Cuento invernal.
Sentados los dos chamaquitos, en un tronco viejo y seco de un Mezquite que ocupaba un amplio espacio a la mitad del terreno, un tronco ya apolillado y casi deshecho por las termitas, y que pese a ello, el mismo se resistía a ceder, se negaba a desaparecer, bajo este, una comunidad de bichos vivía inmensamente feliz, cucarachos, grillos, chapulines, cochinillas, lombrices, pinacates y uno que otro lagartijo, con toda seguridad Timón y Pumba se hubieran dado un gran banquetazo levantando dicho tronco, pero ellos aún no existían y de ser así, dudo que hayan pasado por allí. El tronco tiempo atrás había sido un árbol fuerte y frondoso, con grandes ramas, gruesas y tupidas, en las cuales los hermanos mayores de los dos chiquillos ahora sentados, habían trepado muchas veces bajándose de él con raspones, magulladuras y moretes. Una tarde el árbol fue derribado y a partir de entonces sólo servía para treparse sobre él, sirviendo algunas veces de nave espacial, otras veces de barco, otras veces de escondite, otras veces de lagarto gigante y muchas de las veces sólo servía como para ir a aplanar el trasero mientras pardeaba la tarde adornada con el chillar de las chicharras…Como en esta ocasión en donde estos chamaquitos sentados, aburridos, y con las ganas de jugar con los juguetes que había traído Santa ya totalmente desgastadas.
Al mayor, quien tenía 11 años y que era un puberto delgado, enclenque con apariencia de desnutrido, pero sin serlo; Santa Claus, Papá Noel (realmente don Nacho) le había traído una figurilla de acción del personaje que tanto le gustaba “He- Man”, nunca perdía ocasión para pedir algún juguete de esos, en cumpleaños, día del niño o Navidad… Muy a pesar de que ya iba a entrar a la secundaria seguía jugando con él y con el villano “Skeletor” y otros personajes que tenía.
El otro bribón 1 año menor que aquel, era físicamente opuesto: Rechoncho, de piel rosada y con las mejillas coloradas al igual que la punta de la nariz, debido al fresco que se hacía sentir en esa media tarde. Pues bien, a este gordito tampoco le interesaba ya jugar con el balón que supuestamente Santa le había traído, en lugar de traerle la bicicleta que tanto le había encargado. – ¡Pinche santa! – había el niño pensado cuando vio la caja en dónde venía envuelto el balón y que desde luego el mismo estaba seguro que una bicicleta no iría ahí dentro de esa envoltura minúscula. El balón de futbol soccer decorado con los logotipos de las Chivas del Guadalajara, solo se había usado durante los cuatro o cinco días posteriores al día 24 de diciembre, dia en el cual según la tradición familiar, todos los niños abrían los regalos tan esperados, era ya el día onceavo del mes de enero de 1987 o quizás era el día doceavo o el treceavo; Haya sido uno u otro día, ellos estaban igual de aburridos en el fresco, el clima no estaba como para entumirlos, era soportable, si acaso les resacaba la piel, ambos en short con las piernas cenizas, ninguno de los dos soportaba la crema Hinds de color rosa que las mamás de cada uno de ellos obligaban a untarse a cada mañana.
¿Para para que ponérsela si afuera iban a estar jugando entre la tierra?
– ¿Vendrá José? – pregunto Raúl, el gordito. -No lo sé, Ojalá y venga, pero con bici- contestó Alex, quien se había parado en un extremo del tronco tratando de mantener el equilibrio.
-O sin bici, pero que venga- replicó Raúl meneando su redondo cuerpo de un lado a otro, tratando de mover el tronco para que su primo perdiera el equilibrio y se cayera.
-Pues sí, no sé Raúl ya me aburrí de no hacer nada-
– ¿Escondidas? – Dijo con algo de emoción Alex.
– ¡Ah! Sí- contestó el otro sin mucho interés. -tú me buscas a mí y yo a ti… ¡No mames! – Bueno pues, ¿entonces? ¿traes dinero?
El gordito hurgó en los bolsillos del short de mezclilla y saco $3.00 pesos, mostrándole a su primo que era lo único que poseía en ese momento. -Yo tengo como cinco- comentó quien aún seguía equilibrándose en el tronco y lanzó la pregunta:
– ¿cohetes?, completamos el paquete del gato cuesta $8.00 pesos y las palomas deben constar como 5.00 pesos cada una, igual que los cañones.
Allí tenían ahora el primer reto de la tarde: ¿Cómo irían a la tienda que estaba a tres cuadras de casa?
La tienda de abarrotes “Olivo” era la única tienda que seguía vendiendo cohetes pese a que los días festivos ya habían pasado, “Don Olivo” el propietario era un señor chaparro de abundante panza y abdomen abultado, además de un cuello inexistente, realmente no tenía forma, no se sabía dónde estaba la cintura, si es que alguna vez había tenido. Pero, en fin, en su tienda existía una amplia variedad de los explosivos de moda, tenia de todo.
– ¡Un volado! – Propuso Raúl.
– ¡Mejor un disparejo! – rezongó el otro. – El que pierda va por los cohetes y el que se quede consigue los cerillos con el abuelo.
Ambos reflexionaron momentáneamente en que las dos cosas eran igual de difíciles,
¿Cómo ir a la tienda sin que se dé cuenta la abuela? ¿Cómo robarle los cerillos al abuelo?
Ambos contaron al unísono.
Los dos abrieron la mano, papel en el primer intento.
Los dos pusieron tijera en el segundo intento.
En la tercera oportunidad uno empuñó la mano como piedra y el otro abrió tanto la mano que de inmediato envolvió a la piedra.
– ¡Pierdes! – Dijo Alex, levantando los brazos en señal de victoria, pero de inmediato se dio cuenta que su reto era mayor, robarle los cerillos al abuelo.
Alex fue y saco del cajón de su ropa interior los $5.00 pesos que había dicho, tenía más, pero estaba ahorrando para comprarle algo a la niña que le gustaba de su salón, en un mes más se festejaría el 14 de febrero…
Raúl ya se encaminaba a la tienda del viejo Olivo, mientras Alex se dirigía a la cocina donde el abuelo de ambos seguramente estaría sentado.
Llego a la cocina y en el umbral de la puerta se agachó, hasta quedar en posición de gato, o de perro, o de lobo, o de tigre, en cuatro patas pues…Poco a poco avanzó hasta llegar debajo de la mesa, efectivamente ahí estaba el abuelo sentado en una pequeña silla tubular, desde su posición, Alex únicamente podía ver de su abuelo desde las rodillas hasta sus zapatos, él viejito estaba dando grandes sorbos de café en una taza de peltre blanca ya medio despostillada y muy manchada por tanto uso, sobre la mesa el paquete de cigarros delicados sin filtro y sobre el paquete estaba la cajita amarilla de cerillos, de esos que tenían dibujada a la monita sin brazos.
El trabajo era sencillo, esperar un descuido y robarlos, de un momento a otro el abuelo se levantó y se dirigió a la puerta de salida hacia el patio trasero, se detuvo en el umbral, tosió un par de veces, una más y con este último tosido preparó un ¡señor gargajo! que de inmediato fue expulsado…El viejito salió, había olvidado los cigarros y los cerillos, era el momento de actuar. ¡Era ahora o nunca! Alex salió de su escondite y rápidamente buscó arriba de la mesa y para su suerte ahí estaba lo que tanto buscaba, en esa cajita veía cumplida su misión.
Salió corriendo y espero la llegada de su primo Raúl confiando en que también aquel cumpliera su misión, debería comprar un paquete de los cohetes del gato o quizás un cañón, todo conspiraba a favor de ellos, ni las mamás, ni la abuela (quien era la más enérgica y regañona de las abuelas del mundo) andaban por ahí , quizás habían ido a visitar a “ La truje” una viejecita que vivía a pocas cuadras de ahí y tenía una vendimia de ropa usada y vasijas de segunda mano. Su apodo se debía a eso precisamente, siempre que alguien iba a su vendimia ella decía así: ¡Pues ahora truje vasijas, truje ropa nueva! ¡y también truje zapatos!
El chamaquito enclenque se sentó en el viejo tronco a esperar a su primo, no esperó mucho tiempo, cuando vio venir a Raúl muy sonriente y feliz, tan feliz como un tiburón cuando ve los pies colgantes de un surfista.
(Ya se, la analogía o comparación es estúpida, pero así de feliz venia)
Al acercarse, Raúl mostró a su primo, un explosivo casi tan grande como la palma de su mano, era un explosivo hecho de papel periódico, en forma de triángulo isósceles conocido como “paloma”
*nota. Para los que recuerden, las palomas tenían la peculiaridad de que tronaban recio, bien recio, pero …Tenían la mecha muy corta.
– ¿Por qué solo uno? – preguntó Alex escandalizado.
-Solo uno completé- contestó rezongón Raúl, masticando un chicle Totito que no traía antes de irse y que seguramente su sabor a plátano ya había desaparecido.
– ¿Y tú? ¿conseguiste los cerillos? – Preguntó el muchachito del Totito.
-Si, aquí los traigo-
– ¿Dónde lo tronamos? – Cuestionó uno de ellos, e inmediatamente con esa pregunta se dieron cuenta de que acababan de entrar a un nuevo reto.
1.-Habian conseguido dinero. 2.-Habian ido por el cohete. 3.-Habian robado los cerillos.
4.- ¿Dónde diablos lo tronarían?, si su abuelo se daba cuenta asumiría que sus cerillos desaparecidos los habían tomado ellos y peor, andaban tronando cohetes aun y cuando se les tenía prohibido.
Ambos mocosos fueron a sentarse de nuevo al tronco …A pensar. volteaban a un lado y a otro.
¿En un bote de leche nido? No, opacaría el sonido.
¿Aventarla al aire? ¿Quién lo haría?
Raúl bajó del tronco y se fue directo a poner lo más cerca que pudo, el pico de su boca en un pozo de hormigas, empezó a silbar y poco a poco las hormigas fueron saliendo, embravecidas, en lenguaje hormiguno (que supongo debe existir) casi seguro le estaban mentando la madre a ese niño gordinflón.
– ¿En el baño de pozo? – Propuso Alex.
Raúl volteó a verlo con aquella expresión, como si la idea de su primo fuera genial
– ¿En el baño de pozo? ¡Órale!
Siempre se le llamó así, baño de pozo, mucho después se dieron cuenta que su nombre científico era “Letrina”
Los dos niños se dirigieron al baño de pozo ya convencidos de lo que iban a hacer, el baño estaba un poco más allá de donde estaba el tronco tirado, la lejanía del baño se debía desde luego al hedor que despedía. En aquel ayer, para un niño era todo un martirio que le dieran ganas de ir al baño como eso de las nueve o diez de la noche, la sola idea de ir a ese cuartito al fondo del terreno sin luz, era sumamente escalofriante, si a un chiquillo a medianoche por tanto tomar agua le daban ganas de orinar el “voy a ir al baño” significaba mear en el arbolito más próximo que estaba en el camino hacia el baño, si tenías una “Nica” eras afortunado, el problema era mayor si te andaba del dos ahí sí ni como…Tenías que ir .
Decía pues, que estos dos primos se encaminaron al baño, entraron en él y se acercaron al pozo, el baño no era más que un cuartucho de madera y láminas de dimensiones pequeñas realmente uno muy apenas cabía allí sentado y claro con un papel higiénico a un lado.
– ¿Tú lo avientas? preguntó Raúl.
– ¿Por qué? ¡mejor tú! – Contestó Alex.
¿-Un disparejo? – Insistió el gordito.
– ¡No, ya! Si nos tardamos, el abuelo nos buscará-
Mientras decía esto Alex, sacó un cerillo y empezó a frotarlo en el lomo de la cajetilla
1, 2, 3 tallones y la cabeza del cerillo se convirtió en polvo, sacó otro e intentó de nuevo y pasó lo mismo.
– ¡Dámelos, yo lo prendo! – Sentenció Raúl y Alex aceptó debido a que quizá sus nervios no le dejaban prender bien el cerillo.
– ¿Chamaco estás ahí? – Dijo una voz, era el abuelo.
Alex peló los ojos medio asustado, Raúl contestó: – ¡Sí güelito!
El viejito dio un par de pasos más acercándose el baño y decidió retroceder sabiendo ya que el baño estaba ocupado ¡Diable de Chamaco! se fue rezongando el viejito.
Ahora Raúl intentaría prender el cerillo, lo sacó lo froto dos o tres veces y el cerillo se pulverizó, quedando en la mano del chiquillo el puro palito, de continuar así, la monita dibujada en la cajetilla de cerillos podría salir a decirles cómo prenderlo, pero bueno la monita no tenía brazos.
– ¡Están húmedos! – dijo Raúl un tanto molesto.
Ya estaba pardeando la tarde, y no había mucha claridad y allí en el baño menos
Raúl se acercó a un hilo de luz que entraba por una rendija (porque eso sí, esos baños estaban llenos de rendijas, por eso en tiempo de frio era incomodo ir a sentarse)
-Agarra el que se mire más seco- Ordenó el chiquillo que tenía la paloma en la mano.
Raúl así lo hizo, abrió la cajetilla y escogió el cerillo que tenía la cabecilla más coloradita, el que parecía más seco.
“Ese cerillo” Ese precisamente, sería el causante de la desgracia.
Raúl se acercó de nuevo a donde su primo estaba esperando, solamente bastó un tallón para que el cerillo se encendiera.
Raúl aproximó el cerillo a la diminuta mecha de la paloma que sostenía su primo, este por su parte medio tembloroso, al ver que la mecha del cohete recibió la flama y empezó oler a pólvora, arrojó el cohete al pozo, ambos niños intentaron salir corriendo hacia afuera del baño, la decisión de correr al mismo tiempo provocó un amontonamiento de cuerpos en la puerta, ninguno de los dos salió, chocaron y quedaron con medio cuerpo dentro del baño con las espaldas hacia el pozo.
El explosivo, quizás no llegó a tocar la superficie aguada, la onda expansiva fue tal, que arrojo pequeñas partículas hacia arriba, muy diminutas pero notables y pestilentes, el sonido fue sordo, fue algo así como: ¡plooop! o quizás ¡puuuuf! (No se realmente cual onomatopeya pueda resultar correcta, quizás deba consultar alguna revista de condorito).
El caso es que el sonido no fue el esperado y lo que vendría tras ese sonido tampoco fue esperado.
Raúl y Alex se voltearon y fue el gordito de pelo claro quien decidió asomarse primero hacia el pozo, Alex quién estaba tras de él empezó a reírse.
– ¿Qué? – preguntó Raúl – ¿De qué te ríes?-
-Traes chispitas de caca en la espalda-
-Si yo traigo, tú también- dijo el gordito güero, que ya estaba rojo como tomate, no por la pena sino por el coraje que le ocasionaba la burla de su primo.
Alex dio la espalda a Raúl y en efecto Raúl se lo confirmo, también estaba salpicado, ambos con minúsculas pringuitas de caca en la espalda y una que otra en los cabellos lacios que tenían, empezaron a observar detenidamente según la poca luz que había dentro y se dieron cuenta que, así como estaban sus espaldas estaban algunas partes de las paredes del baño, pequeños manchones de popo, unos más intensos que otros adornaban la letrina.
La risa de los dos no pudo ser de felicidad, desde luego las risas ya eran producto de los nervios, todo había concluido o iba a concluir en un supermega regaño.
Mentalmente sin que lo hicieran notar al otro, cada uno de ellos empezó a repasar los sucesos, por cada uno de ellos recibirían un reproche, un regaño de parte de sus mamás y de sus abuelos
1.- Habían ido a la tienda sin permiso.
2.- Habían comprado cohetes también sin permiso.
3.-Habían tomado los cerillos sin permiso
4.-Habían aventado el cohete al pozo sin permiso (Bueno ¿quién carajos pediría permiso para hacer eso?)
5.-Habían provocado que el baño se manchara.
6.-Ellos mismos habían salido manchados de caca.
Salieron del baño y desde luego, fueron nuevamente al tronco, ahí donde todo había iniciado, ahora preocupados y pestilentes, las hormiguitas que anteriormente había sacado Raúl con el chiflido ya no estaban allí, quizás una o dos seguían afuera del pozo, posiblemente cuando vieron a Raúl se burlaron de él y fueron a dónde estaban las demás para contarles.
Sin hablar entre ellos, uno tras otro fue y confesó su participación en el delito, no había manera de ocultar lo sucedido, la peste en sus ropas los delataría, ¿Como justificarían que se iban a cambiar de ropa? tarde o temprano alguien sabría de la nueva decoración de las paredes, tendrían que verlo en algún momento.
¡Agua fría! ¡Oh si! ¡a manguerazos! si fría, fría, fría y no para lavar el baño sino para bañar a los chamacos, memorable la escena los dos traviesos mojados escuchando los regaños de parte de todos.
Al día siguiente muy al amanecer, solo se escuchaba al abuelo echar madres, cosa muy poco común en él, era repelón, pero no decía malas palabras, sin embargo, ese día las dijo y muchas.
Alex y Raúl castigados, paso la época de frio y llegó la primavera, nuevas travesuras…
¡Ah! Ya para ese entonces, se estaba construyendo un baño de ladrillo, ya con drenaje.
FIN
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