta respiración soplándome en la nuca, como sus manos me alcanzaban. La desesperación reinaba y su paladín, el terror, no me daba tregua alguna, pero aun así debía continuar, estaba ya demasiado cerca para rendirme; mis músculos comenzaban a arder, mi respiración me quemaba los pulmones y mis piernas empezaban a temblar cada vez más con cada paso. No lo lograre, él está ya muy cerca, no podré soportar este incesante dolor por mucho más. Alcé la mirada y la vi. Estaba enfrente mío, vestía una hermosa túnica blanca y una aurora de tibia y serena calma provenía de ella, entonces comprendí que si quería estar junto a ella más tiempo debía continuar, debía darlo todo y más. Seguí, y seguí, pero él aún estaba detrás, sus jadeos se habían convertido en una macabra voz de ultratumba que gritaba “¡NO PODRÁS LOGRARLO!” mientras me perseguía. Trate de ignorarlo pero mis fuerzas se agotaban y el solo pensar en que me pudiera alcanzar me paraliza.
Ya falta poco, está a centímetros, ella estira su mano para que la pueda tomar, ya estoy tan cerca, no puedo fallarle, debo… De repente mi pie choca contra una grieta y caigo. Mi cuerpo adolorido golpea el suelo con gran fuerza, apenas si siento el dolor, ruedo unos metros por el suelo. Mi cara estaba húmeda, ya no podía distinguir las lágrimas de la sangre. No podía moverme ni un poco, estaba totalmente a su merced; estuve tan cerca, no puedo creer que le haya fallado. Escucho como su velocidad disminuye conforme mientras se me acerca, cierro los ojos, tenía demasiado miedo para mirar la cara de mi futuro asesino, él se para junto a mí. “Tengo que admitirlo Ariel, sos de los pocos que casi lo logran, deberías estar orgulloso” Yo me encuentro tirado boca abajo, llorando de desesperación. Sus brazos se extienden hacia mí y me toma del cuello levantándome como si fuera una pluma. “Vaya que me diste trabajo, aunque no entiendo por qué te esforzaste tanto” continuo. Diciendo con su grave y sombría voz mientras sus huesudas manos me pellizcan el cuello, el dolor me obliga a gritar, ya no lo pude aguantar más; abro los ojos y lo veo por fin. Debí suponer que era él quien me seguía, qué estúpido fui, quien más podía ser.
Me encontraba mirándolo desde abajo, su cara estaba cubierta casi en su totalidad por una gran capucha negra y mugrienta, solo alcance a divisar su esquelética boca, de ella exhalaba un frío hedor a muerte. Me tomo con más fuerza y me llevó frente a frente; sabía que mi final estaba a la vuelta de la esquina, todo esto acabaría aquí y ahora; acerca mi cara a su boca, espero unos segundo, quizás solo para aumentar mi tormento; tomo un pequeña bocanada de aire, se acerco lentamente a mi oído y susurro: “O es que acaso pensaste que podías escapar de La Muerte”.
Se oye un pitido en la sala de cirugías, el doctor deja el bisturí sobre la mesa junto a los otros objetos y se pasa la mano por la cara para sacarse el sudor. Frente a él, el cadáver de un joven a quien no pudo salvar, otra vida que se pierde. De inmediato se recompone, listo para seguir con su próximo paciente, rogando, poder tener más suerte esta vez.
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