«Alma en pena»
El alma en la penumbra, camina zigzageante, cansada y confundida, no recuerda lo que antes fue si a alguien le perteneció, si aún sigue con vida.
Lo único que reconoce y recuerda es la dolorosa soledad, solo la rodean ciénagas y ruinas de lo que alguna vez fue algo hermoso, se nota por las bellas estructuras que la cobijan, en las eternas horas de frío y oscuridad, ahora inertes.
Todo a su alrededor está sin vida o sumido en un sopor eterno.
Y también están esas bellas lagunas que se ven a lo lejos, que las atraen, pero cómo oasis en el desierto a medida que se van acercando van sintiendo algo perturbador. Los incautos permiten que la desesperación nuble su razón y van hacia ellas sin darse cuenta que en realidad son unas inquietantes ciénagas, qué sólo emiten un intenso olor a muerte.
En este mundo paralelo las almas son corpóreas, sienten frío, hambre, dolor de todo tipo.
En ése lugar hay almas que de alguna manera están siendo castigadas; las que reciben el trato más severo son las que causaron un maligno daño y dolor a otros, otros por sumergir el alma en una tan profunda tristeza y amargura que las llevo a ése lugar, otros por no hacer el trabajo que debían hacer.
Pero hay algo en ella que la hace persistir: La búsqueda de luz, dentro de tanta oscuridad, un calor, una llama que la mantiene cuerda, persistente aunque sus pies llenos de llagas y el cansancio la dejen agotada jornada tras jornada, no quiere rendirse, elije no rendirse.
En una de sus cientos de búsquedas escucha a lo lejos el grito atormentado de un hombre; algo que nunca había escuchado antes, sin pensarlo corre hacia dónde cree escuchar el sonido y era una de las espantosas ciénagas que tanto había evitado y logra ver ya acostumbrada su vista a la oscuridad un brazo y una mano aferrarse a la tierra desesperadamente, enfrentándose a su más grande miedo hasta ahora.
Corre hacia él y toma fuerte su mano con ambas de las suyas y comienza a tirarlo hacia la superficie, pronto logra ver salir su cabeza y su otro brazo, y sigue tirando con tanta fuerza que ni ella imaginaba podría tener, hasta lograr sacarlo integro hacia la superficie; sin embargo no pudo evitar mirar dentro de la cienega dándose cuenta de algo escalofriante.
El hedor no sólo se debía al agua estancada; habían cientos, si no miles de almas que habían dejado de luchar y ahora se encontraban sumergidas y casi deshechas, muchas ya habían desaparecido completamente.
¿Pero ahora se preguntaba que lugar era realmente ése?, ¿ Qué o quién era el cosechador de almas?
Ahora las ciénagas no era a lo que le temía, sino a lo que estaba a punto de conocer, porque sabía que tarde o temprano si no encontraba algún atisbo de luz vendría por ella.
Continuará…
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