Me tomó un par de meses darme cuenta de que la verdadera intención de este reclusorio era hacer que el preso olvidara el atardecer, sus principios como animal social y sus motivos para vivenciar una nueva mañana. Tras varios meses de encierro, tuve que aceptar el ser un simple peón en un gran tablero de ajedrez, hoy en el pabellón casi matan un joven solo porque no entregó sus cigarrillos, y aunque sea poco ortodoxo, tengo suficiente criterio para decir con firmeza: “no deseo continuar”, dentro de él. El joven fumador fue mi único colega, no falleció gracias a que intervine y por esto, fui apuñalado múltiples ocasiones, no siento dolor, tampoco frío, y aunque lo sintiese, no tengo a quién decírselo.
Cuando tenía 10 años perdí a mi madre, fue cuando él comenzó a hablarme, desembocando en un gran cúmulo de eventos desdichados e incomprensibles, pues no hay historia más trágica, que aquella jamás contada. Yo amaba a mi madre, pero esto no impidió que el día de su funeral no pudiese soltar ni una sola lágrima. Estaba tan acostumbrado a los comentarios negativos de la gente, que me convencí de ser una suerte de quimera incapaz de sentir como los demás, incapaz de convivir con la otredad, incapaz de existir.
Después de la muerte de mi madre, el colegio fue una pesadilla, tenía que tolerar compañeros estúpidos que se reían de cualquier cosa, lo que no tardó en convertirse en un problema. Por alguna razón, nadie quería ser amigo del niño cuya madre falleció, en cambio, preferían guardar sus distancias a tal punto de incomodarles cuando les miraba, sinceramente, era la mejor parte del día.
Recuerdo fielmente que dos veces a la semana tocaba educación física, por lo que me obligaban a formar equipo con los demás, pero fue la peor idea que tuvo el profesor de ese entonces, para hacerme convivir. El primer intento fue con el equipo de futbol, no le veía la gracia a estar corriendo de un lado a otro, pero me di la oportunidad de ensayar. Cuando el balón estuvo en mi poder, no dudé ni un segundo en correr al arco para anotar, sin embargo, me tacklearon y esto hizo que perdiera la cordura. Me levanté con rapidez y golpee con tanta fuerza la cara del tipo, que le rompí la nariz. El segundo intento fue con el equipo de balón mano, aunque esta vez no tenía disposición para intentarlo. En el equipo contrario estaba un sujeto que siempre hablaba a mis espaldas, lo había escuchado varias veces referirse a mí como “bicho raro”. En un descuido, aproveché y le tiré el balón a la cara, lo que le hizo enojar. Cuando estaba en el baño tomando un poco de agua, llegó por la espalda para atacarme, pero yo sabía que lo iba a hacer, le importaba mucho lo que pensaran los demás como para no hacerlo. Le di una patada en la pierna y cuando cayó al suelo lo estampé contra el lavamanos. Fue la razón de mi expulsión. Jamás volví a un colegio.
Cuando cumplí 15 años surgieron pensamientos y reflexiones que me suscitaban escribir, por lo general creaban conflictos como una res extensa y una res cogitans ajenas entre sí, pero eran necesarias para continuar. Sentía que era lo único capaz de mantenerme anclado a este sistema. Con el paso del tiempo tuve que resignarme al hecho de no poder ser yo, no hablaba mucho, pero recuerdo con fiel serenidad, que mis palabras solían incomodar a los demás, fue un largo y tedioso proceso darme cuenta que una persona reconocida por exponer sus inquietudes y con ellas, disyuntivas y problemáticas, no era bien vista más que por unos pocos que se planteaban lo mismo.
Tras la pérdida de mi madre, la soledad comenzó a gestarse a raíz de su falta y las cuestiones existencialistas me abrumaron aún más, así que inicié un nuevo proceso de alejamiento que terminó por crearme estrés y malestar, sin embargo, él siempre estuvo a mi lado y cada vez que presenciaba el abismo, él emergía de la profundidad y me ayudaba a salir ileso, o eso era lo que creía.
Cuando superé la idea del suicidio me centré en la filosofía, puesto que la carencia de sentido me obligó a encontrar ese “algo” irrevocable que me sirviera como peaje en este largo viaje, incluso fue útil para amansar las voces y para sentirme vivo. Mi instancia en el mundo no dependía de cuan racional fuese para descifrar los problemas que me arropaban, de hecho la mirada comenzó a desligarse de las dicotomías, hasta que en una profunda reflexión, apareció la pregunta fundamental: ¿para qué vivir?
Es inevitable recordar lo que me atormentó por tantos años, los días transcurrían como fotocopias de un libro que no lograba entender y los únicos que permanecieron a mi lado fueron los libros. En el día leía, en la noche pensaba, y en ningún punto de mi existencia actuaba, las égidas que construí por tanto tiempo se desplomaron cuan niño desnutrido al no soportar un día más sin comer, cuando esto ocurrió, hábilmente comencé a embelecar a cualquier sujeto que se acercara de más, en mi ignorancia pensaba que esto los alejaría, pero ocurrió lo contrario. Cuando la otredad se acercaba, no podía evitar la aversión facticia que sentía, aunque a decir verdad, me daba igual si se enteraban de mi desagrado, si la parca me importaba una mierda, imagínate la opinión de un desconocido.
Terminé por convertirme en un extraño para mí mismo, las voces pasaron de ser depauperantes a incomprensibles, a excepción de la suya, y fue por su petición que decidí escribir esto. Solía confundir la realidad con mis contenidos imaginarios, entonces no sé hasta qué punto lo aquí redactado se corresponda con la “realidad” de los cuerdos. Me da risa ver cómo la gente no entiende las consecuencias de su sanidad, pues cuando me veo al espejo, es el reflejo quien me habla y me murmura secretos que nadie desea oír.
Al principio hacía lo posible por acallar las voces y por borrar las imágenes que en mi mente se dibujaban, recuerdo que me decía: “aguarda la cordura y todo pasará” o “imagínate en un escenario tranquilo rodeado de paz y armonía”. Es muy gracioso echar la vista atrás y darme cuenta de que ese intento de racionalidad, lejos de ayudarme, agravó mis problemas. Ahora que me siento bien conmigo mismo y que he entrado en confianza con ustedes, tengo que confesarles que en distintos momentos del día habito lugares horribles, a veces me encuentro en una prisión y a los minutos, paso a estar en un manicomio, pero si me preguntan por la peor de las sensaciones, no es el vértigo ni la migraña, es cuando siento que mi alma llora cristales rotos.
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