
…Con toda la espesura y brillantez de una tarde de Sol prolija,
tarde que se turna con la noche bajo el zumbido de los mosquitos jóvenes,
entre el jolgorio de la gente que se agolpa,
salí entonces al primer baile de agosto.
En esta época del año se celebraban los carnavales en el pueblo.
Entre los amigos de la cuadra dispusimos de unos pesos del jornal
y nos adentramos a la plaza, con la percha encima,
cerveza en mano y cabello engalanado en manteca de coco
cual galanes de telenovela mejicana,
nos acercamos a lo que parecía un culto al señor Baco.
Sentíamos el llamado de nuestros ancestros, la gaita era melodía
para los oídos y las tamboras anunciaban turbulencia a las caderas
como un torbellino redoblante;
sonaba la música de bandas y podíamos escuchar sin hacer mucho
esfuerzo a las chancletas y abarcas tres punta’as, que arrebata’as,
se reventaban contra el piso.
El polvero que se levantaba de los pies inquietos lo podían divisar
desde lejos, incluso, desde el Cerro´e Maco.
Lo mejor estaba por pasar pues, al ratico comenzaban a desfilar
entre nosotros una a una, las muchachas de las zonas aledañas,
unas bien arregladas, otras algo desaliñadas, todas olorosas a Diosas;
comenzaba el coqueteo y nos íbamos acomodando a sus cinturitas de avispas,
se escuchaba la Maestranza y ya no había excusa para el disfrute,
era el inicio de las fiestas y con gusto nos disponíamos al goce
hasta que el cansancio rutilante se apoderará de nuestros cuerpos poseídos
cual demonios de la noche.
CESAR LORQU
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