CARACOLITO
Viste una falda azul, me gusta como brilla el sol en los bordes de la tela. Pasaron muchos días desde la última vez. Llora y su lágrima, un diamante gigante, cae sobre mí y hago un gran esfuerzo para que el peso no me quiebre. Aprendí que si me doblo hasta cierto punto puedo retomar luego el eje sin daño, las tormentas me enseñaron. ¡Claro, las tormentas! Por eso no vino. En cambio hoy amaneció tan claro. El sol, abierto hacia nosotras, se parece a la rosa de los vientos que lleva tatuada en su tobillo. Miré hacia arriba, todas lo hicimos, y nuestras caritas se llenaron de ese cálido dulzor amarillo. Conté sus rayos: catorce. Me falta uno para ser igualita a él. Pero basta de hablar de mí, ella se aleja.
No lo hagas, no te vayas. Mirá como estamos alcanzando más altura para llamar tu atención. Te amo pequeña, lo hago todas las primaveras cuando rebroto y venís a visitarnos. De niña te acostabas a nuestro lado y nos sonreías y bajábamos nuestra cabeza porque tu rostro iluminaba más que el supremo astro. Hace algunos años ya no te agachas pero podemos adivinar como estás por tu pisada. El año que murió papá fue tan doloroso, saliste corriendo y no viste a mis hermanas. Fueron víctimas mudas de tu aflicción, y vos después llorabas más y más pidiéndonos perdón. Te perdonamos ¡sí lo hicimos! porque nunca fue tu culpa pequeña. Cuando eras apenas un bebé tu mamá nos habló. Era como un hada ¿sabes? Tenía pequeños ojitos verdes de tierra y sus manos nos pusieron acá, nos regó con su llanto y nos pidió que todos los años te abrazáramos como ella no iba a poder. El invierno se la llevó y al año siguiente su savia nos siguió nutriendo. Cuando llegas la voz de tu mamá suena dentro de nosotras como una canción. ¿No te diste cuenta el revuelo que hay cuando venís? Las abejas bailan, los grillos acompañan la melodía y las libélulas vibran a tu alrededor celebrando la entonación del amor.
Azules y esmeraldas se combinan entre los límites de la montaña y el cielo: es una mañana hermosa. Pero ella llora allá a lo lejos bajo el sauce. Creerá que es el viento que le acomoda las hojas en su carita, pero si pudiera verse desde donde estamos notaría que el árbol se agachó a abrazarla. Le ama como un viejo abuelo. De joven columpió en sus ramas a su papá, y fue testigo del primer beso que le dio cuando la trajo a casa. Cuando murió, el arroyo dejó de correr y el viejo sauce perdió la mitad de su cuerpo.
Era tanto el dolor ¿Cómo te explico pequeña? Cada verano decorábamos las habitaciones mientras bailaban y reían. Nosotras veníamos de otro lugar, del campo y de la orilla del camino, tu papá pasaba y nos levantaba para ir con ella que tomaba el ramito y era jilguero. Nos contó una vez que la presintió mucho antes en un sueño, construyó después la casa y esperó hasta que el otoño la trajo envuelta en tormentas, lista para amar. Como el viento que se seca al pasar por las empinadas cumbres ella soltó en otro lugar sus lágrimas y al verlo a él fue brisa suave, fresca, inundó el espacio con la semilla de la fecundidad.
¿Sabés que el universo se mueve pequeña? Si se quedara quieto por solo unos poquititos segundos todo moriría. La vida – por designio secreto – es dinámica. Por eso sentimos terror cuando el corazoncito de tu mamá se detuvo. Lo supimos al instante, las moléculas del aire simplemente cayeron y el espacio se volvió vacío. Nos ahogábamos. Nuestros ojos vueltos hacia el piso, perdimos la resistencia y caímos. Unas sobre otras.
Ahí vuelve, trae a ese perro peludo que le regalaron; es tierno aunque travieso, ojalá hoy se quede quieto así no nos lastima.
Sentate junto a nosotras, sobre la alfombra verde que ya está lista.
Caímos, te decía. Pero no nos vas a creer, o capaz que sí, estábamos con los oídos pegados al suelo cuando escuchamos pupum, pupum, pupum… Al principio fue un sonido leve y lejano. Y después más y más fuerte, pupum, pupum, pupum. Yo la escuché primero, yo fui. Dijo “cuídenlos”. Vencimos a la escarcha y crecimos y crecimos y crecimos. Queríamos que tu papá nos llevara a la casa y nos pusiera junto a ella, y ahí estaba en su caja de madera, tan blanca y quietecita, y el pecho de tu papá para dentro, como un agujero. Algunas de nosotras los acompañamos hasta el cementerio prendidas en tu cabecita ¿te acordás caracolito?
Pero basta de charlas, contanos ¿Cómo estás? ¿Qué son esas lágrimas? Te amamos caracolito y no nos gusta verte llorar.
Ella tendió una mantita y se acostó junto al prado de margaritas que todos los años brotaba en la casa de su papá. Su perrito le mordisqueaba las manos y gruñía hasta que se cansó de jugar y se durmió.
Lloraba de emoción, se agarraba la panza y pensaba que su mamá debió sentir lo mismo al enterarse que estaba embarazada. Miró al costado y le pareció que las florcitas le sonreían. Una suave melodía se escuchaba cerca del piso y cuando cerró los ojos su mamá, por fin, la abrazó.
OPINIONES Y COMENTARIOS