Jorge me vio dos pistolas. Le dijo a mamá, como era de esperar. Él es bien comunicativo. Mi madre, entonces, me regañó y castigó. Ella me aclaró que era por mi bien. Después, el barrio se enteró. Lo malo de Santa Cecilia es que se cree todo…
Los vecinos me inculparon, me dijeron que yo asesiné a Roberto, el joven de la tiendita de la esquina. Ellos me echaron la culpa. Creen que lo maté porque supuestamente le disparé. ¿Con qué evidencia? Como mi hermano, Jorge, ¡malito sea!, fue de chismoso con todos los pobladores del barrio, se corrió el rumor de que yo fui el culpable. Qué mal que no saben que las pistolas que portaba eran de juguete y, dicho sea de paso, un encargo. No tiene mucho que la policía encontró el cadáver de un niño de doce con las marcas de tres puñaladas en el vientre, así que entiendo por qué me tildan de homicida. No obstante, me declaro inocente.
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