El feminismo moderno, como toda lucha, se ha venido elaborando apoyándose en las adquisiciones de luchas anteriores, y a lo largo de la historia hemos visto como todas las ideologías tienden a deformarse. Las mujeres de las nuevas generaciones nacimos en un época en donde se nos permite gozar de los logros y beneficios de un movimiento que alguna vez representó una verdadera lucha equitativa pero que actualmente está encasillado en mantener un aspecto mártir. La llamada «tercera ola» del feminismo se resume en generar palabras nuevas, seudónimos, colores y canciones como lo hacen la mayoría de movimientos nuevos en su afán de sentirse denominados e incluidos.
Hoy en día, la «Ola verde» prentende que el mero hecho de abanderarse con el calificativo de «feminista» sea una premisa para autodenominarse una mejor mujer. Creen que inmediatamente adquieren intelectualidad y un nivel de expansión mental por encima de las que nos denominamos mujeres o madres. Y eso, es extremista y petulante. El potente activismo feminista no promueve un cambio positivo para todas las mujeres de diversas culturas, generaciones y clases. Por el contrario, cubre solo necesidades estratégicas alimentadas por grandes compañías.
Y sí, es cierto, históricamente a las mujeres nos han pintado como dominadas, desposeídas, que carecemos. Pero seguir promulgando en pleno siglo XXI estos discursos es autoflagelación. Las mujeres de este siglo hemos venido contribuyendo y construyendo una nueva sociedad desde distintos ámbitos. Pero el feminismo moderno insiste en buscar denominaciones y nuevamente encasillarnos en una lista a seguir para ser una mujer «moderna». Sus ideas colectivas nos apartan del ser individual que habita en cada una de nosotras.
El marketing en cada período histórico ha apuntado en que lugar debemos estar las mujeres en el mundo. Implantándo a su antojo; según el mercado pujante, el rol que debemos interpretar en la sociedad. Lo cierto es, que ya somos parte de algo: una sociedad fracturada en la que hay más denominaciones y estéticas que actos.
A pesar de que el feminismo ha tomado relevancia en varios contextos, en muchos de ellos está rodeado de una connotación negativa llevando a muchas mujeres a sentirnos cada vez menos identificadas. En el feminismo moderno se habla de no enaltecer el modelo de madre abnegada y sacrificada. Pero al mismo tiempo erróneamente desdibujan el rol de madre, olvidando que son estas quienes van a sembrar un nuevo espíritu generacional. Tanto en hombres como mujeres.
Se habla de liberarse de la ideología patriarcal, de libertad sexual y comprender la relatividad de los roles sexuales, así como la autonomía del cuerpo femenino. Pero aquí es cuando el discurso se desmorona más: primero porque no podemos hablar de liberaciones ideológicas excluyendo a los hombres del proceso, tampoco hablar de relatividad de roles sexuales o autonomía sin ahondar en la responsabilidad sexual y reproductiva.
Esta nueva ola de feminismo se empeña en promover estilos de vida en armonía con la naturaleza y el universo, pero se niegan asumir la responsabilidad que por orden biológico tenemos. Vociferan aborto seguro, legal y gratuito de manera populista, argumentando que la mujer es quien sufre las consecuencias y que todos los hombres son iguales. Permitiendo continuar con el fosilizado pensamiento de que: quien lleva la barriga acuestas es «quien tiene más que perder». Y así, terminar acarreando otra carga al final de cuentas. Una carga incierta, pues el aborto es una salida efímera y no un instrumento para que una mujer logre romper ciclos de violencia o pobreza pues no brinda herramientas para re construir los matices culturales y socio-económicos que promueven la sumisión, obediencia y violencia.
Todos estos esquemas a los que se aferra el feminismo moderno parecen amañados perpetuamente a intentar construir conceptos en vez de accionar desde lo básico: hombres y mujeres (sin hablar de inclinaciones sexuales porque ese es otro cuento) que pueden construir recíprocamente. Y así, sanar el gran abismo en cuanto a violencia de genero, educación sexual y emocional.
Debemos asumir responsabilidad y aceptar que nosotras también nos hemos equivocado. Hemos construido estándares enaltecidos y superficiales hacía el género masculino (como se ve, cuanto devenga, cuánto mide, que ropa usa y hasta le damos más peso a lo fálico). Las mujeres occidentales mayormente hemos tenido la oportunidad de escoger libremente con quién estar, pero a la hora de hacerlo generalmente lo hacemos por un prototipo idealizado y le otorgamos permisividad. Muchas veces en intercambio de un poco de status en el nivel socio-cultural en el que se este envuelta. Debemos ser conscientes que a medida que reconstruyamos nuestros estándares de valor hacía el sexo masculino y trabajemos en nuestra inteligencia emocional, no caeremos en el juego de oferta-demanda.
Personalmente creo que hay más gallardía y sinceridad al aceptar nuestra biología como gestantes. Y también que la vida se rige por el principio de causa-efecto. Aceptar eso, es labrar un camino libre que nos acerca a un mundo más humano.
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