Historias de la abuela – La higuera y los siete alemanes

Historias de la abuela – La higuera y los siete alemanes

Sadfre

06/06/2021

   Mi abuela no era de hablar mucho de su niñez y yo, por alguna razón que desconozco y me arrepiento, no fui de indagar mucho sobre su pasado. Mi abuela, la Mari como le decían, era hija de alemanes quienes habían llegado a Argentina huyendo de la guerra en un barco ruso de refugiados. La gran mayoría de ellos se ubicaron en varios islotes del delta del río del Paraná, en el límite entre las provincias de Entre Ríos y Santa Fé. En alguna de esas islas de sedimentos depositados durante cientos de años vivió mi abuela durante casi toda su niñez. Junto a sus seis hermanos habitaban una choza levantada con troncos, paja y barro, según ella tenían que sostener con sus propias manos las paredes cuando las tormentas eran muy fuertes. Por suerte eran una familia numerosa y entre todos podían ayudarse.
   Muy pocas veces me llegó a contar que con sus hermanos jugaban en el campo, en el río, en el monte y que les podría haber pasado cualquier cosa allí afuera ya sea por las serpientes o porque andaban descalzos de acá para allá. Los peligros eran constantes en esa isla boscosa y alejada de la civilización pero de todos modos ellos andaban libres sin temor alguno, jugando y disfrutando de la naturaleza. Agradecida me aclaró que nunca les había ocurrido nada grave.
Pero hubo una historia de las que me contó que me heló la sangre durante años. El terreno que ocupaban no tenía divisiones, ni cerca, ni tapiales, ni nada, simplemente hacían un paso afuera y la naturaleza los envolvía con su omnipresencia. Pero dentro de todo lo que sea que los rodeara había un árbol en particular que llamó la atención de todos sus hermanos y de ella también. Una higuera enorme y deslumbrante que estaba perfectamente ubicada en un espacio vacío de cualquier clase de vegetación, ni las hormigas se le acercaban me dijo. Sentían una extraña atracción por este árbol en particular y mucho tenía que ver por el dulce sabor de sus frutos, o tal vez porque parecía que allí ningún animal e insecto molestaba, o porque era tan grande que su sombra invitaba a descansar sentados bajo el manto compacto de sus ramas. Desde el día que habían descubierto la higuera nunca la dejaron de visitar, todos hasta su hermano más grande estaban como seducidos por su figura, por el color de sus hojas y por el dulce olor que despedía como llamándolos. Se pasaban horas jugando siempre a lo mismo como encerrados bajo la tutela de su sombra y disfrutaban el tacto con sus hojas y ramas como si fuera la mejor caricia que una madre podría darles. No fue sino hasta que los siete se quedaron hasta casi comenzada la noche bajo el poder de su frondosa copa que su madre apareció de golpe y los sacó uno por uno a los gritos, regañándolos mientras maldecía en alemán, enojada con cada uno de ellos, que estarían castigados e irían a la cama sin cenar.
   Todos relacionaron el inminente enojo de mamá porque era casi de noche cuando los había encontró y estaban muy lejos de la casa como para volver solos por la noche. Además allí no había luces y como si eso fuera poco sabido era también que cuando caía el sol las arañas saltaban como conejos entre los pastizales. Se levantaron hambrientos por la mañana y no regresaron a la higuera porque si había algo peor que ser pobre y no tener para comer, era ser pobre y que te castigaran prohibiéndote las pocas comidas que podían tener.
   Pero mi abuela seguía dándole vueltas al asunto y por alguna razón fue la única de sus hermanos que supo que allí había algo extraño, incluso más extraño que esa portentosa higuera. Recordaba la expresión de su madre al momento de encontrarlos y parecía aterrada, como si hubiese visto un fantasma, y eso no era del todo normal en el día a día porque ni la serpiente más larga ni el panal más grande lograban encrespar el semblante de la corajuda alemana. Decidió volver al atardecer y aguardar el brillo de la luna que aquel día era de una naranja oxidado, a propósito le había avisado a sus hermanos que estaría allí porque quería que su madre la encontrara si es que algo malo llegaba a suceder. Y así fue.    

   Se hizo de noche y nadie venía a buscarla, decidió seguir esperando bajo la higuera pero cuando fue demasiado el miedo acumulado quiso salir huyendo a los gritos para que la encontraran. Según mi abuela cuando quiso mover sus piernas para salir de la sombra de la higuera no pudo, ni muchos menos sacar un brazo afuera o si quiera soplar que el viento le regresaba a la cara. Era extraño porque sí podía moverse dentro del perímetro del árbol pero cuando intentaba salir una fuerza la empujaba en su contra y la regresaba. No recuerda por cuánto tiempo lo intentó ni cuánto pasó hasta que vio llegar a su madre al lugar. Aunque jamás olvidará la fuerza que ambas tuvieron que hacer para salir de allí, luchando con algo invisible y poderoso, y maldiciendo al árbol de todas las maneras posibles. Cuando lograron salir, corrieron sin mirar atrás. 
   Después de esa noche ninguno volvió a deambular cerca del árbol y con el tiempo parecía que había desaparecido pues aunque quisieran encontrarlo para curiosear jamás lo habían hallado otra vez.
  Recuerdo aquella tarde de verano que estábamos observando el patio de frutales del vecino que me señaló una higuera y me contó la historia. Según ella aquel que se acueste de noche bajo sus ramas puede ver el infierno con sus propios ojos y a pesar de que la veo tranquila hablándome creo que algún recuerdo terrorífico persiste en su memoria, de algo que vio y no me quiere decir.

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