Un día en tres historias

Un día en tres historias

Alexis Jiménez

02/09/2021

Amanecer: 

Por la mañana en la que Samuel se levantó para abrir su librería, sintió que lo habían despojado de una parte de su vida, debido a que su esposa ya no estaba en su cama. Veía la parte ausente y vacía que sobraba aun lado suyo. Respiró hondo tres veces seguidas y la tristeza que recorría sus venas no se marchaba. Ya la vida le había regalado muchas alegrías y ahora se encontraba frente a la ausencia de todo lo que fue. 

Salió de su cama, se puso la camisa y luego el pantalón. Detrás de las cortinas estaba esperando la luz del sol pero él no quería invitarla a pasar. Se amarró los zapatos y después de un suspiro, se dispuso ir al baño. 

Cuando se encontraba desayunando, veía cada esquina de esos espacios muertos, había secretos que ocultaban muchas palabras pero ya eran un susurro en su memoria. No era un anciano, pero si un hombre mayor que expresaba en las arrugas y callos de sus manos todo lo que había vivido, por si eso fuera poco, las canas en su cabello demostraban la marca del tiempo. Sus ojos eran penetrantes y sus gestos no se inclinaban por el miedo aunque sí por la pérdida. 

Salió a abrir sus pequeña librería, ubicada en el centro de la ciudad, que en otros tiempos había sido muy concurrida. Abrió temprano y como siempre limpió la tierra que se juntaba en la puerta. Sus hábitos echaron raíces desde su juventud, no podía deshacerse de ellos. Tomó su silla y la limpio de igual manera. Se sentó para esperar que el día pasara como otras veces, sin nada novedoso. 

En su mente solo surgían imágenes del pasado que brotaban como un lago sin detenerse. No las veía con amargura, solo se dejaba llevar por ellas porque era lo único que tenía. En ocasiones soltaba una risilla por algún recuerdo. Toda su mañana se le iba en eso, desde que sus hijos se fueron de casa y después de la muerte de su esposa. 

Atardecer: 

En compañía de los pasajeros de un autobús, Santiago conducía apresurado moviéndose a gran velocidad, sobrepasando los autos que dejaba atrás. Este era su primer día de trabajo, ya que lo habían despedido de algunos otros empleos; no era una persona puntual y mucho menos trabajadora. Le gustaba vivir con astucia y buscaba como salirse con la suya. 

Lo único que le preocupaba eran sus hijas a las que tenía que ayudar con sus estudios. Las veía cada que podía y anhelaba los días cuando las visitaba. Se trataba de un padre amoroso, pero a ojos de su exesposa era un holgazán, a pesar de lo que le decía, él frecuentaba a las niñas que quería con cariño. Siempre llevaba una foto de ellas en su bolso. 

Se encontraba desesperado por la vida que llevaba y por el trabajo que ejercía, sin embargo, por lo único que se mantenía en pie era por aquellas dos niñas que lo esperaban a la hora de comer. Cada que comenzaba la rutina de trabajo, el veía la foto y comprendía que tenía que hacerlo por ellas. 

Recordó que sus hijas lo esperaban en una de las librerías cercanas a la zona en donde detenía el autobús. Mientras el sol despojaba de si mismo hondas ardientes de calor, él estaba a punto de llegar a ver a sus hija e invitarlas a comer. 

Anochecer: 

Samanta era nueva en la ciudad y había llegado hace una semana con la esperanza de formar una nueva etapa de su vida como estudiante de intercambio. Veía todo novedoso y diferente a su país, era una nueva experiencia, que en un principio la llenó de euforia, pero lentamente descendió a la angustia que se escondía detrás de todo lo novedoso. Estaba frente a un lugar nuevo con personas nuevas que no sabían nada sobre su existencia. 

En las primeras horas de la noche, cuando el crepúsculo acababa con su luz, ella comenzó a sentir un miedo sin rostro que se manifestaba dentro de cada momento. La angustia ascendió de su estómago hacia todas partes de su cuerpo y soltó el llanto, ese llanto que se venía tragando desde que dejó su país. De inmediato, busco irse a su departamento, no quería seguir cruzándose con la inseguridad de las calles del centro de la ciudad. Tomó un autobús que la dejaba en donde vivía. 

Llegó templando y no lograba detener el llanto. Abrazó a su amiga que vivía con ella, dejó en su hombro la marca de toda su tristeza. Las dos se sentaron en el sofá y la amiga no dejó de abrazarla. Entre el llanto se le escapó la palabra: «mamá» como si la buscara en su imaginación. 

Medianoche: 

La ciudad dormía y cada establecimiento de la ciudad se apagaba, solo los vagabundos y algunos jóvenes seguían respirando el aire de la noche. Un anciano cerró su librería y volvió a casa para toparse con la misma rutina al día siguiente. Un padre, recordaba estar en casa con dos hermosas niñas a las que les contaba cuentos antes de dormir. Una chica, había dejado su última lagrima en la almohada con la firme decisión de hablar con su mamá por la mañana. El camino de un día siguió su curso. 

  

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