La Nave de Cortés.

La Nave de Cortés.

Raul Hernandez

19/02/2018

Mis viajes y en especial, el que me trajo a estas tierras, no fueron tan plácidos y tranquilos, como me hubiera gustado. Una tempestad, al salir al mar desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda , era un adelanto de lo que nos esperaba en el Mar Océano. En Las Canarias, esas volcánicas rocas, en medio de la mar , habitadas mas de perros salvajes que por cristianos, fueron un paraíso de descanso, para mi golpeado esqueleto. La brisa tranquila, para desespero de algunos, era bien recibida por mi.Apenas dejamos de ver las islas, cambió el tiempo y el ropaje de gigante que nos impulsaba en forma de bombacha, casi explotaba sobre el palo mayor,

Me divertía con el salto de los peces voladores al despegar del agua,algunos tropezaban con mi cuerpo. El azul del mar se tornaba oscuro a medida que avanzábamos hacia el mundo de Colon. Don Hernán, prestaba mucha atención a lo que me sucedía y siempre estaba pendiente de cualquier reclamo de mando. Me consideraba un fiel compañero de viaje y hambriento de rumbos nuevos. En los viajes que emprendería en busca de gloria propia, nunca me abandonó en puerto.

– Concepción, eres muy marinero-, me decía don Hernán. Su bota retumbaba, con un golpe seco de aprobación, en las tablas de cubierta y retumbaba en el vacío de mis entrañas. Con el taconazo aprobatorio, premiaba la manera como yo reaccionaba al cambiante tiempo, ora calma chicha, ora vientos huracanados, y al equilibrio casi perfecto de mi desplazamiento.Vadear los líquidos obstáculos, sin que nada se trastocara en mi interior, era parte de mi merito marinero.

Cuando avistamos la Isla Cohíba, como la nombraban sus nativos habitantes y los castellanos, Cuba, sentimos de inmediato una gran emoción y luego un placentero sentimiento de paz interior . Don Hernán, disfrutaba con los cilíndricos atados de la hierba tabaco, regalo dél ladino Juan de Albarracin, cuando bajó a tierra. Yo, remojaba mi viejo y cansado cuerpo en sus tranquilas y transparentes aguas de esmeralda.

El ladino y yo seriamos inseparables en los planes de Don Hernán y nunca pensamos que seria ese viaje, a Nueva España, el último, el de la separación.

El Adelantado de Don Hernán Juan de Albarracin , murió en la ciudad de la desobediencia, La Villarrica de La Vera Cruz, por una flecha de la resistencia indígena y con ella, el pánico se clavó en el corazón de los castellanos.

Todos quisieron regresar a la seguridad de La Española. Estaba en peligro, la hazaña y conquistas realizadas por el Bachiller Salmantino.

Yo, descansaba en las tranquilas playas de la isla Cozumel, cuando lo vi acercarse por la playa , cabizbajo y mirando sus pies , recitando en voz baja, como cuando el mar estaba tranquilo, su poema preferido de Jorge Manrique, cuando era el estudiante de Letras y Derecho, Don Hernán Cortés.

“Nuestras vidas son los ríos

Que van a dar en el mar,

Que es el morir.”

Cuando lo escuchaba recitar, creía que se lo dedicaba a nuestra amistad.

Nací a las orillas del Guadalquivir, lo remonté hasta Sevilla y con Don Hernán, crucé la Mar Océano, hasta la gloria.

Esa noche si lo hizo, me lo dedicó.Levantó la antorcha para que viera su expresión de tristeza y me dijo: – Prefiero verte muerto y destruido que con traidores de regreso.

-Yo no tengo madera de traidor.- quise contestarle.

La tea, la pólvora y el barreno, consumieron mi cuerpo con un fuego que perdura todavía y sirve de ejemplo a aquellos resteados con su destino.

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