La naturaleza de la maldad forsoza

La naturaleza de la maldad forsoza

Ema UB

18/06/2021

Podría decir que soy un maldito malvado, pero usar dos adjetivos calificativos seguidos está prohibido por las buenas normas de la escritura. No, no esta prohibido, pero quiero pensar que existe alguien cuerdo que está dispuesto a restringir el uso de esas dos ponderaciones.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué ingreso en estas debacles?

No ha pasado nada diferente de ayer, antes de ayer, la semana pasada, el mes pasado y yendo un poco más lejos, nada diferente respecto a 25 años atrás. Si todo permanece y permaneció igual, por qué ingreso en el callejón de la explicación sin salida. La respuesta es: por enésima vez el reflejo del espejo me ha gritado que soy un malvado.

¿Maldad? Siempre me he preguntado, se nace o se hace. Pero por motivos de tiempo, por esta ocasión diré que se nace. Me disculpo con todos los que creen que un ser malvado se hace.

Se nace a la maldad animal, cuando impulsado por el instinto de hambre e ira muerdes el pezón de la madre que te parió, pero te puedes justificar, a esa edad, no sabes lo qué es o representa el dolor ajeno. Eres egoísta, saciar el hambre es tu objetivo, ella, la madre, ella es un instrumento que te provee de alimento.

Se nace a la maldad animal, cuando presa del egoísmo gritas sin parar, esperando que satisfagan tus caprichos. Ese juguete que deseas, los dulces, los juegos, el programa de televisión, los amigos, etc. Con el pasar de los días, comprendes que, si gritas, arañas y muerdes puedes conseguir aquello que te brinda placer y por aquellas fechas sigues siendo un niño pequeño de entre 2 y 5 años. Con esto no pretendo entrar en el campo del comportamiento humano, no soy psicólogo, a penas y soy un bastardo parado en frente del espejo analizando la naturaleza de sus ojeras.

Nací a la maldad desde niño. Obtendrás lo que quieras si acudes a la amenaza, eso me ha dictado la mente casi siempre y así crecí. Empero, ese día, no quería nada en específico, quizá solo charlar, después de todo sigo siendo humano y el derecho a la empatía recorre mis venas.

Me acerqué, saludé, pero ella no me respondió, ni siquiera me devolvió la mirada. La maldad se retorció en mi interior, forzosamente despertó, yo no la invoqué, es más, hasta el día de hoy diría que fue puro capricho.

– Mi estimado Dante, sigo sin comprender por qué te consideras un maldito malvado. Hasta ahora me has contado lo que todos hicimos cuando niños, siendo lo correcto, todos somos unos malditos malvados.

-No entiendes. Incluso me dices “estimado”. ¿Acaso no has visto lo que he hecho?

– No. No he visto nada. Veo en ti un ser común, trabajas, te diviertes y vives. No veo actos de maldad dentro de cada categoría mencionada.

– Estás ciega, muy ciega. Yo te diré lo que no logras ver: Soy un maldito porque te he traído hasta aquí sin quererte. Soy un malvado, ya que premeditadamente he tratado de aprovecharme de tu cuerpo mientras dormías, siendo que tú me has dicho, no.

– Tanta es mi malevolencia, que tengo un anillo esperando bajo la almohada, deseo entregártelo solo para convencerte de mi teatro, pero quiero decirte que, no te quiero, es más nunca te quise, lo único que quiero es saciar mis deseos carnales, después fingiré que jamás te conocí.

– Dante, abandona los juegos, llevamos casados 25 años. No me salgas con estos teatros. A estas alturas de nuestras vidas cree que no estoy para juegos.

– No, nunca te quise. Debo regresar a mi vida habitual, compré un boleto para volver a Montevideo. No te veré más.

– ¿Qué dices? ¿De verdad pretendes dejarme? ¿A dónde vas? ¿Tienes una amante?

    Entonces, eso fue lo último que le dijo Dante. El reporte policial indica que lo encontraron flotando cerca del río a eso de las nueve de la mañana. Usted me dijo que abandonó la casa a las siete de la mañana, antes de tomar desayuno.

    Se suicidó. La razón, más allá de la probable infelicidad, quizá fue ese terrible cáncer en los pulmones.

    ¿Sabía usted que su marido estaba enfermo de cáncer?

    – Nunca, él no era fumador, venía con olor a tabaco, porque sus amigos del póker eran unos fumadores empedernidos.

    – No es así. En la oficina se encontró alrededor de 15 cajetillas, 10 vacías y cinco llenas. Los colegas dicen que él fumaba alrededor de 20 tabacos diarios.

      Tenía razón al decir que era un maldito malvado. Escondió la verdadera naturaleza de su ser.

      La maldad forzosa es aquella que intentamos vender por verdad a los demás, casi siempre disfrazada de bondad.

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