Conquista del pueblo Inca
Francisco Pizarro tenía 50 años cuándo logró lanzarse a la conquista del Perú, en enero de 1531. Nacido en 1475 en Trujillo (España), hijo ilegítimo de un soldado español pobre. Era totalmente analfabeto, pasó gran parte de su juventud cuidando cerdos. Llegó a América en 1502, descubrió Perú en 1527.
En 1527 un grupo de aventureros españoles habían quedado aislados en la isla del Gallo, sobre el Pacífico. Cansados hambrientos, y enfermos, hacía más de un año que habían salido de Panamá para explorar la inhóspita costa en busca de una civilización, muy rica, que, decían, estaba más al sur; en una tierra llamada Perú. Los aborígenes de las costas colombianas les relataban que las ciudades, en la zona de Perú, tenían palacios cuyos muros estaban recubiertos de planchas de oro macizo.
Los expedicionarios habían decidido que para llevar adelante la empresa de conquista eran necesarios más hombres y provisiones. Uno de ellos, Diego de Almagro, había regresado a Panamá meses antes, en busca de refuerzos. El otro, Francisco Pizarro, quedaría en la isla de Gallo con el resto de los hombres a la espera del regreso de Almagro. Finalmente llegaron dos barcos, pero no con los auxilios esperados; sino con la orden del Gobernador de regresar inmediatamente a Panamá. Al parecer, algunos marineros que iban con Almagro se quejaron de las penalidades sufridas en el intento de localizar Perú. Muchos de los soldados de la isla de Gallo tomaron con agrado la orden del gobernador; no así Pizarro que veía en esta su única y última oportunidad de dejar de ser un pobre bastardo analfabeto. Y en los 25 años que llevaba en el Nuevo Mundo no había conseguido obtener lo que tanto ambicionaba: oro, poder y gloria. Trató de convencer a sus compañeros que pronto llegaría la ayuda esperada, por medio del dinero que conseguiría sus socios; Almagro y el fraile Fernando de Luque. Los intimó, cien de ellos se quedaron con Pizarro, el resto,13 hombres, volvieron a Panamá. Los navíos retornaron a buscar ayuda, mientras que Pizarro quedó en la isla en su larga espera, con no más de 100 hombres. Sin embargo, no permaneció mucho tiempo en la isla del Gallo ya que se trasladaron a otra isla, la de Gorgona; menos inhóspita,120 Km. al norte.
Transcurrieron siete meses antes de que el piloto Bartolomé Ruiz acudiera a rescatarlo. Ruiz era uno de los trece desertores, pero, ahora, había vuelto con un barco, algo de provisiones y escasa tripulación. También traía una carta del gobernador para Pizarro, donde le ordenaba volver dentro de los próximos seis meses. Mensaje que Pizarro pasaría por alto.
El pequeño grupo de exploradores zarpó inmediatamente rumbo al sur, navegando a lo largo de la costa del actual Ecuador, siguiendo a la izquierda la línea de los imponentes Andes. Surcaron las aguas del golfo de Guayaquil, y después de varias semanas fondearon frente a la ciudad incaica de Túmbez, cerca de la actual frontera peruano – ecuatoriana. En este lugar se enteraron que los relatos de la existencia de un imperio de oro eran verídicos. Fueron recibidos amistosamente y quedaron atónitos cuándo les sirvieron comida en platos de oro y plata, también al ver un templo que, según uno de sus hombres, “resplandecía de oro y plata” y ante jardines “plantados” con réplicas de frutos y verduras de oro y plata.
Pizarro comprendió que era imposible conquistar tal imperio con su reducida fuerza, en provisiones y hombres. Decidió, por lo pronto limitarse a explorar las comarcas periféricas de aquel imperio que, según le explicaron los nativos de Túmbez, estaba gobernado por un Dios-Rey, el Inca, que vivía en una legendaria ciudad enclavada en las montañas mucho más al sur.
Siguieron hacia el sur por la árida costa peruana, hasta la desembocadura del río Santa, unos 800 Km. la sur de Túmbez. Finalmente, después de 18 meses de haber salido de la isla de Gorgona, en 1528, volvió a Panamá para informar que el mitológico reino del oro de Perú sí existía.
El regreso de los aventureros, a quienes habían dado por muerto, causó gran conmoción en Panamá. Las muestras de oro, plata, algunos nativos y llamas, eran pruebas convincentes de tal descubrimiento. Sin embargo, al proponer Pizarro; Almagro y Luque organizar un ejercito para conquistar Perú, el gobernador se opuso porque consideraba que una expedición tan grande le competía a la Corona.
Se eligió a Pizarro para que fuera a la corte, en España, a proponer la empresa. Carlos V quedó impresionado al escuchar que existía una civilización mucho más rica que la Azteca, conquistada por Cortés en 1521. Pero recién a fines de julio de 1529, la reina Madre, Juana la Loca, autorizó la expedición y otorgó a Pizarro, los cargos de Gobernador y capitán general de una nueva colonia, que habría de llamarse Nueva Castilla. A Almagro se le prometió el cargo de gobernador de Túmbez y Luque sería el obispo de esa ciudad.
Esto demuestra, una vez más, como en forma premeditada; la codicia española siempre junto a su aliada iglesia; predeterminaban el destino de un imperio, mucho más antiguo que la misma España. El inmenso imperio incaico, que sus dominios se extendía desde Quito, Ecuador, hasta Tucumán, hoy Argentina.
Ellos desde hacía siglos que habían elegido sus costumbres, religión y forma de vida. Y nunca imaginaron que extraños llegasen a imponerles su dominio, con una justificación Divina. Pero así fue, y España con la fuerza de la pólvora y en nombre de la cruz cristiana; en pocos años borraron mil años de historia del más avanzado imperio que existió en América. Se estima que desde el 16 de noviembre de 1532, cuándo en Cajamarca fue capturado Atahualpa, último emperador Inca; hasta 1650 los españoles ya habían matado a más de 100 millones de Americanos; la mayoría procedentes del antiguo imperio Incaico.
Pizarro al mando de un ejército de 180 hombres y 27 caballos, zarpó de Panamá con una flota de tres navíos en enero de 1531. Iban con él sus hermanos Juan y Gonzalo, su medio hermano Hernando y un primo Pedro Pizarro, que luego escribiría un relato de la conquista del Perú. Almagro se quedó en Panamá, los seguiría luego de reunir refuerzos.
A las dos semanas de haber partido, el mal tiempo obligó a Pizarro a abandonar el proyecto original de ir directamente, por mar, hasta Túmbez. Decidió marchar tierra adentro, mientras los barcos seguían un rumbo paralelo a la costa. Incursionó a sangre y fuego sobre una aldea, destruyendo todo, comenzando con las inmensas matanzas indiscriminadas, que costaría esta conquista, se apoderó de objetos de oro, los cuales mandó a Panamá para persuadir a los remisos refuerzos que se uniesen a él.
Los españoles avanzaron por selvas y pantanos, en vez de semanas tardaron meses en llegar a la isla de Puná, en el golfo de Guayaquil, ahí se detuvieron para recuperarse y esperar a los nuevos reclutas. Un grupo, al mando de Hernando de Soto se unió a la expedición. Pero cuándo Pizarro tenía todo listo para la invasión a la magnífica ciudad de Túmbez; ésta había sido abandonada y destruida por sus habitantes, que antes de partir se llevaron todo el oro y plata, guardados en el lugar.
Pizarro recibió las noticias de lo sucedido. El Dios-Rey; Huaina Capac, había muerto hacía dos años, esto inició guerras intestinas dentro del imperio entre los partidarios de los medios hermanos rivales: Atahualpa y Huáscar. Al terminar la guerra, el vencedor fue a Atahualpa y Huáscar fue confinado a prisión.
La civilización que se disponía a conquistar Pizarro era mucho más grandiosa de lo que jamás hubiese imaginado. Los Incas eran consumados ingenieros, edificaron muros tan perfectos que entre sus piedras, talladas y encajadas con extrema precisión, no se podía introducir una navaja. Algunas de estas piedras eran tan pesadas que para moverlas eran necesario 20.000 hombres.
Miles de kilómetros de calzada comunicaban todos los puntos del imperio con la capital, Cuzco; estaban totalmente empedradas y disponía de puentes sobre los ríos, también disponía de viviendas de postas donde descansaban los mensajeros que llegaban, después de la partida del relevo. Con una matriz proto-Incaica de unos mil años, se dice que el primer Inca nació en 1200 de nuestra era en el lago Titicaca. Estos emperadores semidivinos gobernaron Perú durante trece generaciones, y extendieron el poder incaico gradualmente. La forma de gobierno era un tipo, tal vez el primero, de comunismo donde la tierra era entregada al estado, y éste las distribuía según el tamaño del grupo familiar. A cada familia Inca que la trabajaba durante todo el año, al final del cual le entregaba los beneficios al estado, y éste les daba un porcentaje según los rindes obtenidos.
En su apogeo el imperio incaico, poco antes de la llegada de Pizarro, abarcaba 985.000 kilómetros cuadrados (25 veces más grande que España) con una población de 16 millones de habitantes, cifra registrada por el refinado sistema de censo anual que los Incas realizaban. Una sola lengua unía todo el imperio: el quechua. El otro lazo de unión era la adoración al sol, padre de los Incas.
El símbolo máximo de adoración a este culto era el Templo del Sol, una grandiosa estructura de piedra, en cuyo interior estaba recubierta de oro y plata, con esmeraldas talladas.
El gran Inca era considerado el hijo del sol. Las personas comunes no podían mirarlo a la cara, aún los nobles tenían que quitarse las sandalias, en señal de sumisión. El poder del Inca era absoluto.
Aunque el Inca solo podía tener descendencia a través del matrimonio con su hermana, era tradición que tuviera miles de concubinas. Éstas lo acompañaban por sus numerosos viajes por el inmenso imperio. Una noche pasada con el Inca bastaba para que una joven campesina adquiriera atributos divinos, y el resto de su vida y la de su hijo, si nacía producto de esta unión; estarían a cargo del estado, como integrantes de la familia real. Así, a través de los siglos, esa gran familia había proliferado hasta formar castas de decenas de miles de individuos, que integraban la aristocracia; administradores y funcionarios que se distinguían de los millones de campesinos, plebeyos, por llevar grandes pendientes de oro en las orejas; y por vestir lustrosas túnicas de lana de vicuña.
Los campesinos labraban la tierra, y estaban sujetos a prestaciones de obras tales como la construcción de caminos o el acarreo desde la costa de guano, como abono de la tierra .A cada hombre se le asignaba como derecho de nacimiento parcelas de iguales dimensiones que los demás. Pero ésta aumentaba o disminuía si la familia así lo hacía. Estas parcelas cuadradas eran sembradas por no menos de 40 cultivos diferentes: papa, camote, maíz, tomate, pimienta, calabaza, algodón, tabaco, etc. La tierra se regaba por sistema de canales y había acueductos, algunos de hasta 800 Km. que llevaban el agua excedente a las áridas llanuras de la costa.
La arquitectura pública Inca era imponente, ciudades espaciosas, calles bien trazadas y pavimentadas como todos los caminos del imperio, las casas pintadas de vistosos colores. El camino principal, de siete metros de ancho y totalmente pavimentado, tenía una longitud de 5230 Km., iba desde Quito hasta la zona central de Chile. Cada 8 kilómetro había una posta real donde un corredor entregaba a otro el mensaje, en clave con unas cuerdas con nudos llamados quipos. Este sistema de relevos permitía que un mensaje recorriese hasta 250 Km. al día. Lo curioso en esta perfecta red de caminos es que el pueblo Inca no conocía el uso de la rueda.
Sólo raras veces los Incas recurrían al sacrificio humano para ofrendar a su Dios-Sol. Si sacrificaban llamas, utilizando para esto un cuchillo de oro. Con sus ciudadanos, el pueblo Inca era pacífico, aunque si su justicia era muy dura para aquellos delitos que atentasen contra el pueblo en general; en estos casos se aplicaba la pena capital.
Por su codicia los españoles destruyeron miles de preciosas obras artísticas hechas en oro o plata la fundirlas en lingotes.
Cuando Pizarro ocupó Túmbez, dedicó los siguientes meses a recorrer los valles regados por canales en la costa desértica, al sur de la ciudad. Luego fundó San Miguel, la primera colonia española en el Perú.
Según le informaron los lugareños, Atahualpa, el Inca, vivía en Cajamarca, enclavada en las montañas, 560 Km. al sudeste. El 24 de septiembre de 1532 reunió Pizarro sus fuerzas de tan solo 177 hombres y marcho tierra adentro, ahí se iniciaba la conquista. A poco de partir 9 hombres renunciaron a la empresa, así el grupo quedó reducido a 106 infantes y 62 soldados de caballería.
Días después Pizarro recibió un emisario del Inca, traía la bienvenida de éste con regalos de oro y plata, y una muestra de un valioso perfume Inca hecho con ganso pulverizado. Además, invitaba a los visitantes a que fueran sus huéspedes en su residencia de las montañas.
Pizarro siguió su avance hacia Cajamarca, a 2740 metros de altitud, en este clima enrarecido los españoles se doblaban bajo el peso de sus armaduras. El 15 de noviembre de 1532 fue avistado el altiplano de Cajamarca, inmensa hondonada que parecía un tablero de ajedrez. Atahualpa había abandonado la ciudad y acampaba cerca de unas fuentes termales, a 5 Km. de la ciudad, donde miles de tiendas punteaban la planicie. La ciudad tenía impresionantes plazas y bien trazadas calles, en las que se alineaban sólidas casas de adobe y techo de paja, dos fortalezas, inmensas, de granito gris defendían la ciudad, una en la plaza central, la otra en los suburbios.
Esa misma tarde los hombres de Pizarro marcharon por las calles desiertas de la ciudad. A 5 Km. estaba Atahualpa con un ejército de 30.000 hombres, por cada Español había unos 200 Incas.
Pizarro ordenó a De Soto que fuera con un destacamento de 20 jinetes a presentar sus respetos al Inca. Cuando llegaron hasta Atahualpa, de unos 30 años, muchos Incas se atemorizaron la ver los caballos, animales que jamás habían visto. Cuando De Soto lo invitó a visitar a Pizarro, el Inca no contestó, ni alzó la vista para mirar al enviado, que irritado espoleó a su caballo que llegó casi hasta los pies de Atahualpa, éste permaneció impasible. Pero después mandaría a decapitar a varios Incas que retrocedieron por el temor al caballo.
El incidente se resolvió con la llegada de Hernado Pizarro, que más diplomáticamente se presentó como hermano del jefe de los “visitantes, “y reiteró la invitación. Atahualpa lo miró sonriendo y le explicó que estaba guardando ayuno, que al otro día terminaría, y sí iría con sus jefes hasta la ciudad. También les indicó que ocupasen los edificios públicos de la plaza y no otros. Después de brindar con chicha, un licor de maíz servido en enormes copas de oro, los españoles volvieron a Cajamarca.
Por la mañana Pizarro les comunicó el plan que los dejó intranquilos porque era casi suicida. Cuando llegara Atahualpa a la plaza, a la cabeza de su ejército, sólo Pizarro, el cura Vicente Valverde y otros cuantos soldados estarían en la plaza; el resto, con todos los caballos se ocultarían en los edificios cercanos, hasta que oyeran la señal al grito de “Santiago.” En este momento todas las armas se dispararían y todos empezarían la matanza cuándo el Inca fuese tomado prisionero.
Pasaron lentamente las horas en aquella mañana de 16 de noviembre de 1532, y no había indicios de que se acercara Atahualpa. Éste también tenía temor, como los Aztecas que tenían un Dios blanco, Quetzacoalt, ellos tenían a Wiracocha, que había desaparecido en el mar, prometiendo regresar. El Inca se preguntaba si estos españoles, no serían enviados de Wiracocha anunciando su regreso.
A las 12 del mediodía se vio la partida de la procesión del campamento de Atahualpa, que se había engrosado teniendo ahora no menos de 50.000 soldados. Al llegar a las puertas de la ciudad, Atahualpa volvió a detenerse a deliberar con sus jefes, ahí recibió una nueva invitación de Pizarro. Finalmente, con la vanguardia de su ejército de unos 6000 hombres, entró en Cajamarca.
Un escuadrón de Incas iba barriendo el camino por donde pasaría la litera del Inca. Cuando hicieron un alto en la plaza, Pizarro mandó al cura Valverde, oscuro personaje, para que pronunciara unas palabras de saludo. Pero éste no pudo con su fanatismo y recriminó a Atahualpa el error de su religión, pidiendo su adhesión a la fe cristiana y a la Corona Española. Atahualpa indignado se negó a abandonar su fe, y le preguntó a Valverde como quería que adorase a un Dios que fue muerto por los mismos hombres que él creo. Luego le dijo que su Dios, en cambio aún vivía en los cielos para cuidar a su pueblo. Valverde sin inmutarse dio a Atahualpa una Biblia, éste la hojeó torpemente para luego tirarla al piso. Aprovechando esto Pizarro tomó del brazo a Atahualpa y dio la señal de “Santiago”, y retiró con su prisionero. Mientras tanto los españoles comenzaron a matar sin descanso, soldados, mujeres y niños. En media hora todo había concluido, con 2000 cadáveres en la plaza y Atahualpa prisionero. Éste ofreció para ser liberado llenar una habitación, de 7 metros de larga por 5 de ancha y 2,5 metros de altura con oro: Pizarro pidió que además se llenase otra con el doble de plata, el cura Valverde participaba de estas negociaciones, dando una justificación Divina a tan espantosa, cobarde y traidora estafa.
Después de días donde los Incas traían desde todo el imperio el material para pagar el rescate, éste terminó; pesando 6000 kg de oro y 12000 de plata.
Habiendo pagado el rescate Atahualpa esperaba su liberación, pero como era de esperar, fue condenado el 29 de agosto de 1533 a morir quemado como los herejes. Como fue bautizado antes de cumplirse la pena, ésta cambió y murió estrangulado.
Almagro ya se había unido a los españoles trayendo a 600 más. Para organizar el imperio, Pizarro nombró a Manco, medio hermano de Atahualpa, como un Inca “títere”, que al ver la crueldad y avaricia de los españoles; se rebeló en 1536 sitiando a los españoles durante meses en Cuzco. Por falta de víveres se levantó el sitio, aunque en forma de guerra de guerrillas siguió combatiendo a los españoles hasta su muerte en 1545.
Enterado del logro de Pizarro, el monarca español nombró Marqués a Pizarro, analfabeto, antiguo cuidador de cerdos.
El resto de esta historia, la escriben los españoles con su ininterrumpida tarea de destruir toda señal Inca del Perú, quitándolas sus Dioses, sus libertades y sus costumbres, con la sagrada justificación de hacerlo para introducirlos en la “salvadora fe cristiana”, aunque ya nada quedaba por salvar.
Marcelo Castelli
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