Es una cuestión de amor. A veces, casi siempre, pienso en ella. La rapidez con que me despojo de las vestiduras deja expuesto lo más profundo de mi ser. Pero este sentimiento no me desagrada, por el contrario, realza mis virtudes, no tanto como opaca mis vicios. La pregunta es sencilla: ¿es amor o lucho contra la soledad? Suelo considerar la segunda como la que prevalece, aunque parece, más bien, un simple mecanismo de defensa.
No detengo el pensar en las etapas del amar. Conocerse por azar del destino, platicar los detalles menos escabrosos y dejar (se) ser con esa persona de modo de sujetar (se) (nos) a un vínculo, para devenir en gestos y afectos que digan ¡Cuánto amor hay allí! Ya no puedo sentirlo como antes, y cuando pasa, lo acallo abruptamente. ¿Esa persona genero tales males en mí? No lo sé, quiero creer que allí anida la razón de mi proceder ante las situaciones del amor. Definitivamente, esto no resuelve nada tampoco. Quiero la pasión, la consideración, como añoro estas sensaciones es imposible de-escribir.
Ahora bien, ¿Quién sucumbirá a mis pesares en la posibilidad de la no correspondencia? Pues simplemente, Yo. Ese alter-ego construido como fachada, que oculta las heridas más profundas y nos de-muestra cuan impetuosos podemos ser los seres cuando de ocultarnos se trata. Mi otro yo siempre escucha, consuela, atiende esos momentos en los que el amor de ella no está. Productos de mezclas infructuosas surgen a la vera de los desamores, lenguajes corroídos por la impaciencia, la incomplacencia, la desfachatez y la penuria de no corresponderse. Pero, ¿Quién es ella? Lo que las musas a Homero u Hesíodo, eso es, quien nos permite pensar y crear bellas historias a su (nuestro) alrededor. Oh mi amor, si imaginaras cuanto me desvelo por ti. Jamás habría imaginado tal situación nuevamente. Por eso, quiero brindar y, por qué no, sonreír mirando otra de tus fotos. La ilusión brota a borbotones de mi mente, de mi corazón, de mis tripas también. Con que maravillosa presuntuosidad camino mientras te pienso, con que desdén miro a esas otras, que no son, ni serán, tú.
Quiero desnudarte, y esto es en sentido literal, pasemos de esas contemplaciones puramente conceptuales y nada apetecibles. Es perder el tiempo, como si fuera nuestro, en usar la mente de maneras inadecuadas. Usemos el cuerpo, emulemos a través de nuestra desnudez lo glorioso de encontrarnos. Téjeme una trampa para el amor, como hiciera Ixchel para convertir a Knich Ahau en su amante y luego desaparece, para dejarme en la incansable búsqueda de ti, tal como Anningan hiciera con su hermana, la diosa del sol. Las metáforas no alcanzan, ni los personajes tampoco. Hoy, justo en este momento, estoy pensando (te).
¿Acaso pereceré si no te tengo? Probablemente no, ya debería dejar estas vanas palabras que solo reflejan espejismos. El amor no es para mí, como yo para ti tampoco lo soy. Final triste si lo hay, culminando otra noche escribiendo-te. Me has hecho volver al arte de la escritura, por lo que algo de bueno habrá de provocar el amor. No sé, ni creo querera saberlo, cuanto durara esta vez. ¿Maldito amor que tanto miedo da? No, maldito amor que tan poco da y tanto quita. Una canción, unas palabras y un llanto desconsolado. Siempre ocurre igual, nunca estas aquí.
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