Tu manera de caminar derecho,

las grandes pestañas que enmarcan tus ojos

y esa risa contagiosa imposible de evadir,

todo eso me llevo hacia ti.

Gran padre entre tantas vulnerabilidades,

completamente consiente de su deber,

nunca dudo de si mismo.

El primer beso, la primer noche y mi único gran amor,

solo verte me alegraba,

me llenabas de vida, una vida deseada por siempre,

una vida que creía no merecer.

Tu perfección me hacia pequeña,

tu inteligencia, ignorante,

y tu amor se sentía como una gracia divina.

Me perdí a mi misma en tus caminos,

olvide que podía ser lo que quería,

y me encerré en volcanes de dudas 

que estallaron en agonía.

Me fui llorando a encontrarme,

forje un camino diferente,

me prometí nunca perderte

más allá de la lejanía.

Tan grande es mi amor,

que tu recuerdo me sonríe,

y cada rostro o figura, 

solo llevan tu nombre.

Soy feliz al cruzarte, 

o al verte de lejos,

ni hablar si puedo rozarte, 

aunque solo me limito a pensarte.

Tus abrazos como gigantes

ya no volvieron a resguardarme,

y más allá de estar entera ante el mundo,

aun me siento incompleta en parte.

Sos mi referente, mi consejero y mi guía,

sos mi familia, mi amor y esperanza,

sos una vida de templanza

en mis tiempos de batalla.

Aguardo en la noche escuchar tu llamado,

tal vez no sea hoy o mañana,

pero lo estaré esperando,

día a día, semana a semana.

Sos en quien más confío,

a quien nunca pondría en duda, 

sos la piel de mi amargura

y la dicha de mi destino.

Sin más recorro este camino,

esperando ya cruzarte,

pues ya entendí que amarte

siempre será mi desafío.

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