Por allá en el 1864 trabajaba como mayordomo para una familia muy adinerada y excéntrica. Estella era el nombre de mi patrona, una hermosa mujer, aunque un poco loca , siempre llevaba su cabello alborotado. Vivía con su esposo Valentín, era un tipo sin gracia y con unos ojos vacíos y oscuros como la misma noche.
Eran una pareja bastante fuera de lo común y peleaban la mayor parte del tiempo, muchas veces por tonterías y otras por asuntos de dinero, esto sucedía hasta altas horas de la madrugada, eran incesantes los ruidos a porcelana y cristales rotos que se escuchaban cuando estaban solos en su habitación.
Yo no nunca dije nada, era nuevo en el trabajo y además un hombre bastante miedoso, tampoco era un tema que me correspondiera, supuse que era normal ya que en mi casa la situación era bastante parecida.
Una tarde en la que llovía mucho, Valentín llegó empapado, furioso y bastante pasado de copas, apenas podía mantenerse en pié, pero lo primero que hizo fue corretear a Estella por toda la casa y golpearla con lo que se topaba en su camino, floreros, estatuillas, incluso hasta con la guitarra que el tanto amaba. En un momento los ruidos cesaron y fui hacía la sala, la vi tendida en el piso, parecía inconsciente, Estella estaba con una pistola en la mano, frente a ella estaba el, riendo y disfrutando de su dolor.
Me acerqué y me dispuse a ayudarla tratando de levantarla de el suelo, en su último suspiro apretó el gatillo y Valentín se desplomó sobre nosotros.
Lo que me molesta es que después de 156 años no he podido quitar las salpicaduras de sangre y el agujero que hay en mi camisa, quizá tendría que cepillarla un poco más y mandarla a remendar.
OPINIONES Y COMENTARIOS