¿QUE PORQUÉ LO LLAMO DESGRACIADO VIEJO CABRA?
Ese viejo era el tipo más maldito
que he conocido en mi vida, para describirlo baste decir que era un verdadero
viejo cabra. ¿Qué porqué lo llamo así? ¡Muy
sencillo! Por llamarle con algún diminutivo, después de todo era mi abuelo
paterno y alguna consideración debo guardar hacia el viejo. Es verdad que nunca lo quise, me cuentan que
cuando yo era un bebé y él me cargaba de inmediato me orinaba o de plano
me embatacaba para que me tuviera que soltar cuanto antes. No solo es que tuviera mal carácter y que hasta
su severo rictus delataba su talante de violento y maldito, sino que no perdía
oportunidad alguna para espetar una palabra o frase hiriente que dejara
devastado a un interlocutor o a alguna otra persona que podía estar o no
presente en el momento de la charla. Era
medio sotaco y de hecho yo, paras mi
desgracia, heredé su estatura y no negaré que también mucho de su carácter
intempestivo, mas no su maldad ni ganas de cepillarse a cuanta persona tuviese
la mala fortuna de cruzarse por su camino. Hasta para sus nietos recién nacidos
tenía comentarios sarcásticos y ofensivos, no había nadie que se escapara a su
poder hiriente y destructor.
Su perro tampoco cantaba mal las rancheras, tenía un enorme pastor alemán tan feroz y maldito que en cierta ocasión le dio por brincar desde la azotea tan solo para poder caerle encima a un pobre transeunte, creo que estudiante de medicina del poli, a quien, sintiéndose muy seguro desde abajo, le dio por increpar y retar al animal.
NO LE PODÍA FALLAR SU ESPÍRITU
FREGATIVO AL VIEJO, PERO…
Pues nada, que una buena tarde, a eso de las
dos y cuarto, llegó una destartalada y mugrosa ambulancia de lo que fuera “La
Cruz Verde-Rubén Leñero”, venía haciendo un estruendo de locos y no conforme
con ello tuvo a bien pararse frente a mi excasa de Garambullo, bajó un
rescatista que portaba un chaleco no menos mugroso y maltrecho pero, eso sí,
con un casto nuevecito y reluciente. Con
voz muy osca me dijo: “Niño ¿Está tu papá?, sin esperar respuesta remató
“llámalo”, “es urgente”. No tuve tiempo de hacer lo que decía, él ya estaba
parado detrás de mi inquiriendo: “Qué sucede”?
.- Señor,
traemos a su papá, una pandilla le dio una golpiza hace unos momentos.
Mientras tomaba su saco del
paragüero mi padre preguntó ¿Está grave?
¿En dónde fue?
.- Se va a reponer
pronto, pese a su edad es muy fuerte, lo agarraron a un par de cuadras de aquí,
en José Parrés que como sabe es una calle muy solitaria y propicia para estas
cosas debido a las grandes bardas de los colegios.
Ya a punto de trepar mi padre a
ese viejo carcamán llegaron otros dos detrás, igualmente con las torretas y
sirenas chillando a todo lo que da, mi padre volteó con cara de interrogación.
.-
Son algunos miembros de la banda a los que su señor padre se alcanzó a
cepillar, nada grave tampoco, algunos huesos rotos (aunque una rodilla fue fractura expuesta), incluidos un par de
mandíbulas fragmentadas, algunos dientes de menos,
moretones y algo más. ¿Qué edad tiene el
señor?
Ese era un dato interesante que yo desconocía
y mi padre detectó en mí la curiosidad. Me observó de una forma muy extraña y
respondió.
.- 74 recién cumplidos el día de ayer.
.- Pues vaya puños y agilidad los que tiene el viejo, se le escapó decir
al de la ambulancia mientras arrancaban a toda velocidad pese a que el hospital
estaba a tan solo media cuadra de distancia.
Pensando para mí, y cuidándome de exclamar
algo de lo que más pronto que tarde pudiera yo arrepentirme, dije en secreto
¡Efectivamente! Vaya puños y agilidad
los de este cabrón tico. Quedamos en que le diría simple y sencillamente
cabra, por llamarlo con algún diminutivo. Esa misma tarde fui a “La Cu-cú” a comprar un chocolate Carlos V y no porque me muriera yo de ganas del mismo, sino porque sabía que la chismosa de la colonia ya debería estar con “Don Cosme” averiguando qué sucedió ya que la mencionada miscelanea estaba ubicada frente a la casa del viejo.
.- Hay Doña Lucerito, es que hace un par de días estaban “El Trompiates», «el cacarizo», los hijos del de la funeraria (los 3), dos de «los Humbertotes», «dos de los Go gos», y uno de sus primos echándose una cascarita de fút-bol aquí, a mitad de la calle cuando de pronto rompieron ese pequeño vidrio de la cocina, salió el señor Don Víctor con una pistola, creo que tipo escuadra y soltó un tiro al aire (yo sabía que era su amada lugger de 9mm con cacha de marfil. Original de la Segunda Guerra Mundial con capacidad para nueve tiros mas uno en la recámara y que podía soltar de uno en uno o en la modalidad de ráfaga). Naturalmente los muchachos echaron a correr en el momento, pero el día de hoy lo estaban esperando, sabían que venía del Metro Colegio Militar y se lo agarraron aquí atrás, a media cuadra, en José Parrés.
.- Dice la señora Concepción, que como usted
sabe vive frente a las escuelas, que el viejo Víctor peleó como los verdaderos
machos y que alcanzó a dejar muy mal trechos a varios de los muchachos pues no
solo a él se lo llevó una ambulancia, sino también a ellos.
Al viejo ni un solo diente consiguieron aflojarle y eso que tres o cuatro de ellos ya habían visitado la cárcel por balaceras con la policía y por tráfico de documentos y placas de circulación falsas para taxi en una pequeña panadería, que mi madre sin saberlo le rentaba a uno de ellos.
Ya en la casa me disponía a disfrutar de mi chocolate pero en eso pasó
frente a mi hermana Lujdivica Hermenegilda y se lo tuve que soltar pero la cara de satisfacción no me la quitaba nadie, en parte porque se habían surtido al viejo, pero también había cierto orgullo porque también él se los había alcanzado a cepillar, después de todo, a sus setenta y cuatro años de edad, recién cumplidos, aquél viejo cabra al que nunca quise, había sido capaz de echarse un buen trompo callejero con toda una pandilla. FIN.
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