El problema de las casas viejas (Por Tito Flores)

El problema de las casas viejas (Por Tito Flores)

El problema de las casas viejas, no es sólo su improbabilidad en un mundo global y postmoderno, invadido por viviendas verticales, colmado por moles de cemento, de diez o veinte pisos, en las que se encaraman las familias, imperceptibles, unas sobre otras, con piscina, gimnasio, quincho y portón automático de acceso.

El problema de las casas viejas tampoco es únicamente el crujir de sus pisos de madera con cada paso del visitante imprevisto, ni lo vetusto de sus muebles y su vajilla, que llegaron a ella flamantes y último modelo, pero que han permanecido, deviniendo en reliquias, que contrastan con tanta cosa líquida y desechable, tan a la mano del consumo, del delivery y de la tarjeta de crédito, en la época actual.

El problema de las casas viejas no es realmente su patio y su antejardín, con su buganvilia, sus rosas, su naranjo y tanto que regar como antaño, con paciencia y manguera, tomándose el tiempo para ver cada alcorque, cada taza, colmada de agua, sin la prisa y el pragmatismo de las plantas de plástico tan perfectas que parecen reales, pero en las que una abeja o una mariposa son casi utopía.

El real problema de las casas viejas, para su visitante añoso y ni hablar para su habitante permanente, es que están colmadas de recuerdos, de voces del pasado, de fiestas de otros tiempos, de risas y de abrazos, de fantasmas y anhelos, de juegos y bailes, de almuerzos y cenas, de tristezas. Sí, de tristezas, por la ausencia, por lo perdido, por los perdidos, por los rostros que te miran desde esos retratos, desde esas escenas de familia en blanco y negro o en color análogo y no digital, desde ese pretérito pluscuamperfecto, del nosotros habíamos vivido, que nunca jamás allí, volverá a mutar en futuro. 

Etiquetas: casas viejas

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